Al LADO:
Foto mía tomada junto la señora que con un enorme cariño me recibía y que me tenía en su casa los veranos en Alemania. Era una guapísima rusa con una historia curiosísima: Hija de un conde bielo-ruso, que trás la Revolución consiguió "salvar el pellejo" gracias a que se enamoró de él una partisana. Se casó con aquella que le rescató de una muerte segura, consiguiendo trabajo como ferroviario en Moscú. Ambos tuvieron una niñita (hacia 1920) a la que "el pobre aristocrata de los railes", enseñó perfectamente francés y alemán -los idiomas que él hablaba en su casa, con sus padres-. La hija del noble conductor de tranvías, tenía unos veinticinco años en 1945 y aprovechando los días del fin de la guerra, la falta de control de fronteras y la situación que se vivía -por orden y consejo de sus padres- echó a andar hacia Alemania. Consiguió pasar hasta la frontera germana, diciendo que se trataba de una refugiada que debía volver a su hogar en Baviera. Parece ser que dado su perfecto alemán y a la documentación que le habían preparado, nadie sospechó de que en verdad era una moscovita.
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Así llegó hasta Munich, donde fue recogida como refugiada y pronto encontró trabajo de secretaria y traductora en la empresa Bosh. Allí, uno de los directivos se enamoró de ella; otra buenísima persona que también me acogía en Alemania los veranos y con quien se casó hacia 1950 -iniciando una nueva vida en la que tuvo dos hijos y muchos nietos-. Me decía en 1968 (cuando está tomada esta foto), que nunca más había vuelto a saber de sus padres, con los que no se atrevió a contactar -por motivos obvios-. LLoraba mucho al ver fotos y reportajes de Moscú y nunca supe si logró regresar a la ciudad que tanto añoraba ir (al menos, antes de irse de este Mundo). Era una mujer maravillosa, cargada de humanidad y que solo tenía un defecto: Me ponía para desayunar sopa de remolacha (en pleno verano... ¡Toma del frasco!). Yo me siempre le dije que me encantaba... Fue en lo único que le mentí y no me costaba tomarlo, ya que la bebía como si fuera un gazpacho (de algo servía ser un niño español, con capacidad de adaptarse).
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Por lo demás, siempre me animó a seguir con la música, pues me decía que si pasaba "algo" (nunca se sabe en qué situación se va a ver uno en la vida), siempre la guitarra era una valiosa ayuda. Contaba que su padre vió a un intérprete de balalaika al que indultaron cuando examinaban y detenían a la gente que no tenía callos en las manos. Al argumentar aquel músico que llevaba las yemas de los dedos cargadas de ellos (como todos los que tañemos instrumentos de cuerda); consideraron que trabajaba con las manos y le pusieron el libertad. Por ello siempre me animaba a seguir con mi guitarra. En la imagen, me veo a los diez años de edad (más o menos) y junto a ella -observados por la perrita Suzy-. El día de la despedida de Alemania y con mi equipaje; que por entonces constaba de maleta, guitarra y conjunto de flautas. Hoy, cuando hace años que no toco el piano ni la flauta -se me pasó la edad... al menos de lo segundo-; recuerdo aún los consejos de aquella mujer valiente que siempre me dijo: -"Angel, en cualquier país del Mundo, ante quién sea y con tu guitarra, siempre podrás comunicarte y ganarte el corazón de la gente"-.
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Por lo demás, los que mejor me valoraban entre los jóvenes de entonces, me aconsejaban meterme en un grupo de "rock" o de "pop", considerando que eso de la guitarra clásica era una ruina (y la flamenca "cosa inexplicable"). Recuerdo que un día alguien me comentó por qué no hacía algo más moderno y le contesté, simplemente, porque me gustaba lo que tocaba y aquello que componía (clásico-español). Me aconsejaban -por cuanto sabía ya de guitarra-, que debía ofrecerme a algún un grupo de nombre por entonces (en plena movida de los ochenta); incluso me indicaron con muy buena intención a varias personas para contactar. Le contestaba que no sabía hacer eso que me pedían, que no era mi estilo ni mi forma de interpretar... .Tristemente, al oir eso, me tomaban por tonto... .
