Dedicado a
Francisco Javier López Garrido (alias "papi"). Amigo de la infancia y apasionado por el deporte; con mi cariño y admiración hacia quien puede entender y disfrutar de lo que para mí es un enigma: El fútbol.
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos fotografías mias tomadas sobre 1974-5, entrenando en cama elástica (modalidad de saltos en la que estuve entre los cuatro primeros de España, durante los años setenta). Por aquel entonces este deporte era "muy novedoso" y desconocido, debido a lo que comunmente me decían que saltaba en "la colchoneta". Cuando les explicaba que se llamaba "cama elástica" y no "colchoneta", rápidamente lo aprendían, tanto que muchas personas mayores me decían: -"Oye Angel, qué bien saltas en la cámara eléctrica"-.... No volvía a intentar corregirles... quedaba mejor lo de la "colchoneta". Después he visto que en Japón sucede lo mismo. Puesto que allí al golf (que en nuestro país durante mucho tiempo se le denominó "el gol") se le dice "gorfu"; tanto como aquí a Shakespeare se le llama "Chespir". El presente artículo -"recuerdo o añoranza"- va dedicado a uno de los amigos más divertidos (y deportistas) que de niño teníamos en clase: Papi López Garrido. Miembro de la "Peña El Chespir", a la que pertenecíamos todos los políglotas de nuestro colegio (en el que pasé trece años).
Hace apenas una semana acabaron los juegos olímpicos de Londres. En estos días comienza la Liga de fútbol -antes football, antes "balompié" (me remito a un diccionario de no hace tanto...)-.
En este tiempo de "adviento" deportivo yo me pregunto acerca de los gustos por los juegos de equipo. Y es que,
a quienes nos entusiasmaba -o practicábamos- otra modalidad ajena y muy diferente al fútbol, apenas nos interesó este que llaman deporte rey... . Posiblemente porque
nos resultaba harto difícil comprender qué estética puede tener dar patadas a un balón hasta hacerlo llegar a una red. Pues
en el deporte, la estética es fundamental (o, al menos, habría de serlo);
tanto que sufre y adolece de problemas similares a los del arte. Quizas de ello derive el hecho cierto por el cual, cuanto más se interesa a uno por la música, menos pueda soportar los llamados "conciertos multitudinarios". Fundamentalmente...
¡Porque no es lo mismo el deporte y el arte, que ir a un estadio a dar saltos y a pegar gritos!.
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Aunque al parecer
lo segundo tiene unas propiedades terapéuticas colectivas muy buenas. Al menos y al parecer, los gritos e insultos que se profieren en el campo de fútbol, dicen que serán los que no se dan luego en casa ni en el trabajo. Por lo demás, consideran que aquello de ir a un concierto de rock, te deja tan molido que ya se te quitan hasta las ganas de pensar... . Sea como fuere, algunos son apasionados de ir a gritar al estadio, tanto que no pueden pasar ni un fin de semana sin hacerlo.
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Sobre ellos y ello, hace unos días contaba a unos amigos
un sucedido ocurrido en Oviedo (no hace tanto). Algo que comenzó cuando un lunes nos avisaron de que
un conocido de la familia había sufrido un terrible infarto y estaba gravísimo en la UVI. Tras recibir la noticia,
mi padre quedó afligido y preocupado ya que le comentaron que "el asunto" tenía muy mala pinta, al ver los médicos que
el ingresado no podía mover su brazo izquierdo -que aparecía con un color grisáceo y en pleno hematoma-. Preocupado y pensativo
estaba esa mañana mi progenitor, comentándonos (con algo de broma, para quitarle hierro a la situación)
si el motivo de aquel ataque al corazón, no habría sido que el día anterior perdiera el Real Oviedo (por un penalty, injustamente pitado).
