sábado, 29 de abril de 2017

UN MUNDO QUE ACABA EN UN MILENIO QUE COMIENZA

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EL ARTÍCULO puede leerse enteramente o bien de forma resumida (siguendo las letras destacadas en rojo o negrilla).
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Fotografías de mi primo Salvador Monmeneu Santafé tomadas hacia 1970; en una serie de imágenes para cuadra que tenía -llamada Novales-. A la izquierda, le vemos como gentleman, sobre uno de sus caballos y antes de competir. En el centro, foto del ejemplar con el que más premios ganó (que recuerdo se llamaba Mangangá); a la derecha, en el peso y antes de salir a correr en el Hipódromo de la Zarzuela. Era un apasionado de los caballos, aunque esto finalmente le obligó a dejar todo deporte; debido a sucesivas lesiones, tras participar repetidamente en la modalidad de “steeplechase” (carrera de altos obstáculos, como el Gran National). Su afición por competir y montar los de sus cuadra, le obligaba entrenar a diario en el hipódromo; lo que suponía levantarse a las cinco de la mañana para ir a correr antes del trabajo. Además, conllevaba el riesgo de accidentes y de grandes intervenciones quirúrgicas. Tantas, que comentaba lo que sucedía cuando iban al Gran National el duque de Alburquerque y él; no pudiendo pasar por el arco de control de pasajeros, pues a ambos les pitaban los avisadores de metales -porque los dos estaban llenos de clavos y de tornillos en los huesos y caderas; debido a las diferentes operaciones y prótesis implantadas-.
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Una imagen de hace casi cincuenta años, en la que estamos delante mi primo Salvador y yo; detrás vemos a su padre -Salvador Monmeneu Ferrer-. Esta fotografía vino a entregármela él hace algún un tiempo; comentando que se acordaba del día y del momento en que fue tomada. Era una tarde de agosto de 1970, mientras salíamos del puerto de Altea hacia Calpe (Peñón de Ifach). A su padre y al mío les encantaba navegar y en ese tiempo teníamos un barco llamado Pescarus. Las dos familias pasábamos las vacaciones al unísono, viviendo casi juntos; de lo que entre primos, invitados, amigos y padres, sumábamos más de quince. Veraneábamos así porque mi tía Conchita (hermana mayor mi madre y muy unida a nosotros) había fallecido años atrás. De tal manera pasábamos las vacaciones muy unidos, y de ese modo sobrellevábamos mejor aquella triste y primera pérdida.
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Tendría Salvador en esta imagen que vemos, unos veintiseis años -yo unos nueve-. Él ya había acabado la carrera y la Mili; recuerdo que contaba que el servicio Militar lo hizo de Alférez en Maspalomas (Gran Canaria) y que el día de la Patrona celebraron una Marathón del ejército. Le asignaron como puesto, permanecer en el extremo Sur de la isla, avisando a los que iban llegando de que ese era el punto de retorno (para que regresaran a Meta). Así cogió un librito y se quedó a la sombrita en aquella playa de Gran Canaria tan bonita; esperando que llegasen los corredores. Pero tan agradable era la tarde y tan digestiva fue la celebración de la Patrona; que se durmió... . Cuando despertó solo veía algunos competidores que estaban intentando meterse en el mar, a otros que subían en dirección contraria y a muchos corriendo por las dunas, sin saber dónde ir. A las pocas horas ya estaba en “la Sala de Banderas”, arrestado para el resto de la Mili. Fue al poco tiempo de regresar de allí y tras terminar su carrera de ICAI, cuando debió tomarse esta foto.