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Hoy, unos treinta años después, me planteo qué hubiera sido de mí si llego a Japón tocando la guitarra eléctrica... . Evidentemente siempre hubiera tenido un sitio, pero entre los miles que hacen lo mismo -y mucho peor que ellos-. Muy distinto es proceder de un bagaje cultural que te regala tu país (como nos sucede a los españoles) y poder rodearse de personas cultas. Pese a ello, el éxito ya no llega para los que seguimos este camino -"el de siempre"-; aunque sí la felicidad (al menos la de haber cumplido con nuestra obligación). Por lo demás, la persona que más éxito tuvo en la cultura -de cuantas conocí en mi infancia- era quien opinaba que la cultura ni la Historia servían para nada. Que "gente" como Bach o Beethoven habían sido unos "pringaos" y que lo bueno era "montárselo", llegando a la cumbre antes de los treinta ("los otros" eran unos muertos de hambre.) Aunque no lo crean, aquella persona consiguió tener un éxito absoluto, y mucho antes de los treinta -tal como se propuso...- .
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Terminábamos nuestra anterior entrada hablando de Halloween y de cómo los niños japoneses tenían por costumbre común celebrarlo (muchos de ellos en Tokyo Disney). Algo que ya está extendidísimo, festejándose en casi todo el Mundo esa noche que desciende del festival gaélico irlandés más importante (y no tan celta). El famoso día del "fin de la luz" (Samhein) que tenía lugar la primera luna llena favorable, tras la del Equinocio de otoño. Una celebración que por muy común que sea actualmente, nadie o casi nadie la conocía en España unos treinta o cuarenta años atrás. Fue así, como en esos días (hace casi cuatro décadas) decidimos festejar Halloewen por primera vez. En verdad la idea no era mía, fue de un amigo; gran persona, compañero de colegio y de fatigas; quien había vivido unos ocho años en el extranjero (de los doce que por entonces tenía....). Se llama Ignacio Aguirre -bonachón y aficionado a los toros, como toda su familia-; y fue él quien me contó cuan divertido era aquello de disfrazarse y salir a la calle en la Víspera de Todos los Santos, para recibir caramelos (como había hecho todos los 31 de octubre, en los paises en los que vivió).
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La verdad, es que tal como lo narraba parecía fantástico lo de ponerse caretas y asustar a la gente en sus casas; para que a cambio te regalaran dulces. Así que pensando que aquello era un "planazo", un 31 de octubre de hace unos cuarenta años, me fuí hasta su casa (que estaba apenas a un kilómetro de la mía) llevando unas máscaras verdaderamente buenas. Antes de salir a amedrentar a la gente, nos planteamos el problema de que los españoles no conocían Halloween; algo que resolvimos pronto: Bastaba con meterse en una colonia donde vivieran extranjeros y allí celebrarlo. Con ese fin decidimos ir a las casas de los diplomáticos... . Sin contar con que por mucho que los extranjeros conocieran Halloween, los españoles que trabajaban en sus casas, no tenían ni idea de lo que era esa fiesta.
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En la primera que llamamos, nos abrió "la doméstica" (como ahora se dice) quién se asustó y quiso cerrar; pero antes de que lo hiciera mi amigo Ignacio se puso a gritar lo de "Halloween night...". Aquel niño tenía una voz inconfundible, ronca y cazallera -como si se desayunara diariamente con tres carajillos del brandy más peleón-. Tanto fue así, que la susodicha empleada del vecino, entresacando la cabeza por la puerta, le dijo: -¿Ignacio? ¿Eres tú, "cacho idiota"?-. Nos dió la risa y aquella mujer salió de la casa escoba en mano, obligándonos a correr escalera abajo. Parecía que la noche de brujas era de veras brujeril, con escobas y todo... .
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Tras escondernos y reponernos del susto, riéndonos como dos idiotas, decidimos volver a "la carga" y llamar a otro timbre. En este caso nadie abría y de pronto se oyó que algunas personas se acercaban a la puerta. Parecía que observaban por la mirilla y murmuraban... . De pronto oimos que los de dentro de la casa decían: -"Mira; llama a la policía que hay dos tios muy raros en la puerta"-. Salimos despepitados y esta vez sin reirnos, no paramos de correr hasta ponernos a buen recaudo, donde volvió a darnos otro ataque de juerga por lo imbéciles que éramos. Finalmente, decidimos que España no estaba aún muy preparada para esa fiesta de Halloween y que mejor era no llamar a ninguna puerta más. Tras todo ello, regresé a mi casa andando y con las caretas en la mano. Estaba verdedramente hastiado de no haber logrado asustar a nadie, ni tampoco tener éxito explicando a la gente lo que debían de hacer esa noche de vísperas... .