Porque aquel amigo suyo de la infancia que se encontraba con tal insuficiencia cardiaca, era un forofo del Oviedo; y es que en verdad, en el Carlos Tartiere, la noche antes se habían vivido momentos de infarto... A las pocas horas
supimos que esa era realmente la razón de su ingreso en el hospital. No solo eso, sinó que
el "caso médico" quedó felizmente solucionado ya que pudo determinarse lo sucedico durante el día anterior -en el que efectivamente
había estado en el estadio sufriendo y viendo como su equipo perdía por culpa de un terrible árbitro-. Hecho este que (tal como comentó a los médicos)
le obligó a tomarse "unos cubatas" y a estar casi una hora alteradísimo.
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Tras aquello, y al regresegar a su casa (con una castaña de mil demonios) se quedó dormido en el sofá; vestido, cargado de pena y tristeza; sin querer hablar con nadie. Horas después amaneció con un terrible dolor en el costado izquierdo, que le subía por todo el brazo. Al remangarse, vió que tenía el antebrazo más negro que el futuro de su equipo -que ya era decir...-. Entonces
comprendió el origen de aquello que parecía claramente un infarto, producido -de seguro- por un terrible e injustificable penalty. Recordaba como tras aquello tuvo que tomarse varios cubatitas y después de casi una hora de griterío, llegó al hogar abatido y roto (tanto como para que quedar en insuficiencia cardiaca).
Al despertarse, viendo su costado izquierdo dolorido y ennegrecido, pensó que iba a morir por culpa de aquel árbito. Viéndose así, llamó rapidamente a su mujer; quien creyendo que el infarto provenía del disgusto en el Carlos Tartiere, lo llevó a toda prisa a la clínica. Allí,
le ingresaron y le encontraron finalmente el diagnóstico al preguntarle:
-"¿Es usted zurdo?"- a lo que él asintió.
Tras lo que el sabio médico le volvió a cuestionar:
-"¿Y... Qué hizo ayer con el brazo, porque me han dicho que pasó la tarde en fútbol?"-.
En ese momento y
con gran vergüenza recordó que había estado realizando cortes de manga durante más de una hora, con todas sus fuerzas, mientras insultaba al árbitro... . Efectivamente y por suerte,
aquellos terribles hematomas de su brazo y del costado no procedían de una insuficiencia cardiaca (eran el fruto de una noche de pasión en el estadio, insultando desde las gradas...). Y es que, por qué no decirlo: Uno de los deportes preferidos por los españoles es este, "el corte de mangas", estilo libre y desde la grada.
AL LADO:
Fotografía mia a los doce (o trece) años de edad, tomada de uno de los primeros carnets de asociado-ferederado, cuando ingresé en el Canoe Natación Club. Allí estuve al menos tres años entrenando cinco veces por semana, en el equipo de saltos que lideraba y preparaba Jose Luis Hidalgo y al que pertenecían las futuras promesas olímpicas. Años más tarde -hacia los dieciseis- tuve que dejar el deporte porque me era imposible compaginarlo con los estudios. Ya que exigía al menos tres o cuatro horas diarias de entrenamiento y por aquel entonces, un campeonato (aunque fuera de España) no era excusa para aplazar exámenes.
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ABAJO: La ciudad de Giengen (am Brenz), donde me enviaban algunos veranos. Dista apenas una hora de Munich y tuve la suerte enorme de que en ese año de 1972 me tocó irme a Baviera a con la familia Schmidt. Por aquel entonces, los alemanes ya habían inventado la tele a color y no paré de ver los juegos olímpicos en ella. Durante mi estancia allí, en una ocasión me llevaron a los estadios de la ciudad para presenciar la olimpiadas; algo que fue un sueño para mí. Tanto, que ese día decidí hacerme olímpico y llegar a competir entre ellos. Hoy -cuarenta años después- me planteo y reflexiono sobre cuánto bien pudo hacerme aquella idea y decisión tomada en Munich 72.
