jueves, 27 de septiembre de 2012

Capítulo adjunto al anterior



AL LADO:
Foto mía en Alemania hacia 1968, con unos siete años. En este país se exigía mucho a los niños, pero también me quedé asombrado de lo pacientes que eran y de lo que les toleraban. Por ejemplo, en vez de darme un cachete o increparme por meter las narices en las jarras de cerveza de la gente mayor, les producía risa cada vez que hacía el ademán de robarles un chupito y lo celebraban con fotos. Lo que más me llamó la atención era su forma tan distinta de paciencia, en la que observaban los motivos que los niños tenían para actuar de modo diferente, al ser de otro pais. Se partían de risa con lo golfillos que éramos los nenes españoles y celebraban de veras nuestro carácter. Fue entonces -con solo siete años- cuando me dí cuenta que el verdadero tesoro y la suerte de ser español consistía poder tener un sentido del humor muy diferente y más alegre, llevando la "cultura en la sangre" (como decía Lorca). Porque por esos años ya viajaba yo con mi guitarra, tocando hasta cosas "der Flamenquito" y siempre contando chistes (como hacen -o al menos hacían- los españoles desde su niñez).
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ABAJO:
En 1966, año que ingresé en el colegio, disfrazado de indio y con mi perrito, el Kabul. Me tuvieron que comprar este traje de apache por Navidades, para que volviera al cole pues tras unos días de asistencia decidí que ya había acabado mi periodo académico. Ello ocurrió porque mis padres me preguntaron antes de matricularme si quería ir a estudiar (junto a mis hermanos). Tenía entonces cuatro años y respondí que sí, consintiendo voluntariamente en ir al centro; pero al poco tiempo me quedé horrorizado de que hubiéramos de hacer lo mismo a diario. Tras unas semanas asistiendo, expuse claramente que ya no me apetecía ir al colegio durante un tiempo y lo razoné explicando que: Había ido al cine, al circo, al médico y hasta al parque; pero a ninguno de esos sitios había que volver diariamente y menos, ¡A esas horas!. Nada, no hubo forma de convencer a nadie y tuve que estar desde los cinco hasta los diecisiete años en el mismo sitio. Un colegio del que en la entrada anterior algunas cosas contábamos (que en estas hemos de ampliar, matizar o aclarar -para evitar equívocos-).


 
 
ANTES DE COMENZAR: .

Previamente a reiniciar el estudio sobre el idioma nippón, me veo obligado (por alusiones) a comentar algunas cosas, referentes y referidas a nuestra anterior entrada. En ella contaba cómo un profesor de mi colegio soltaba unos sopapos de cuidado, lo que parece haber trastocado algunos recuerdos. Y es que en verdad en aquel centro educativo que se distinguía por la anarquía y el libre albedrío del colegial, hubo quien intentó hasta poner órden entre los que campábamos a nuestras anchas -cachondeándonos a todas horas del magnífico profesorado que teníamos (unos benditos -dicho sea de paso-)-. Profesores, en su gran mayoría estaban maravillosamente preparados para educar y enseñar; pero que normalmente se veían incapaces de hacerlo, porque aquellos nenes que éramos nosotros pereferíamos la juerga y el antro, al ambiente de colegio.

En este estado de desesperación, el directorio había decidido autorizar a uno de los profesores de gimnasia (ex-luchador, para más datos) a intentar disciplinar un poco aquel caos. Pero les puedo asegurar que ello era como pretender organizar y educar a un rebaño de cabras neuróticas, iletradas y con almorranas. Pese a toda esta situación, los profesores permanecían pacientes y sumisos (creo que por desesperación), mientras el alumnado éramos impacientes, descarados y a cual más golfo. Por lo que no había bicho viviente que lograse allí un mediano equilibrio, para que aquello se pareciera a un centro escolar y no a los Sanfermines (al ser el ambiente festivalero, de calle y taurino, el que imperaba en las clases) . En este cachondeo pleno, como digo, autorizaron a un profesor a poner algo de orden; pero el pobre "menda" yo creo que no se aclaraba y soltaba unos "lechones" a diestro y siniestro, que te dejaban en éxtasis. Lo digo porque puedo dar fé de se perdía hasta la visión durante unos segundos, si el "soplamocos" te venía de lado; aunque si te lo daba de frente, te dejaba achatadito, achatadito... . Vamos, que durante el resto del día ya parecías Moncho Alpuente apoyando la cara en el cristal de una pecera.

