AL LADO:
Foto mía en Alemania hacia 1968, con unos siete años. En este país se exigía mucho a los niños, pero también me quedé asombrado de lo pacientes que eran y de lo que les toleraban. Por ejemplo, en vez de darme un cachete o increparme por meter las narices en las jarras de cerveza de la gente mayor, les producía risa cada vez que hacía el ademán de robarles un chupito y lo celebraban con fotos. Lo que más me llamó la atención era su forma tan distinta de paciencia, en la que observaban los motivos que los niños tenían para actuar de modo diferente, al ser de otro pais. Se partían de risa con lo golfillos que éramos los nenes españoles y celebraban de veras nuestro carácter. Fue entonces -con solo siete años- cuando me dí cuenta que el verdadero tesoro y la suerte de ser español consistía poder tener un sentido del humor muy diferente y más alegre, llevando la "cultura en la sangre" (como decía Lorca). Porque por esos años ya viajaba yo con mi guitarra, tocando hasta cosas "der Flamenquito" y siempre contando chistes (como hacen -o al menos hacían- los españoles desde su niñez).
ABAJO: En 1966, año que ingresé en el colegio, disfrazado de indio y con mi perrito, el Kabul. Me tuvieron que comprar este traje de apache por Navidades, para que volviera al cole pues tras unos días de asistencia decidí que ya había acabado mi periodo académico. Ello ocurrió porque mis padres me preguntaron antes de matricularme si quería ir a estudiar (junto a mis hermanos). Tenía entonces cuatro años y respondí que sí, consintiendo voluntariamente en ir al centro; pero al poco tiempo me quedé horrorizado de que hubiéramos de hacer lo mismo a diario. Tras unas semanas asistiendo, expuse claramente que ya no me apetecía ir al colegio durante un tiempo y lo razoné explicando que: Había ido al cine, al circo, al médico y hasta al parque; pero a ninguno de esos sitios había que volver diariamente y menos, ¡A esas horas!. Nada, no hubo forma de convencer a nadie y tuve que estar desde los cinco hasta los diecisiete años en el mismo sitio. Un colegio del que en la entrada anterior algunas cosas contábamos (que en estas hemos de ampliar, matizar o aclarar -para evitar equívocos-).
Algunas de las medallas obtenidas en el año 1973 y 1974; corresponden al primero y al Segundo puesto de Castilla (federación castellana que por entonces era prácticamente casi toda la zona centro). Hasta 1975 estuve entre los cuatro primeros de España en saltos, pese a lo que tras este año me comenzaron a suspender en gimnasia... . Al profesor que me tocó entonces en el colegio, no le caía yo muy bien y tal fue el esfuerzo para lograr que me pusiera un 6 en esa asignatura a final de curso, que hasta cogí manía al deporte y desde entonces dediqué todo mi tiempo libre a la guitarra (una suerte). Nunca más me subieron de un 6 la nota en gimnasia ya hasta que terminé mis estudios (por suerte no se atrevió más a suspenderme porque logré adaptarme). Aunque en mi opinión a una persona que entrena a diario y se encuentra entre los cuatro primeros de su país un deporte, ni se le puede obligar hacer ejercicios que perjudiquen su musculatura ni menos poner un 6 en gimnasia... . Al menos dejar que se ejercite como su preparador le recomienda (sin hacer forzar zonas que le perjudiquen), tanto como lo normal es darle un diez en el colegio, al menos para estimularle y no provocar que termine harto de esta asignatura.
ABAJO: Como siempre hay quien dice que si uno se inventa o se imagina, pues rebusqué en los cajones y al fin logré hallar mi libro de estudios. Evidentemente nunca fui una "lumbrera" (como puede observarse), pero el problema es que si tienes nueve asignaturas y te ponen un 5 o bien un 10 en una de ellas, la media total se modifica en unos 0,5 puntos. Es decir, que de habérseme puntuado de otro modo en gimnasia, en vez de un 6,5 (como figura en todo mi expediente) debía tener aproximadamente un 7 (notable) -lo que facilitaba la entrada en cualquier universidad-. Por suerte, quise ingresar en Derecho y era suficiente la nota que llevaba (máxime cuando en selectividad la mejoré), pero si hubiera tenido otra vocación quizás habría sufrido algunos problemas. Estas y otras cosas, han de de superarse con la ayuda del tiempo, porque para un chico de quince años lo más incomprensible es la injusticia... .
. Nunca velando por el débil, ni protegiendo al que realmente necesita ayuda. Ello era lo que tristemente se vivía en aquel colegio donde pasé tantos años, centro en el que nunca comprendí cómo se llegó a ese grado de falta de respeto hacia los profesores y de cachondeo generalizado. Situación que fue progresiva, porque cuando mis hermanos (que eran mayores) estudiaron él, su ambiente fue muy distinto; guardándose confianza y cariño entre los alumnos y quienes les preparaban. Pero a comienzos de los años setenta, la "cosa" comenzó a degenerar (ya que no tiene otra palabra) y allí los niños se subían a la chepa de los profesores, como el que se sube al tranvía.
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Referido a todo cuanto escribo, recuerdo una magnífica película que se llamaba "El director de Orquesta". Su argumento consistía en que los músicos de una orquesta que debía ensayar para un concierto, se negaban a ser dirigidos. Por lo que se sublevaban ante la autoridad del que pretendía organizar el ensayo; decidiendo cada uno tocar como le venía en gana, cuando y como quería. El director les explicaba que tenía como misión prepararles y llevar a buen fin la partitura, e intentaba convencerles repetidamente de que había que someterse a unas normas. La mayoría de ellos se negaban a obedecer y en la disputa iba creciendo el malestar, tomando en un momento dado el director de orquesta una postura un tanto tiránica y despótica. En este estado y situación de malestar, casi todos los integrantes de la orquesta enfadados con él, comenzaban a hacer sonar sus instrumentos con la todas las fuerzas y en absoluta anarquía (como acto de protesta); promoviendo un terrible estruendo.
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En un instante en que los músicos llegaban a crear ruido inimaginable, el péndulo del reloj de la torre del edificio donde estaban ensayando (una iglesia, o un ayuntamiento) entraba en resonancia armónica con las vibraciones, moviéndose y chocando contra una de las paredes. Haciendo caer un pequeño un muro que se venía encima de una pobre señora componente de la orquesta. Persona situada a un extremo -entre los músicos- y que por su poca relevancia en el argumento practicamente ni había participado de la escena (hasta este momento) -ya que siquiera protestaba-. El director corría hacia ella, para rescatarla de los cascotes y el resto de los músicos -espantados de lo ocurrido-, cesaban de hacer ruido con sus instrumentos al ver que la mujer habia sido aplastada por la pared. Era esta la última escena. Aquello fue una película, pero su argumento y su trama nunca he entendido porqué se repone y se repite, tantas y tantas veces en todo el área del Mediterráneo.