El siglo XX resucitó por completo
una de las costumbres griegas más bellas: Las Olimpiadas. Dicen que
cuando los helenos celebraban sus Juegos paraba toda actividad bélica, dirimiendo sus causas en los estadios. Pese a ello, el Mundo de hoy no ha llegado aún a este "refinamiento"; tanto que con Olimpiadas o sin ellas, la gente sigue tristemente en sus guerras. Por su parte,
otra de las carácterísticas de los juegos griegos era que los deportistas competían sin ropas, algo que hubiera tenido gracia de no ser porque estaba prohibida la entrada y la participación de mujeres. Por lo demás, si se iniciara hoy en día una Olimpiada a "la griega", quizás habría que cambiar modalidades. Por ejemplo, la del fútbol, que como todos sabemos consiste en "veintidós hombres en calzoncillos corriendo detrás de una pelota"; cambiándola por otra que como bien sabemos es: "Veintidós hombres en pelota corriendo tras un calzoncillo" -donde el gol consistiría en ponérselo (arrebatándolo a los contrarios)-. Igualmente en piscina se podría instituir la modalidad de "nadar y guardar la ropa", mientras en saltos no sé si "el tema" iba a ser peor entre los hombres o para las mujeres...
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Referido a ello, una de las cosas que más díficil se me hacía enteder de
los griegos es que hicieran el deporte desnudos, tanto que en idioma heleno "gymnos" -(), origen de nuestra palabra "gimnasia"- se traduce por: "sin ropa", "sin vestir". Término que es paralelamente distinto a sus voces derivadas,
"Gimnetas" o "Gimnopedia", que se refieren a los soldados, a los ejercicios militares y a la soldaresca (algo que debe explicarse quizás porque los griegos, desnudos, estuvieran "muy bien armados"...). Sea como fuere,
los juegos deportivos sagrados que comienzan en la ciudad de Olimpia antes del siglo IX a.C -hasta llegar a crear los eventos olímpicos, con registro de vencedores desde el 776 a.C.-, es un hito heleno. Tanto como lo fue su filosofía o su arte; quizás un hito inspirado en otras celebraciones similares, anteriores y comunes a diferentes civilizaciones predecesoras; pero que los griegos supieron conservar, escribir y cultivar.
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Aunque
lo mejor del deporte que los griegos consideraban imprescindible en la educación del jòven, es su "espíritu". Puesto que
del "espíritu olímpico" es algo de lo que todos debemos aprender. Ya que aquel
significa el intento de superación, sublimado y tan solo centrado en la idea de competir y ganar. ¿Ganar el qué?... -puede uno plantearse-. Pues
ganar, simplemente ganar y competir; sin más ánimo de lucro, ni beneficio que este: Prepararse, superarse, disciplinarse y llegar a ser uno de los mejores en lo que se hace. Tristemente, el deporte hoy en día ha cambiado mucho esta "cara amateur" y de simple competición, por la de profesionalidad. No digo con ello que no sea bueno que haya quienes vivan del deporte y hasta se hagan ricos con su trabajo. Pese a todo, la belleza está en realizarlo por simple placer; pues el deporte es como todo y no es lo mismo hacerlo por vocación a practicarlo por dinero -o como una obligación laboral-.
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Por todo ello,
la gran lección del deporte es la de la disciplina y la superación. Siendo su segunda gran enseñanza aprender a ganar y sobre todo, saber perder (lo que debe uno dominar en la vida). Finalmente,
gracias al deporte se comprende que no todos somos iguales y se obtiene la humildad suficiente para conocer que hay gente que nace superdotada. Pero en él
también se aprende que una persona con menos dotes termina por ganar, si trabaja más que aquel otro nacido con mayores posibilidades. Pudiéndose superar al que la Naturaleza tanto regaló, gracias a la disciplina, a la perseverancia y a la constancia -aunque (evidentemente) si aquel otro trabaja tantas o más horas que nosotros, siempre nos ganará-. Dicho esto, se comprenderá por qué
para mí una de las cosas más importantes fué el deporte; que me enseñó a ganar y a perder; a tener perseverancia y a continuar (siempre, intentando dar tanto como podía). Para mayor aportación,
mi deporte contenía "algo de riesgo" y bastante de estética (ya que los saltadores tenemos que hacer ballet en el aire);
lo que completó la autodisciplina y el autodominio que aquella modalidad de piscina y de cama elástica me fue imponiendo. Todo lo que luego traduje a la guitarra y a cuanto fui haciendo en la vida.