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Así, caminando iba solo y apareció un perrito de esos sueltos, que simpaticamente me comenzó a seguir. Era ya plena noche y en ello pensé: -¡A este sí que le voy a dar un buen susto!- (por el perro). Dicho y hecho; me coloqué la mascará y le miré gruñendo... . Cual fue mi sorpresa que aquel chucho que hasta ese momento me miraba cariñoso y afable, se me arrancó como si fuera un Mihura y tuve que salir calle arriba para que no me arrancara "algo" de cuajo. En la huida y para escapar del can, le lancé la careta; el perro que estaba más cabreado que un humorista empleado en una funeraria, se tiró a morderla -como si fuera aquello el vivo retrato del demonio-. Allí se quedó, destrozando la máscara y mientras la hacía mil pedazos, yo aprovechaba para llegar a mi casa más veloz que un galgo. Al entrar, me vieron totalmente desencajado, con el susto en el cuerpo y el corazón a mil. Me preguntaron qué me pasaba. Nada -les dije- es que era la noche de los difuntos y por la calle había brujas y lobos. Cuando les conté lo sucedido, no podían dar crédito a lo tonto que yo era. Y es que la verdad, por aquel entonces, una víspera de Todos los Santos ir disfrazado y llamando a las puertas para asustar, solo podía tener como resultado que te partieran la crisma de un paraguazo, o que te mandaran a dormir a comisaría. Por lo demás, a nadie se le ocurre dar un susto a un perro callejero en plena noche... . En la entrada de hoy vamos a explicar como adaptarse junto a los japoneses, para poder ir a tomar algo con ellos. Al menos, lo suficiente como para entendernos y saber estar, disfrutar de una cena o soltar alguna bobada que les distraiga.. En la foto que vemos (de hace bastantes años) estamos mi mujer y yo en casa de nuestro amigo el Sr. Kobuna. Sobre la mesa puede verse la complejidad de una cena japonesa, en la que se sirven al menos unos diez platos (por persona). Todo ello implica cocinar y preparar decenas de cosas diferentes, tanto que una invitación no puede resolverse con un aperitivillo, un segundo fuerte (carne o pescado ) y un postre que lo trae el que viene a cenar... . La verdad es que una cena japonesa es tan "barroca" como un chiste contado por un sevillano -que nunca se sabe cuando llega al final y siempre puede terminar de forma diferente a como lo oiste la vez anterior-.
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ABAJO: Mi cuñado -el "hermanito nippón" que la vida me dió-, es una de las personas a las que más le gusta la cocina japonesa. De cuantos conocí en este país, yo creo que es el más japonés que he visto en mi vida (vamos, como si fuera un andalúz y de Triana). Podría pasarse la vida comiendo cosas diferentes, pero solo "de allí", y cocinando otras tantas -aunque cuando se mete entre pucheros es temible, porque te obliga a tragar todo lo que se le ocure mezclar en ellos (que en verdad es "más que mucho")-.
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Un día, tras celebrar las honras fúnebres por su madre, decidió que aquel ambiente era muy triste. Para animarlo se propuso emborrachar al "cura" (un sacerdote budista); así y con el fin de animarle a beber comenzó a servir el sake más caro que hay (HakkaiSan -para que lo comprendamos, como si fuera un Vega Sicilia-). Aquel curilla no dejaba de pimplar una y otra copa, al ver tan buen licor y fue tanto lo que bebió que pronto se sintió mal. Cuando quiso levantarse para ir al baño a "mejorarse", ya no pudo... Nos echó "la pota" encima de la mesa. Fue en ese momento cuando entendí que Japón era otra civilización; nadie se inmutó, todos hicieron como si no hubiera pasado nada y mi cuñado dijo a voz en grito: -"Por lo menos, ha sido un funeral alegre, gracias a un cura tan simpático"-. En la foto podemos verle, a la nuestra derecha y reflejado sobre un espejo, mientras sus hijos se prueban kimonos. A la izquierda y de pie, mi mujer; bajo ella su hermana y al lado, sus hijos reflejados en el probador.
