JUNTO A ESTAS LINEAS: Juan Ramón Jiménez dibujado sobre Platero por Rafael Munoa, en la edición de Platero y Yo (Aguilar, Madrid 1970). En mi juventud pude conocer algún hijo de los sobrinos (de Zenobia Camprubí) y a personas cercanas al genio literario, y por lo que me narraron debió tener un espíritu muy cercano al de Manuel de Falla (en nada "atento" a las masas). Dedicaba sus obras a "la minoría", sin ser aquello ningún síntoma de "clasismo" (sinó solo de "purismo"). Pero es que el amor hacia "el pueblo" nunca significa ser "populachero" y menos gustar de las cosas vulgares. Sinó muy por el contrario, disfrutar con todo aquello refinado y cargado de buen gusto que "el pueblo" ha creado (en su literatura, música, arquitectura, modas y costumbres). Intentando conservarlas como un gran tesoro cultural.
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JUNTO A ESTAS LINEAS: El arte no es un espectáculo y como demostración incluimos la imagen de una de las más importantes obras artísticas de la cultura hispana: El poema de Ruben Darío LO FATAL (copia de página 148, edición de "Cantos de Vida y Esperanza" que me regaló Carmen Conde -Austral, Madrid 1983-). Recuerdo que cuando Carmen Conde estaba triste, siempre recitaba este poema -a veces acompañándolo con una copita-. Le gustaba que tocara mi guitarra para acompañarla también en su "canto" y al finalizar, siempre concluía que Rubén era uno de los más grandes. Tanto como se empeñaba en regalarme el libro, para que me lo llevara; así llegué a tener cuatro o cinco ejemplares iguales que me daba, tras argumentar que se lo sabía enteramente de memoria... . Ella, al igual que su marido (Antonio Oliver Belmás) habían estado muy unidos al poeta nicaragüense, y me narró algunas anécdotas de aquel, que otro día recogeremos. Del mismo modo había sido gran admiradora y cercana a Juán Ramón Jiménez y siempre hablaba de las minorías "juanrramonianas"... . Fué la primera que me dijo que un buen creador y un intelectual, no era nunca un artista (del espectáculo); ello era como confundir un intérprete con un compositor o a un actor con un dramaturgo. Y es que el arte y el espectáculo son cosas bien diferentes. .
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Pues la curiosidad, la intimidad o la participación del que observa o se deleita con el arte, es parte de este. Es decir, que el que disfruta del arte, también es una "porción" de aquel; de tal manera, de las condiciones en las que lo haga (psíquicas, emocionales y físicas) dependerá totalmente lo que la obra le transmitirá. Consecuentemente, si un músico de calidad nos diera un concierto en el salón donde tocaba Chopín (en París); en el que apenas cabían cuarenta personas -con las que el maestro muchas veces cenaba y charlaba antes de sentarse al piano-; la percepción y audición de la música sería muy distinta a la que recibimos en un auditorio. Ello, porque la música clásica (en su mayor parte) está hecha para interpretarse ante una minoría cercana (y educada). Por lo que -a excepción de las misas o las óperas-, tocarla en grandes espacios, sin contacto humano entre el intérprete y público, supone ya desvirtuar su valor; la esencia para la que ha sido compuesta, rompiendo gran parte de su significado. Entonces es cuando se llega la conclusión que gran parte de los jóvenes tienen sobre lo clásico, cuando tristemente nos dicen repetidamente: "Aquella música es un rollo y una pesadez". No nos extraña, pues es como escuchar un recital de Rock realizado en un pequeño salón y con los cantantes vestidos de frac y el público de corbata (un "sinsentido"...).