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1- NUEVAS ERAS Y VIEJAS COSTUMBRES:
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Recuerdo que de niño me encantaban algunos relatos y películas que se asociaban al Milenarismo. La más divertida se llamaba “Historias del año mil” y narraba lo sucedido al final de ese siglo X; cuando monjes, nobles y plebeyos, cayeron en la desesperación al pensar que el Mundo se acabaría el 31 de diciembre del 999 (1) . Algo semejante llegó a decirse que ocurría hace muy poco, al comenzar el tercer milenio. Pero igualmente, en este segundo caso tampoco se produjo un Apocalipsis y menos el “Fin de los Tiempos”. Aunque a decir verdad, un Mundo sí que acabó durante estos últimos decenios... . Al menos ese “mundo” en el que yo nací.
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Me refiero a los tiempos del metal; a las Civilizaciones del Hierro y del Bronce, que durante más de cinco mil años habían dominado la Tierra. Pero que desde hace medio siglo han sido gradualmente suplidas por las Culturas del Plástico y por la Era Atómica. Porque nos guste o no; quienes hemos nacido antes del “digitalismo”, los que vimos la luz concebida como analógica, tenemos aún raíces eneolíticas. Perteneciendo en gran parte al un eje cultural promovido por las fraguas y los crisoles; procediendo de una civilización totalmente ajena a esta que partió del número y el dígito, del plástico y de la fisión del átomo.
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Así pues, los de antaño, los venidos a la vida mucho antes del Millenium; estábamos muy unidos al pasado y de ello, fusionados a nuestros ancestros -nunca fisionados-. En gran parte porque desconocíamos la revolución de progreso actual; y por cuanto no había tanta diferencia cultural entre el hijo con el padre, o entre el progenitor y el abuelo (como actualmente sucede). Unos tiempos de innovaciones que hoy vivimos, en los que si escribimos los grandes inventos de los veinte últimos años, superarían con creces en número e importancia todo lo creado a lo largo de la Historia. Así pues, los nacidos antes de 1975, quienes vimos el cambió de milenio con más de veinticinco años; también habíamos vivido una infancia muy distinta, donde casi todo se aprendía de tus parientes, tus vecinos, los amigos más cercanos y de lo que te enseñaba tu familia. Pues en aquel tiempo en el que hasta una llamada de teléfono era costosa (no digamos ya si se trataba de una “conferencia”); aprendíamos fundamentalmente cuanto los más próximos nos iban transmitiendo.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Sagunto, hacia 1920. Arriba el Teatro Romano y las murallas del castillo saguntino. Abajo, mis abuelos, junto a su hermana y los dos primeros hijos que tuvieron (Angel y Conchita). En el centro, mi abuela (Concepción Cobo), con unos treinta años y cuyo parecido con mi madre es asombroso. A su derecha, la hermana más pequeña de la familia Santafé (María); todavía soltera, aunque se casó poco despúes con un militar que la hizo muy feliz -el tío Guillermo; unión de la que nació la saga de coroneles y generales Rodríguez Santafé-. Al otro lado, los dos niños mayores de mi abuela; de los cinco que tuvo mientras estuvo su marido destinado como ingeniero de minas en Sagunto. Vemos de pie a mi abuelo Angel, en el jardín posterior del hogar que les asignaban y junto a la antigua vía -terminal de llegada de vagones interiores-. Se llamaba esta zona “la casa del ingeniero” porque vivía allí el director de los Altos Hornos, un puesto que ocupaba el padre de mi madre. Por foto creo ver que en mitad de ese jardín había una construcción muy antigua y que por su apariencia parece era un acueducto (quizás de origen romano); que llevaría agua desde la montaña hasta el puerto.