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La importancia de lo cultural es algo que nadie conoce hasta que se enfrenta con otra civilización. Sabiendo entonces que el Mundo no es tal como te han enseñado a pensarlo; ni menos como uno desea razonarlo, y siquiera como querríamos imaginarlo. Porque la educación y el modo de ver la vida es algo que se nos añade a nuestra epidermis, haciéndose una indesprendible parte de nuestra piel. Muchos tratados japoneses hablan de "la piel" como un concepto que se nos escapa, ya que para los occidentales solo puede relacionarse con algo animal. Pues la dermis, entre nosotros, es un hecho que se asocia con el pelaje, el abrigo y hasta con una muda (como realizan las sierpes); pero nunca con un sentimiento humano y profundo. Muy por el contrario, en el lugar en que antaño nacía el Sol, la piel está inmersa en el halo de su cultura, ya que la epidermis es parte fundamental de lo que se siente como bello y sublime. Ello, porque en Japón lo limpio, va unido a conceptos como la seda, la perla o la madreperla; al mar, al agua y la pureza. Sin nada sexual; limpieza en el más estricto sentido, habida cuenta que en su idioma "bello" y "limpio" es una misma palabra: Kirie.
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Esta voz que se asocia o se pronuncia igual a "señorío" en griego -"kyriee" ()- es un hecho que para un hispano se hace incomprensible (al menos para mí) y así, en muchas ocasiones les he intentado explicar que lo sucio puede contener belleza. Esta idea, les deja asombrados, preguntándome: -"Una mujer sucia... ¿Cómo puede ser bella?"-. A lo que he de contestarles que "en mi tierra, sí hay belleza entre lo que no es limpio"; tanto que una de las expresiones de lo erótico puede estar en esa "falta de lavado". Se sorprenden, pues para ellos la higiene es sinónimo de lo bonito; tanto como para un occidental pueda serlo de la medicina. No comprendiendo los japoneses una belleza que no sea limpia de rasgos, de formas, de movimientos y veladuras. De la misma forma que a un europeo le sería imposible entender un hospital con desconchones, churretes y manchas por doquier. Y es que es así como entienden lo sublime, unido siempre a la piel... y la piel a la seda, y la seda al agua.... y el agua a la espuma; y la espuma al volcán. Volcán que fue dios, del que nacen las fuentes templadas y medicinales en donde bañan su presente y su pasado.
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Entendiendo ello, comencé a comprender cómo se sienten las diferentes culturas. Patrias, civilizaciones o naciones de las que algunos dicen, se hallan subconscientemente inmersas en los sabores de un lugar. Tanto que hay una teoría que basa el nacionalismo y el patriotismo en esta causa, considerando que aquellos que no son capaces de cruzar las fronteras -o de admitir otras civilizaciones-, es porque no toleran otros sabores, ni otros olores (por cierto; si esto es verdad, para mí que el Sr. Artur Más no ha comido más que butifarras en toda su vida y quizás por ello le cuesta cruzar tanto el Ebro).
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Nos pusimos en la barra, junto a unos alemanes que habían pedido unas raciónes; entre otras, de cigalas y de langostinos. Con gran sorpresa y sonrisa vimos que aquellos germanos comían el marisco como el resto de las cosas: Partiéndolo con cuchillo y tenedor; masticándolo sin pelarlo -trás cortarlo en piezas semienteras y a bocados-. Nos miramos y el camarero nos sonrió; conocía de sobra a mi padre que por allí iba mucho y con sorna y confianza nos dijo: -"Menudos bestias. ¡Eh!. Se van a quedar si dentadura"-. Fue entonces cuando mi padre (que hablaba perfectamente alemán) les intentó explicar que los langostinos -y sobre todo las cigalas- había que pelarlos antes de comerlos. A ellos (como buenos germanos) no les gustó que les "dieran lecciones", pero tanta fue la insistencia que pelaron un langostino y lo tragaron "como Dios manda" (sin cáscara). Tras ello, afirmaron que el marisco estaba mucho más rico "al natural", y que al quitarle "lo de fuera" perdía mucho sabor.