AL LADO:
El día en que me llevaron los Sres. Schmitdt a Munich en 1972 y fuimos a ver las olimpiadas, tras visitar el Zoo (tristemente, no conservo fotos junto al estadio). Aquel fue el momento en que decidí definitivamente ser olímpico. Poco después ingresé en el Canoe Natación Club (gracias a Fernando Bacher), donde Jose Luis Hidalgo me estuvo entrenando. A los dieciseis años, dejé el deporte y lo cambié por la guitarra, instrumento con el que había comenzado a los cuatro -o cinco- y que me permitía tenerla en el cuarto para tocar e interpretar, mientras estudiaba (el deporte era imposible compaginarlo con los exámenes -al menos por aquel entonces-)
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ABAJO: Foto mía hacia 1974, saltando con unos trece años. Lo que se ve en el lado inferior (a la izquierda) y que parece una oveja; era mi perrito, al que le encantaba verme dando saltos. Tanto, que en cuanto me descuidaba se metía en la cama elástica, provocando tremendas caidas y choques.
En Alemania, además de unas maravillosas olimpiadas, tuvimos que vivir un episodio terrible, que prefiero no anotar ni relatar mucho -cuando vimos el asalto a la piscina y el secuestro de los pobres deportistas de Israel ( a los que desde aquí enviamos nuestra memoria)-. Pese a ello, toda mi ilusión no se apagó y seguí queriendo
ser olímpico algún día; deseo con el que regresé a España. Durante ese año
vi varias entrevistas de televisión en las que hablaban algunos de los muy meritorios medallistas de nuestro país (que por aquel entonces solían ser uno o dos, por cada olimpiada). Aunque con estupor pude escuchar la de uno de ellos, que había ganado una medalla en la modalidad de "marcha" (en esos juegos o en un mundial). No recuerdo su nombre -aunque si me acordase, tampoco lo diría-, porque sí tengo en la memoria cómo aquel hombre, tras explicar la dificultad que precisaba ese deporte que consistía en andar sin llegar a correr; dijo que necesitaba al menos tres o cuatro horas diarias de entrenamiento (a más de subvenciones).
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Después,
el locutor, explicándole que estaba ante las cámaras y podía dirigirse a la Nación, le "invitó" a que como medallista les dijera algo. Expresando en su mensaje o petición
lo qué deseaba o necesitaba para su deporte (dinero, ayudas etc). El campeón solo contestó, que rogaba que se extendiera el conocimiento de lo que era la "marcha"; ya que entrenaba a diario desde las seis hasta las nueve de la mañana (antes de entrar a trabajar). Pero que como apenas
nadie conocía que aquello de andar y no correr era un deporte, mientras practicaba por los arcenes de las carreteras, los que pasaban a estas horas intempestivas en vehículos y a su lado, le decían las mayores burradas (entre las que se distinguía: "Chato, deja de menear así las caderas, que me estas poniendo a miiiilllllllllll...").
Rogando a toda España, que por favor a los de "marcha" no les soltaran este tipo de "piropos" durante las madrugadas cuando iban entrenando -desde los camiónes o los coches-. Que solo hacían un deporte, y nada "raro"... . Entonces,
mirando aquella entevista comprendí que por aquí no había mucho espíritu deportivo y quizás iba a ser difícil llegar a unas olimpiadas... .
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Pero volviendo a la historia que narrába y como decíamos, regresé de Munich en verano de 1972, con los once años allí cumplidos y el deseo de ir a Moscú 80 (pués para Montreal 76, iba a ser demasiado jóven y muy pronto). Para ello, me puse en manos de uno de los profesores de gimnasia que era un genio de la enseñanza y una buenísima persona, llamado
Fernando Bacher Buendia. Un hombre tan bueno, como cariñoso al que todos los niños le decían en plan de chufla: -"¿Fenando, Ba a acher Buen dia"-; y solo contestaba con una sonrisa, o comentando "Yo no soy Mariano Medina" (quien por entonces era el "hombre del tiempo"). Aquel me preparó durante unos meses y me presentó al campeonato de Castilla
en 1973, donde con sopresa vimos que estaba yo entre los dos primeros (por entonces Castilla, comprendía desde Andalucía hasta Cantabria -incluida-, tanto como Madrid y La Rioja).