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Tristemente, en 1936, mi abuelo fue apresado y condenado a fusilamiento por monárquico. Quizás por ser primo de Aizpún Santafé (ministro de la CEDA); aunque a ello se unía que Alfonso XIII visitaba anualmente la fábrica que él dirigía, para interesarse por los modelos de Hispano Suiza. Debido a que en la subida de este castillo -arriba en imagen- un hombre que conducía un Hispano, adelantó a toda prisa al monarca, cuando este probaba un coche de otra marca, que le habían hecho llegar allí por barco. Era tal la velocidad con la que pasó el Hispano Suiza al vehículo del rey junto a las murallas saguntinas; que Alfonso XIII pidió uno igual. Como los aceros del Hispano se hacían en estos altos hornos, anualmente el monarca visitaba la zona y debía recibirlo mi abuelo (todo lo que parece que le costó la vida un 21 de agosto de 1936; siendo luego enterrado en una fosa común, en Canet). Otro de los motivos que dicen pudo granjearle la enemistad de los republicanos fue que su hermano (mi tío abuelo Martín) al parecer preparaba los cayos y las fabadas a Alfonso XIII, cuando salían al campo. Aunque más tarde pude saber que eso era falso, pues como narraba el solterón Martín Santafé, lo único que hacía era comprarlos en Lhardy y echarles mucho picante; diciendo al rey que los había cocinado para ellos... -y es que el tío Martín siempre fue muy pelotillero y bastante listillo-.
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Acerca de cuanto narro, también contaba mi progenitora que un día en una visita del rey a los altos hornos de Sagunto, apareció Alfonso XIII en la casa de los ingenieros. Queriendo conocer todas las instalaciones y viviendas, fue a visitar hasta las cuadras y allí encontraron (comitiva y monarca) a mi madre con unos diez años, vestida con un kimono, adorando a las cabras y diciendo que había inventado una religión... . El castigo fue peor por herejía, que por haber robado un kimono con el que cantaban Madama Butterfly -una ópera muy de moda en los años veinte-  (2) . Mi madre nació y vivió en Sagunto hasta la muerte de su padre, momento en que se vieron obligados a huir hacia Madrid -cuando tenía ella doce años-. Conservaba un enorme recuerdo del clima de Valencia, del color y del calor del Mediterráneo, y sobre todo de la horchata. Pues hasta los últimos momentos de su vida tuvo que beber a diario ese extracto de chufas; aunque fuera en envase de plástico y con el sabor a ungüento que tienen las horchatas baratas. Su niñez le marcó tanto, que en cuanto pudo compró una casita en el Mediterráneo; donde íbamos todos a pasar los veranos, hasta nuestra adolescencia. 
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ABAJO: Fotografía un tanto deteriorada -que pude retocar y mejorar-, donde vemos a mi madre y a sus tres primeros hermanos, en Sagunto el año 1927 (el menor, no había nacido todavía). Mi progenitora es la más pequeña, en primera linea y con cara de “bestia”... . Los otros tres hijos de mis abuelos, en imagen tras ella y de derecha a izquierda: Conchita (la mayor), Isa (la mediana) y Angel (el único chico por entonces).
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2- CUANDO TODO LO APRENDÍAMOS EN EL ENTORNO:

Una de las características de los jóvenes de hace tiempo y de la formación de antaño, es que casi todo nos lo enseñaban los más cercanos. Heredando de ese modo las profesiones, las pasiones y las aficiones. Siendo por ello la vida tan cíclica, que a veces pasaba casi todo de padres a hijos, de un modo circular y atávico; llegando a ser casi igual lo que unos y los siguientes sentían. Repitiéndose -por tanto- cuanto nos rodeaba y nos sucedía; de un modo tal, que siempre se decía aquello de: “Nada hay nuevo sobre la faz de la Tierra”. Una frase que pronunciada hoy podría provocar la carcajada de los más jóvenes; quienes tan solo han visto novedades e innovaciones desde que han aparecido en el Mundo.
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Lo que arriba narro tenía como herida social -terrible y supurante- la injusta transmisión del analfabetismo y de la pobreza; en una triste situación que normalmente pasaba de los progenitores a la prole. Pero también contenía en sí mismo, una herencia de las costumbres, de las formas de vida y hasta de la sabiduría popular (en ocasiones milenaria; pero sobre todo tan acertada como alegre y comprobada). Aunque esa situación, donde la miseria pasaba de padres a hijos, junto a la gran filosofía enseñada en casa; pudo conjugarse y superarse en los años sesenta. Cuando la eclosión económica permitió a los trabajadores cierta holgura y -sobre todo- liberar a sus hijos del yugo hereditario. Momento en que nació por fin en España el “tercer estamento” (una gran clase media). Lográndose así una situación histórica puntual, donde la vida siguió transmitiéndose de abuelos a padres y de progenitores a hijos. Pero en un tiempo en que la pobreza ya no era hereditaria y el analfabetismo fue paulatinamente erradicado.