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Todos nos quedamos sorprendidos; tanto que mi padre pidió una de langostinos para probar si era verdad. Entre risas nos pusieron la ración, dándome a mi uno, tomando él otro y obligando a comerse a menos así uno al que atendía la barra. Habiendo que jamarse el langostino con cabeza y todo, sin pelarlo... . Lo peor -lógicamente- era la parte de los bigotes y de la boca, que nos hacía a poner cara de limones. Cuando estábamos en ello, riendo y comiendo de esa forma el marisco, entró en el local el limpiabotas de la zona... . Nos vió tragando los langostinos enteros (a los alemanes, a nosotros y al camarero) y dió un grito como si hubiera visto al mismo Satán, diciendo: -"¿Pero es que nos hemos vuelto todos locos?. ¡Será posible, comiendo gambas sin pelar!. ¡Vamos; eso no lo he visto yo ni a los perros...!"-.
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Los alemanes, muy asustados, preguntaron por qué gritaba tanto ese hombrecillo de bata que entraba con una caja; a lo que se les dijo que consideraba que eso de ingerir el marisco con cáscara era una salvajada. Contestaron seriamente -algo molestos-, que la burrada y lo exagerado era gritar así, como "el limpia" hacía; por muy divertido que considerase hacernos chistes a voces... . Al fin y al cabo ellos habían pagado la ración y se la comían como les venía en gana. Viendo que estaban incómodos, mi padre intentó explicar a todos lo que pasaba, para que el camarero y el limpiabotas dejaran de hacer chistes y de mostrar su sorna. Tras lo que, al sentirse herido el de los zapatos, entredientes senteció: -"Pues cuando esta noche les dé la peritonitis, se va a acordar... . Ya te lo digo yo, estos como sigan por aquí muchos días se vuelven "pa" Alemania como mis betunes; en una caja de pino."-. Preguntaron los germanos qué había dicho aquel "limpia", que parecía tan divertido; solo pudieron explicarles que la frase "era una expresión intraducible".
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Y ahora pienso yo... Por qué se me habrá ocurrido mencionar esta anécdota... . Recuerdo... . Era tan solo por explicar que una cultura y una civilización es muy dificil de superar y de comprender. Tanto que yo me planteo si no sucederá algo similr con lo que está pasando en España; una cosa parecida a lo que ocurría en esa barra de La Quinta del Sordo. En la que unos alemanes se ponían morados a marisco, que como lo pagaban ellos, podía comerse con cáscara. Claro, que el limpiabotas tenía muchas razones para advertir de que ello llegaba a provocar hasta peritonitis... . Y es que España es un país muy, muy antiguo; lleno de problemas internos, que no ha podido ni tener siquiera una Revolución Industrial, ni un pobre Siglo de las Luces; aunque quizás por eso es la puerta hacia el Mediterráneo Sur y a Iberoamérica (un país, donde muchos nos sentimos muy unidos a las culturas orientales y a las más antiguas). De ello, que el que paga, aunque lo haga de forma espléndida, aún debiera dejarse asesorar -aunque sea por un simple limpiabotas...- . Puesto que "allí donde fueres; haz lo que vieres":Cuando uno va a Japón debe de hacer lo que vé; de tal modo, en algunos lugares pedir pan o tenedores, es como solicitar en España un poco de Washabi o de Shooga, para añadir en la comida. Lo mejor es adaptarse a lo que salga y si no nos gusta mucho, pensar que es un problema relacionado con nuestra falta de experiencia. Bastará recordar la vez primera que uno probó el queso de cabrales, las ostras o el caviar; para entender que los inicios nunca son "un momento de gloria". Lo mismo nos sucederá con gran parte de la comida japonesa, el problema está en conocer y dominar sus sabores. Es como cuando escuchamos música en una afinación distinta a la nuestra (que nos choca muchísimo). En la foto junto a estas lineas, estoy en los días que conocí Japón (hace ya casi cuarenta años); momento en que recuerdo como la comida me llamó la antención por no conocer ningún sabor, ni poder admitirla bien. Con el tiempo, es ya todo como si fueran fabadas y cocidos; donde a veces hay que separar un poco del "compango" (porque ha salido un poco fuertecilla la morcilla).