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Posteriormente y viendo que estaba entre los cuatro primeros de España (durante 1973 y 1974), sabiendo que yo quería ir a unos Juegos,
me pasó al Canoe donde preparaban al equipo olímpico, dejándome en las manos de su amigo Jose Luis Hidalgo. Ya que
el problema de la cama elástica residía en que por entonces era tan novedosa
que no se contemplaba como modalidad olímpica. Debido a ello, había de pasarse al trampolín-piscina si alguien deseaba ir a los Juegos, o competir a escala internacional federada y bien organizada. La disciplina en piscina era mucho más dura, máxime cuando yo era "camaelastiquero" y el salto de trampolín se hacía a veces peligroso. Ya que la técnica es tan diferente que -en ocasiones- tras dar el salto, volvía a caer sobre la tabla (habida cuenta que la perfección en cama elástica es no desplazarse del lugar en que se está, y menos hacia delante). Sea como fuere,
los años 1975 y 1976 fueron felices, estando el primero de Castilla también en trampolín y no pudiendo ir a los campeonatos de España por celebrarse en Junio (época de exámenes).
AL LADO:
Celebrando mi decimoprimer cumpleaños en verano de 1972 con mis amigos en Giengen. En estos días comenzaban las Olimpiadas de Munich, que fueron (tras las de Mexico 68) las más mediáticas de la Historia. No solo por la buena organización, sino también al incorporarse en ellas nuevos sistemas de medición y cronógrafos, que permitieron revolucionar el sistema de records. A ello se unía la recién inventada en Alemania, televisión a color.
ABAJO: La educación alemana por aquel entonces era muy completa y compleja, exigiendo a los niños jugar con la música, con el deporte y con el ajedrez. Celebrando enormemente cada vez que un menor ganaba una partida a alguien de más edad. Por suerte para mi adaptación, en esos días yo ya tocaba la guitarra y mi padre (gran aficionado al ajedrez) me había aleccionado durante horas y dias sobre este juego -que en principio, tiene mucho de técnica y gran parte de empática-. Hoy en día, la incorporación de la música clásica y el ajedrez en la educación del niño, está casi olvidada (pero hace tan solo cuarenta años era muy normal).
Todo cuanto relato, me hizo tener "algo de suceso" entre mis compañeros de colegio; lo que destacaba más al existir una cama elástica allí y donde a veces me dejaban entrenar a solas o en los "recreos" (sobre todo en época de campeonatos). De tal manera, cuando estaba preparándome para unos de España y
el día antes del campeonato se me ocurrió llevar el equipo de gimnasia al colegio (que entonces era camiseta y pantalón láster blanco). Como de "esa guisa" debíamos concursar, era menester entrenar así vestidos y
no tuve mejor idea que ponérmelo y comenzar a practicar durante un "recreo", delante de todos mis compañeros. Por lo que tal como aparezco en las fotos de abajo, salí a realizar ejercicios en la cama elástica.
Tras ello, con algo de horror vi como en las ventanas de aquel gimnasio se asomaban algunos de los más gamberros del centro. Quienes al verme de esa manera vestido y subir a la lona para ponerme a saltar, comenzaron a decir procacidades y yo a escuchar las mayores burradas imaginables... . Me hice el sordo, pero era inevitable oirlas. Destacando sobre todas las que me soltaba uno de los más golfos -compañero, que luego se metió a cura y ahora es fabricante de muñecos para niños-. A quien se
le oía afirmar a todas las niñas, que yo me encontarba en situación de "plena indecencia". Aquello era pura mentira y lo único que sucedía fue que el pantalón de deportes era láster y blanco, por lo que se "marcaba" mucho. Debido a lo que "aquel paquete" provocado por el uniforme deportivo, fue el motivo de juergas y bromas del mencionado gamberro (después sacerdote...); que desde las ventanas del gimnasio me soltaba las mayores procacidades, ante los risoteos de las compañeras de mi colegio.