Debió ser por ello que aquel era el jefe de disciplina del lugar donde menos disciplina he visto en mi vida (el colegio donde estuve desde los cinco hasta los diecisiete años y del cual omitimos el nombre...). Un profesor con aspecto de guarda-espaldas de casino y que tenía las manos como dos hogazas de pan -pero del que fabrican en cantimpalos para rellenarlo con cien chorizos-. Manos con unos dedos que parecían "pililas" de burro acachondado y con unos brazos de tal "pegada", que ya la hubiera querido para sí King Kong, el día que se puso tan bruto en Nueva York... . De ello y con este tipo suelto por el colegio, dada la anarquía reinante en el mencionado centro, no se sabía nunca al que le iba a tocar el bofetón. Pues era tal la desidia y el atraso de castigos o disciplinas a poner, que el jefe de aquello que no existía, tenía más descontrol que un mono con zapatos. Por lo que tan solo iba aplicando y suministrando justicia, cuando se le "pelaban los cables" (es decir, un par de veces al día); momento en el que normalmente y al "tun-tun" -nunca mejor dicho- soltaba el "lechón" de turno al primero que le pasaba por delante.

Así y por cálculo de probabilidades, debió ser por lo que a mí me tocó una vez. En la que tuve el honor de degustar sus "reveses". Bofetones que tras experimentarlos me hicieron comprender por qué en ese colegio nunca hubo niños con piojos: Pues de las tortas que el susodicho soltaba, estos parásitos del cuero cabelludo desaparecían; pero como antes se decía: " Salían despedidos a maricón el último" (tanto que aquellos bichitos antes de anidar en una cabeza, se cercioraban muy bien de que el parasitado no fuera a nuestro colegio). De todo ello y desde aquel recuerdo, escribi lo que en la entrada anterior había redactado; no con acritud pero si con una intención que quizás no ha quedado clara: La de mostrar que la anarquía, tanto como la autoridad sin control, no beneficia nunca a nadie y perjudica siempre al que verdaderamente vale.

 
AL LADO:
Algunas de las medallas obtenidas en el año 1973 y 1974; corresponden al primero y al Segundo puesto de Castilla (federación castellana que por entonces era prácticamente casi toda la zona centro). Hasta 1975 estuve entre los cuatro primeros de España en saltos, pese a lo que tras este año me comenzaron a suspender en gimnasia... . Al profesor que me tocó entonces en el colegio, no le caía yo muy bien y tal fue el esfuerzo para lograr que me pusiera un 6 en esa asignatura a final de curso, que hasta cogí manía al deporte y desde entonces dediqué todo mi tiempo libre a la guitarra (una suerte). Nunca más me subieron de un 6 la nota en gimnasia ya hasta que terminé mis estudios (por suerte no se atrevió más a suspenderme porque logré adaptarme). Aunque en mi opinión a una persona que entrena a diario y se encuentra entre los cuatro primeros de su país un deporte, ni se le puede obligar hacer ejercicios que perjudiquen su musculatura ni menos poner un 6 en gimnasia... . Al menos dejar que se ejercite como su preparador le recomienda (sin hacer forzar zonas que le perjudiquen), tanto como lo normal es darle un diez en el colegio, al menos para estimularle y no provocar que termine harto de esta asignatura.
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ABAJO:
Como siempre hay quien dice que si uno se inventa o se imagina, pues rebusqué en los cajones y al fin logré hallar mi libro de estudios. Evidentemente nunca fui una "lumbrera" (como puede observarse), pero el problema es que si tienes nueve asignaturas y te ponen un 5 o bien un 10 en una de ellas, la media total se modifica en unos 0,5 puntos. Es decir, que de habérseme puntuado de otro modo en gimnasia, en vez de un 6,5 (como figura en todo mi expediente) debía tener aproximadamente un 7 (notable) -lo que facilitaba la entrada en cualquier universidad-. Por suerte, quise ingresar en Derecho y era suficiente la nota que llevaba (máxime cuando en selectividad la mejoré), pero si hubiera tenido otra vocación quizás habría sufrido algunos problemas. Estas y otras cosas, han de de superarse con la ayuda del tiempo, porque para un chico de quince años lo más incomprensible es la injusticia... . 
  