ABAJO: Junto a mi hermana -Ma.Teresa- en esos dias que fuí por primera vez a Japón; allí, para todos nosotros una de las sensaciones más fuertes fueron los sabores tan diferentes a los europeos. Hablamos de hace casi cuarenta años, cuando en España no había ningún restaurante asiático (lo más raro por aquel entonces yo creo que eran las pizzerias que en ese tiempo comenzaban a ponerse de moda...). Por lo que recién llegados a Tokio, nos fuimos a un restaurante totalmente japonés. Cada uno de nosotros pidió un plato-bandeja del menú y casi entre todos completamos la carta entera. Extrañados los empleados de local al vernos solicitar a unos platos tan diferentes, nos los trajeron y aquello fue un no parar de reir.
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Primero, no sabiendo usar los palillos, lo único que vimos manejable (que se podía pinchar) era una bolita verde, del tamaño de un huevo de paloma y que venía en todas las bandejas. Comenzamos algunos la comida por allí y al meterlas en la boca, resultaron ser las bolas de Washabi, terriblemente picantes -para mezclar un poquito en cada plato-. Tras ingerir y tragarnos una "croqueta" entera del Washabi, algunos comenzamos a llorar de picor y ardor de boca; mientras las camareras lloraban de risa. Pidiendo agua y mil cosas, haciendo gestos para poder quitarnos el dolor de lengua, conseguimos superar ese trance. Después recuerdo que tomé una sopa de la que me preguntaron mis hermanas, qué era. Creí y estaba seguro que estaba hecha con ojos de algo (pescado o de lo que fuera) y por gestos intenté preguntar si se trataba de eso. Los pobres camareros no podían parar de reirse cuando se dieron cuenta que pensábamos que la sopa de algas era un caldo de ojos de pescado y la tomábamos tan tranquilos... . Todo degeneró y terminó preguntando por gestos, si una cosa era de allí o de aquí... (señalándonos a todas las partes del cuerpo). Una juerga general en la que al final salimos a darnos una ducha, pues entre el calor, los picores y lo poco ingerible, no había quien soportara comer allí.
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Hoy vamos a tratar de adaptarnos y vivir mejor en "los japones"; para ello es fundamental salir a beber y comer. En verdad, el asunto de "tomar algo" allí por fortuna es fácil ya que en la mayoría de los restaurantes "rapidos" nippones tienen en el escaparate reproducido -y en plástico- todo el menú. Una costumbre que yo creí se trataba para extranjeros, pero no es así; puesto que en cuaquier lugar del Japón podemos encontarnos con uno de esos locales donde sirven comidas y en la fachada vemos en moldes de silicona todos sus platos (a veces, hasta con humo simulado). Tanto, que hay una verdadera industria de estas comidas hechas en plástico y que los dueños de los pequeños locales ponen en las entradas del establecimiento. Como digo, en un principio, creí que su función era la de permitirnos a los extraños ir hasta el escaparate y señalar con el dedo el plato que a uno le apatecía comerse... . Pero claro, ello era un argumento pobre y absurdo; entre otras cosas porque cuando los vi por primera vez y cuando estaba más extendida esta costumbre, fue hace veinte años; época en la que apenas había extranjeros. Finalmente deduje que estas copias en silicona de las comidas, solo tienen como función abrir el apetito a quienes pasan por delante... .
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De ello, que sean tan comunes esos estantes plenos de comida en plástico, en zonas como centros comerciales, estaciones o calles de paso. Por cierto; hé aquí quizás una idea para un nuevo empresario en España: Ofrecer a los restaurantes, réplicas en silicona de sus platos; algo que en áreas turísticas y de costa seguro que puede tener éxito y ser de gran utilidad. No solo para abrir el apetito, sino también para los que no sepan como son los platos y puedan verlos o conocerlos de antemano. Pues evidentemente, no es lo mismo una foto de esas que ponen en los menús; que las toquetean todos y que terminan perdiendo el color y poniéndose pegajosas (tanto que hay veces que no se pueden ni separar las hojas de una carta). Que estos moldes limpios en los que es imposible a veces distinguir si realmente son alimentos, o siliconas. Tanto que yo pienso que esta costumbre japonesa seguro que procede de antaño, cuando en las casas de comida cocinaban y sacaban al exterior lo que había para ofrecer a la clientela. Unos platos de muestra que posiblemente luego quedaban para los dioses (o para los muertos -quizás para el mendigo-) tal como el sintoismo manda hacer a diario.