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En esos días -para casi todos muy felices- viví mi infancia; que comenzó en Madrid, cuando la Naturaleza me obligó a asomarme y a salir de mi madre -una calurosa mañana veraniega de 1961-. Momento clave en la vida, de los dos grandes existentes en nuestra historia y que consisten en nacer y en casarse; aunque ningún hombre jamás tomará por sí mismo decisión alguna en aquellas dos circunstancias (que realmente son elegidas y dirigidas por mujeres). Así, de ese modo nací: Por voluntad de mis padres y obra de mi madre; como último hermano y menor de la casa, con bastante diferencia cronológica bajo cuantos me rodeaban. Allí me crié, como un auténtico “mono de repetición” imitando y copiando cuanto veía; al ser todos bastante mayores que yo -incluyendo a mis primos más cercanos (los hijos de mi tía Conchita Santafé)-. Por lo tanto; me pusiera como me pusiera; fuera como fuese y me comportase como buenamente pudiera. Siempre era “el enano”. Un “simio mimético”, que a veces se llevaba la torta por repipi y en la mayoría de ocasiones lograba ser la mascota de todos (el centro de atención, para muchos).
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IMAGEN, ARRIBA: Otra fotografía de Sagunto (hacia 1925) en la que vemos a mi abuelo, jugando con su hija Conchita -madre de los Monmeneu Santafé- en las vías del tren de Altos Hornos y junto al puerto. Apenas pude conocer a mi tía Conchita, que falleció víctima de un cáncer en 1967 (cuando tenía yo unos seis años). Recuerdo solo de ella su sonrisa y un set de “croquet” que nos regaló poco antes de morir -quizás ese juego inglés lo estuvimos usando durante mucho tiempo después y por ello guardo memoria de aquello-. Esta hermana mayor de mi progenitora había sido casi como una segunda madre para ella; pues cuando se quedaron totalmente huérfanos -en 1938-, la cuidó y orientó con el mayor de los cariños. Así, la muerte de nuestra tía Conchita fue una pérdida terrible en casa y sus hijos pasaron en parte a convivir con nosotros (sobre todo durante las vacaciones).
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IMAGEN, ABAJO: Foto del verano de 1970 “muy expresiva”, con mi prima Conchi y su marido (Luis Beloqui). Poco después de esta imagen (en 1972) ella también sufrió un cáncer -en este caso de piel-; falleció en unos meses, desde que le diagnosticaron esa enfermedad y que debido a su juventud fue terriblemente virulenta. Esta segunda pérdida, en tan poca diferencia de tiempo, ya fue para todos horrible y puedo decir que muchos no la lograron superar. Murió a los veintisiete años y tan solo cinco después que su madre (quien contaba solo con cuarenta y siete al fallecer). Pese a todo siempre habrá algo bueno que recordar, porque nos dejó en la familia uno de los hombres más buenos que he conocido en mi vida (su marido Luis Beloqui) y uno de los golfos mayores del Planeta -su hijo Luisito, nacido poco antes de que la prima Conchi se nos “fuera”-.