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Yo no sabía dónde meterme, ni cómo demostrar que aquella acusación de estar en situación de "indecencia" era completamente falsa. Qué hacer en estos momentos de la vida, creo que es uno de los misterios de ella. Tanto que me preguntaba -con catorce años y ante las miradas de todos y todas-, cómo podría salir dignamente de aquel problema. Saltaba y saltaba, dando piruetas y más vueltas; solo pensando en no ser visto, ni menos observado en "aquella parte". Zona que ese "golfo" afirmaba que estaba en postura desmesurada e indigna... . De todo aquello,
recuerdo la tremenda vergüenza que pasé, sin poder demostrar que la "acusación" era falsa -¿y, cómo hacerlo?- ya que solo era producto del diseño del pantalón... . Puedo asegurar que si te dicen algo tan horrible a los trece años y frente a tus compañeras de estudio, uno prefiere desaparecer antes de enfrentarse a la realidad. Sin saber ya ni qué hacer, no dejaba de caer en plancha sobre la cama elástica, para hacer ver que era imposible que aquello "estuviera duro", a menos que me arriesgara a "rompérmelo" contra la lona. Pero nada,
aquel golfo seguía con sus procacidades y las niñas riéndose y afirmando ver lo que no existía. Así, llegó un momento en el que me hice el lesionado y salí como pude desde esta terrible situación, simulando una caida... . Apenado (voz que no viene precisamente de pene) y
pensando, que allí y entre aquellos que me observaban, no había mucho "espíritu olímpico".
JUNTO Y BAJO ESTAS LINEAS:
Dos fotos mías saltando hacia 1974-75 con el uniforme "oficial" de gimnasia. Consistía en la normal camiseta y pantalón láster (de tirantes), junto a zapatillas blancas. Una vez, en la jornada previa a un campeonato de España se me ocurrió llevarlo al colegio y entrenar así vestido; aquello fue terrible. Las procacidades que un golfillo comenzó a soltarme desde las ventanas del gimnasio, me hicieron pasar uno de los momentos de mayor vergüenza en mi juventud. Aquel compañero de colegio que profería esas gamberradas, terminó pocos años después metiéndose a sacerdote (no me extraña... era un "pecador de la predera").
Pero
no acabaron allí las desgracias en el colegio a cuenta de la cama elástica. Ello porque ya a los quince y dieciseis años se pasaba a ser alumno de otro profesor, que no era ya el preparador de gimnasia que "me tenía en palmitas" (Fernando Bacher), sino precisamente su "oponente". De tal manera,
cuando comencé el siguiente curso vi como aquel nuevo profesor de deportes advertía de que en el nuevo sistema, la cosa iba a ser dura y no se tolerarían bobadas. Por lo demás, ese hombre era el jefe de disciplina colegial y al que todos los niños tenían más que miedo, horror.
No tardó en llegarme el turno de probar su dureza, debido a que en el primer mes (o evaluación) ya me había suspendido... . ¿Suspendido en gimnasia, yo?... Me preguntaba sin dejar de lamentarme y sin nada entender.
Llevé las notas a mi padre, quien ante el asombro de ver un 4 en deportes, me dijo que le enseñara mi última medalla al profesor, pues él tampoco lo comprendía. Así lo hice y aquel al que llamaremos "
" (por no desear mencionar su nombre y perjudicar su recuerdo) teniendo mi medalla de campeón de Castilla en la mano,
afirmó que yo hacía muy bien mi deporte pero muy mal la gimnasia. Así que con ese recado me mandó para mi casa, donde se "meshaban" los cabellos ante una situación tan incomprensible.