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AL LADO:Como decimos, en Japón es común que una gran mayoría de los restaurantes tengan en sus escaparates el muestrario de sus menús. He aquí una buena idea para montar una empresa en España; donde en las zonas de costa o de turismo, puede ser utilísimo que los extranjeros puedan ver los platos tal como son (y pedirlos simplemente señalándolos).
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Acerca de estas situaciones, recuerdo un día -recien llegado a Japón, apenas con treinta años, cargado de vergüenzas y complejos- que tuve una comida con la familia de mi mujer. Entre ellos destacaba un "tío chistoso" (de los que siempre hay...) que a mitad de la cena me agarró un michelín (como si fuera un teta de cabra a la que se desea ordeñar) y pellizcando mis carnes -con más fuerza que coge un billete un tacaño-, dijo a voces: -"Oye, esto que te sobra, en tu país puede que sea de rico, pero aquí es de cerdo..."-. Todos rieron y yo no sabía para donde mirar; por aquel entonces no había comprendido que los japoneses en familia o cuando se toman dos copas, tienen menos vergüenza que El Platanito cuando entraba a matar... . Vamos, que a estos tíos que parecen todo protocolo y pleitesía, se les sirve una copa y se ponen como motos; a decir y soltar chorradas, con las patas por lo alto de la mesa y a burrear como niños. Algo que en plena cena o en mitad de una comida a todos nos puede llamar la atención (más si es de negocios); pero como dice el refrán: "A todo, uno se acostumbra". Una advertencia que les hago -muy importante- es que si mientras come agachado en el suelo (como si fuera un portero de Hockey), le tocan la barriguita y le dicen: "pollón, pollón". No debe quedarse asustado ni pensar mal; es que "pollon, pollón" en japonés significa "mullidito" y le están tratando con mucho cariño, comentando que su tripa es como la de un osito ("pollón, pollón"... si es que la propia expresión lo indica...).
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Otra cosa muy importante es no "hacerle ascos" a nada y compartir todo como ellos y con ellos. De lo contrario va a seguir siempre Ud. siendo un marciano. Pero sobre todo, lo que tiene que compartir es el sentido del humor; lo peor en Japón es no reirse, viene a ser como en Andalucía, donde lo que se ve muy mal es ser un "tío sieso" (perdón por la expresión, pero es así como se llama al antipático, pese a que "el sieso" sea parte "menos noble"). De ello, aunque la broma sea muy pesada (como la de tirarle de los michelines, cual si fueran ubres de una vaca suiza), si Ud. lo acepta, e incluso si contesta con humor y con ingenio, va a ser admitido pronto. Así que, cada vez que en plena moña a mí se me cuelga un japonés de las tetillas o de la tripa -cual una chiva hace con su cabra madre- siempre me los quito de encima con una frase y haciendo un chiste. Nunca se enfade de ello, la familiaridad en Japón significa haberle admitido como si fuera uno de los suyos; enfadarse porque pierdan la compostura, es como si nos peleáramos con un andaluz al intentar sacarnos a bailar flamenco. Una foto mía reciente: Así es como estoy ya, después de tantas comiditas con mi cuñado y compañía. Un detalle a ver, es el estado del pino japonés, pues se puede observar en la corteza que no tienen nada que ver con un árbol de los que conocemos, de la misma especie. Pese a ello, se trata de un pino común y de jardín, aunque el cuidado que llevan aquí los vegetales es minuciosísimo y muy laborioso. Vamos que si los observamos junto a los de los bosques de España, es como comparar a una actriz de Hollywood con un jotero de Cuenca.
ABAJO: Foto de mi amigo y compañero de empresa el Sr.Hagiwara (junto a un stand vendiendo olivos y aceites españoles). Este hombre, que era ya un moderno en su época y que conducía un Lottus hasta casi los setenta años (mientras canta Country a todas horas), ahora se nos ha hispanizado mucho. Entre otras cosas, cuando tomábamos unas copitas bromeaba con mis chichas y me las pellizcaba diciendo lo de "pollón-pollón". Le comenté que eso era muy feo en España, traduciendo su significado; para que no lo hiciera (al menos conmigo). Ahora es un "sinvivir" y cada vez que anda de copas está todo el día con lo del "pollón-pollón" bromeando a unos y a otros. Y es que a los japoneses "lo verde" les gusta más que a los andaluces. Los temas o chistes "verdes" se llaman "simóneta" (que significa "asunto de bajeras"). Cuando esté con un japonés, no olvide comentarle esa palabra (simóneta) y verá que cara de pillos se les pone.