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Habrá muchos que consideren mis palabras "clasistas" o elististas; a lo que respondería que lo único que pueden ser es: "clasicistas" y "reclasicistas". Por cuanto la música ha de representarse en un entorno al menos "similar" para el que ha sido creado. De ello, intepretar a Bach en guitarra eléctrica o en sintetizadores, puede ser muy experimental y muy "novedoso", pero nada de auténtico tiene y de seguro muy poco nos va a transmitir sobre la "elevación" que contiene la música de este genio alemán. Asímismo, tocar en un estadio de fútbol a Beethoven es poco más o menos como mostrar la Goiconda en mitad de ese campo de juego, con unas cámaras y pantallas que aumenten el reflejo de su imágen (para que todos los asistentes lo vean). Todo aquello desvirtúa el origen y la esencia del arte, que se convierte en espectáculo, pero pierde su carácter humano y humanístico. Llegando a poder convertirsde en "el aburrido concierto", del que hablan todos los jóvenes.
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Volverán muchos a acusarme de "elitista y clasista", al reivindicar conciertos para cincuenta (o menos) personas, en salones y no en auditorios. Pero no es así; nunca lo he sido. Hasta tal punto que algunas de las cosas que más me atraen en el arte, son las que ha creado "el pueblo"; siendo un verdadero entusiasta del folklore. Con el que sucede exactamente lo mismo que en lo clásico: Pues si lo trasladamos de su entorno, hacia otra esfera; llevando al espectáculo la música, las danzas, los cantes, los bailes y las costumbres populares; veremos como comienzan a desvirtuarse. No habiendo nada más ridículo que los múltiples "espectáculos" de folklore que la Sociedad moderna a creado -entre los que pueden destacar aquellos que celebran "las geishas" en Japón, ante centenares de turistas que les aplauden mientras ven la "ceremonia del te" (sin comprender nada de cuanto presencian)-. En España ha sucedido algo muy similar con la música del Sur, llegando a afectar terriblemente al purismo y a "la verdad" del Flamenco los espectáculos que se han creado queriendo transformarlo y "renovarlo" (llegando a verdaderas aberraciones "fusionistas", uniéndolo al jazz, al pop, al rock y etc.).
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Por cuanto seguimos expresando, tal como en nuestra anterior entrada decíamos, desde 1960 hasta el fin de los años ochenta, fueron tres grandes décadas para la cultura. Años en los que todavía el arte no era espectáculo. Un tiempo en el que aún vivían parte de los intengrantes de la Generación del 27; en los que Picasso, Dalí y Miró seguían pintando y en los que podía asistirse a una conferencia de Dámaso Alonso o de Lázaro Carreter; tanto como tomar un café en el Gijón, junto a Camilo José Cela, Ana María Matute o Buero Vallejo. En lo que respecta a la música quizá estas décadas fueron aún más llamativas, pues aún daban sus conciertos, Segovia, Yepes, Saez de la Maza y Pastor. Mientras Joaquín Rodrigo, Halffter o Moreno Torroba (entre otros) seguían componiendo. Por su parte, el trio de Krauss, Carreras y Domingo (tanto como La Caballé), dominaba la escena internacional. A la vez que desde 1970 comenzó a nacer la gran generación de los guitarristas flamencos, encabezada por Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar.
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De tal manera, para quienes no comprendan del todo el significado que España pudo tener en el mundo del arte en la centuria pasada, diremos que de los diez primeros pintores del siglo XX, al menos cinco son españoles -al igual que entre los diez mejores escritores, habría que incluir a varios de España-. Pero sobre todo, entre los diez primeros compositores del siglo XX, cuatro son seguro nacidos en nuestro país, tanto como entre los diez principales cantantes del mismo siglo, cinco pueden ser considerados igualmente españoles. Aunque, principalmente, entre los diez primeros guitarristas de ese siglo XX, ocho serían de nuestra nación (al igual que hubo uno de los más grandes violoncellistas y diversos artistas más que hacen su lista innumerable). Un verdadero Siglo de Oro, que parece va convirtiéndose poco a poco en latón y esperemos no termine en "artistas de hojalata". Eso sí, la hojalata es muy buena para efectos especiales en el espectáculo (y sobre todo muy barata)... .
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