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Pocos días después, aquel "
" me vio en un pasillo y me dijo: -"Oye, tú; ven para aquí"-. Tras ello y profiriendo la frase -"Pereda eres un imbécil"-, me soltó un bofetón que me dejó con las orejas dando palmas por bulerías. Yo con la mitad de la cara completamente dolorida, le respondí dicendo que no era "Pereda" y antes que me diera tiempo a explicar el error y a pronunciar mi nombre, ya me había soltado otro sopapo en el lado contrario, mientras replicaba -"Y este segundo por listo"-. En ello y mientras me intentaba recuperar del estado de "K.O.", le expliqué que yo era Gómez-Morán y no Pereda, a lo que replicó que le perdonase y que fuera a buscar al tal Pereda para quitarme a mí los bofetones y ponérselos al que los merecía... .
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La cosa es que solo se me ocurrió ir a mi amigo y advertirle que le buscaba "la autoridad" para soltarle un par de tortas, y que si deseaba presentarse ante "ella", quizás se las indultaran porque yo me las había llevado puestas. Claro que al tal Pereda, solo de verme como traía la cara -con los dedos del profesor de deportes marcada-, le entraban sarpullidos y tembleques. Por lo demás, el "buscado" no entendía la razón de aquella cuenta pendiente con el "departamento" disciplinar del colegio, asegurando que no había hecho nada (pero nada de nada). Así que el tiempo pasó y al tal Pereda no le dieron torta alguna a cuenta, ni parecía que tenía "algo pendiente" como para que le castigaran. Todo lo que me hizo pensar que en verdad el profesor "
" no debió confundirme con Pereda (al que muy poco me parecía) sinó que en verdad deseaba darme un par de tortas y lo hizo de esa manera. Bofetón que posiblemente se debió a mi reclamación por el suspenso y a la medallita que le había llevado unos días antes (todo lo que le había sentado a "cuerno quemado").
Entonces me di cuenta que por aquel entonces, había muy poco "espíritu olímpico". Meses después, harto de la disciplina de gimnasia y de porblemas con los exámenes, dejaría al deporte para dedicar mis horas libres a la guitarra (decisión de la que nunca me arrepiento).
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Pese a este triste final de mi vida deportiva,
siempre he creido que una de las mejores cosas que hice en mi juventud fue dedicarme a entrenar y a competir. Algo que te da un espíritu deportivo, gracias al cual siempre admiras e intentas imitar al que es superior en condiciones a ti. Un hecho que la educación física hace manifiesto y por el cual aprendes que aunque haya personas con unas mayores dotes, si se trabaja, se puede lograr lo mismo -o más- que aquellos. Todo lo que confirma y conforma
el espíritu olímpico, del que mucho se ha perdido al introducir el mundo profesional dentro de los Juegos. Unas Olimpiadas que deberían ser para conceder protagonismo a los deportistas a quienes muy pocos hacen caso, ni apenas salen en los medios de comunicación cada cuatrenio. A los que por lo menos, una vez cada cuatro años se les debería dar la oportunidad de obtener un reconocimiento social (sin que otros deportistas del circuito profesional les hagan tanta "sombra").
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Por lo demás, las inaguraciones y clausuras de estos Juegos han pasado a ser de ambiente discotequero. Tanto, que en los últimos vimos a Paul MacCartney tocando un piano, mientras Daniel Barenboim -genio entre los genios de la música- tocaba (o portaba) la bandera olímpica... . Por ello y ante todas estas escenas yo me pregunto si algo quedará del verdadero espíritu olímpico, o todo será ya de "ímpetu hispánico". Aunque aun nos queda esperanza, pues la paraolimpiada que en estos dias comienza es -seguramente- el evento que mas conserva esa "espiritualidad antigua".
AL LADO:
En mis comienzos de salto. Hacia 1972, con unos doce años cuando me preparaba para competir y conseguí en unos meses estar entre los primeros de España.
ABAJO: Una de mis últimas fotos como saltador. En 1976, ya poco antes de cumplir los dieciseis años y de dejar de entrenar con Jose Luis Hidalgo en el Canoe.
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