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Por lo tanto, cuando se siente a comer con ellos no tenga espíritu de extraño y piense que está tapeando en alguna ciudad de España. De hecho, lo que le van a servir en decenas de platitos son "tapas" y el ambiente que desean crear es el mismo que se genera en una "reunioncilla" de amiguetes -de cualquier bar o lugar en nuestro país-. Desde ese momento, verá qué pronto le aceptan y hace relaciones (incluso negocios). Sobre todo si les suelta chistes y hace bromas de "simóneta". Nunca ha plantearese lo que come o lo que le rodea como algo ajeno; piense que para un inglés nada puede ser peor que unas raciones de "callos", "manitas de cerdos", "mollejas", "riñoncitos", "sangre encebollada", "criadillas" etc.etc. -y nosotros nos las comemos como leones-. Así que sin miedo al Japón a hacer negocios (que por nuestras tierras la cosa "está mu mal"). ¡Muchos ánimos y que no decaiga!. Mis padres comiendo con palillos en Japón, hacia el año 1965 cuando. Estuvieron allí al nombrarle comisionado europeo de la Unión Internacional de Arquitectos. A mi madre le encantaba Japón desde niña; mi abuela y la madre de mi abuela se vestían ya de japonesas con kimonos hace más de cien años (cuando la moda de Madame Butterfly -por cierto, nunca he comprendido por qué en inglés mariposa se dice "mantequilla voladora"...-). Por Japón terminé yo, no sé si por influencia de lo escuchado en mi casa; aunque sobre todo al encontrarme con mi mujer: Lo más excepcional que he visto en mi vida (y mira que he leido, visitado monumentos y visto mil cosas; pero nada es comparable con ella).
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ABAJO: Mis padres en Japón, al representar a un Organismo de Naciones Unidas estaban obligados a hacer vida "oficial". Entre otras cosas ello implicaba aceptar una visita a una casa de Geishas, invitación del colegio de arquitectos nippón. Mi madre se negó y dijo que "ni hablar", que ella era de origen navarro y por mucho menos, allí se le daba al marido una zurra con el rodillo de hacer pan... . Tras mucho "tira y afloja" consiguieron que en la casa de geishas admitieran a cenar a mi madre (algo que consideraban bastante extraño). Contaba ella, que tras entrar allí, la trataron como si fuera la mascota; la pusieron en una mesa aparte -en la zona trasera y muy apartada- mientras a mi padre y a los hombres los llevaron al centro. Allí les daban de comer, les tocaban el samishén (1) y bailaban, haciéndoles monerías.
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Mientras tanto el enfado de mi madre iba subiendo de tono, hasta que trajeron un gran plato de Ymari, lleno de lo que parecían flores como hechas con comida -a imagen de un ramo realizado con vegetales y trozos de shusi-. Cruzaba aquella bandeja de cerámica una rama de pino, que de lado a lado hacía parecer que las flores salían de ella. Pasaron a mi padre el plato y no se le ocurrió otra cosa más que coger la pinocha (al pensar que las flores eran de adorno). Se la metió en la boca y allí estuvo minutos masticándola mientras las geishas y los japoneses no paraban de reirse... Era lo único no comestible y en verdad se trataba de un trozo de pino allí puesto de adorno. Los niponnes no podían dejar de reir y mi padre (con su orgullo asturiano) afirmaba que aquello estaba riquísimo. La cosa no terminó allí, cogió otro trozo del pino y -ale- a comérselo, mientras decía que en su tierra se desayunaban con eso. Mi madre ya enfadada de que hiciera bobadas, le tomó por la mano y dijo aquello, de: "O dejas de hacer el tonto o te quedas aquí". Parece ser que salió como un corderillo... Siempre afirmaba que aquel trozo de pino estaba buenísimo y que le sentó fenomenal. Por su parte, mi madre, pasó unos días rebotada (parece ser que estas son las imágenes de aquellos días en que mi madre andaba "de morros" por Japón -como se puede ver-). Por cierto: Para el que haya pensado mal, diremos que el samishén es un instrumento de cuerda (parecido a la guitarra)
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