 
 
Tal como decía, la anarquía es el peor de los sistemas (peor aún que la autocracia); ello porque solo termina beneficiando a los que son más fuertes y sobre todo los que más protestan
. Nunca velando por el débil, ni protegiendo al que realmente necesita ayuda. Ello era lo que tristemente se vivía en aquel colegio donde pasé tantos años, centro en el que nunca comprendí cómo se llegó a ese grado de falta de respeto hacia los profesores y de cachondeo generalizado. Situación que fue progresiva, porque cuando mis hermanos (que eran mayores) estudiaron él, su ambiente fue muy distinto; guardándose confianza y cariño entre los alumnos y quienes les preparaban. Pero a comienzos de los años setenta, la "cosa" comenzó a degenerar (ya que no tiene otra palabra) y allí los niños se subían a la chepa de los profesores, como el que se sube al tranvía.

En este ambiente, el director de disciplina estaba como una verdadera chota y no se aclaraba de a quién había que soltarle los guantazos. Creo firmemente que le pasaba como a la vaquilla que ponen en el ruedo para ser toreada por los mozos en las fiestas; todo el día pensando a quién darle y quíen lo merecía, para al final meterle el "soplamocos" al primero que se acercaba. Evidentemente soltaba muchas galletas, pero estoy seguro de que gracias a ellas hubo varios niños pseudo-delincuentes, que rectificaron (y que quizás por sus efectos hoy son dignos ciudadanos). Aunque tristemente y como digo, en la anarquía siempre el que pierde es el que vale; puesto que cuando se tienen cualidades o condiciones, se precisa de una Sociedad bien estructurada que las haga llegar a buen fin. No de un sistema arbitrario, en el que "al que le toca, le tocó". Pués de otro modo: Qué hubiera sido Einstein en una Sociedad basada en la recogida de cocos; sinó la historia de un fracasado idiota, que se caía a diario de las palmeras (por estar todo de contínuo despistado y pensando en bobadas numéricas...).

Así veo yo como este director de disciplina del colegio, que tenía unas manos como sartenes y daba unas "tortas" que te nublaban la vista; andaba intentando imponer algo de autoridad, donde ya no se podía. Y en esa desesperación cometía mil tropelías: Dar bofetadas al que no las merecía, suspender al buen alumno o incluso dejar libres de culpa y pecado a los más golfos -por lo que se reía con sus gamberradas-. De todo lo que al final salían más beneficiados los más sinvergüenzas, mientras los pobrecillos, o los que de vez en cuando metíamos "la pata", recibíamos las bofetadas que de seguro correspondían a otros (y que tanto se merecían).
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Referido a todo cuanto escribo, recuerdo una magnífica película que se llamaba "El director de Orquesta". Su argumento consistía en que los músicos de una orquesta que debía ensayar para un concierto, se negaban a ser dirigidos. Por lo que se sublevaban ante la autoridad del que pretendía organizar el ensayo; decidiendo cada uno tocar como le venía en gana, cuando y como quería. El director les explicaba que tenía como misión prepararles y llevar a buen fin la partitura, e intentaba convencerles repetidamente de que había que someterse a unas normas. La mayoría de ellos se negaban a obedecer y en la disputa iba creciendo el malestar, tomando en un momento dado el director de orquesta una postura un tanto tiránica y despótica. En este estado y situación de malestar, casi todos los integrantes de la orquesta enfadados con él, comenzaban a hacer sonar sus instrumentos con la todas las fuerzas y en absoluta anarquía (como acto de protesta); promoviendo un terrible estruendo.
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En un instante en que los músicos llegaban a crear ruido inimaginable, el péndulo del reloj de la torre del edificio donde estaban ensayando (una iglesia, o un ayuntamiento) entraba en resonancia armónica con las vibraciones, moviéndose y chocando contra una de las paredes. Haciendo caer un pequeño un muro que se venía encima de una pobre señora componente de la orquesta. Persona situada a un extremo -entre los músicos- y que por su poca relevancia en el argumento practicamente ni había participado de la escena (hasta este momento) -ya que siquiera protestaba-. El director corría hacia ella, para rescatarla de los cascotes y el resto de los músicos -espantados de lo ocurrido-, cesaban de hacer ruido con sus instrumentos al ver que la mujer habia sido aplastada por la pared. Era esta la última escena. Aquello fue una película, pero su argumento y su trama nunca he entendido porqué se repone y se repite, tantas y tantas veces en todo el área del Mediterráneo.