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Por todo cuanto narraba antes de las imágenes. En mi educación, formación y recuerdos; jugaron un papel más que especial mis padres y hermanos, pero también mis primos y tíos más próximos (como fueron los Monmeneu). Habiendo heredado de ellos muchas de sus aficiones y pasiones, tal como hice con los de mi casa. Ya que en esa función que me asignaba ser mono de repetición, logré mimetizar las más profundas vivencias de cuantos me rodeaban. De tal manera, de mi madre heredé el gusto por las artes decorativas antiguas, por el mobilario y por el coleccionismo. De mi padre, su interés por las antiguas y modernas religiones, su afición por el flamenco, junto a la costumbre de “arreglar el mundo” escribiendo -en reuniones y tertulias-. De mi hermano mayor (Mario) aprendí Historia y arte -en todas sus ramas-; logrando la misma ilusión que él sentía por la pintura, la escultura y la arquitectura. Asimismo, de mi hermana mayor (Ma. Teresa) tomé la idea de estudiar Derecho; una peligrosa opción que logré dejar justo en el momento en que todos pensaban debía ponerme a trabajar con un familiar -famoso por su bondad y buen carácter como abogado...-. Finalmente, a través de mi hermana Ma.José llegué a la guitarra; cuando ella comenzó a tocarla desde niña y yo decidí imitarla... .
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En lo que se refiere a cuanto tomé de mis primos más cercanos (los Momeneu Santafé), lo relataré citándolos de menor a mayor: Así diré que de Paloma aprendí a querer a los animales; ya que ella era una apasionada de los perros, de las mascotas y de cuanto se movía y no tenía DNI. Su hermano Vicente me transmitió el amor al arte de navegar y a la pesca; unas aficiones que él había heredado de su padre y que yo no seguí cultivando -pero que me han servido enormemente para comprender el Mundo Antiguo y la arqueología-. De Angel, me quedó el interés por observar y admirar a las mujeres; pues este primo mío siempre paseó y tuvo como novias alguna de las más bellas que por entonces se veían. De Salvador (recientemente fallecido) el interés por el caballo y los hipódromos; un mundo que no pude seguir de cerca, pero que me enseñó de niño la disciplina y la entrega que necesitaban quienes vivían para ello. Finalmente diré que apenas pude conocer a la mayor -mi prima Conchi- quien murió jovencísima, en 1972; cuando apenas contaba yo once años. Pese a todo, aquella mujer nos dejó en la familia una de las mejores personas que jamás he conocido y un hijo, que también es de los más simpáticos que nunca he visto. Me refiero a Luis Beloqui (padre), un hombre bueno y cariñoso como nadie; a quién Dios le envió un vástago más pícaro que el Lazarillo en las Rebajas. El hijo de Conchi, llamado igualmente Luis Beloqui y a quien lleva al buen camino, su mujer; una santa y también arquitecto de nombre Mónica Castilla -con la que ha tenido una niña (Ángela), que con tres años dicen que ya es relaciones públicas de la guardería a la que asiste...-.
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Tal como digo, en aquellos años (hace ya medio siglo de esto) aprendíamos unos de otros y mimetizábamos cuanto el de al lado hacía, logrando una plasticidad imitativa que producía y reproducía continuamente las mismas formas, pero con diferentes contenidos. Ello es en gran parte lo que se venía denominando “cultura”, aunque más bien hubiéramos de considerarlo “civilización”; un hecho dominado por la capacidad atávica de regenerar cada vez unos mismos comportamientos, con distinto significado y para muy diversas ocasiones. Sea como fuere, aquello ya no existe y actualmente una gran parte de cuanto se aprende, se enseña en las aulas, en los colegios y en las Universidades. Algo que confiere un grado de profesionalidad en todo lo aprendido, pero quitándole una gran parte de humanidad. Para comprender cuanto escribo, bastará imaginar la diferencia que hay entre aprender un idioma extranjero en una academia o en la calle -viviendo entre en quienes lo hablan-. Porque en verdad hay cosas que no se pueden enseñar en en un aula; quizás, las más importantes de la vida. Debido a ello, el Ministerio de Educación debiera llamarse de enseñanza, ya que educar es algo que ha de hacerse en el entorno; al menos con el fin de que no seamos todos iguales y que en la Sociedad exista una verdadera pluralidad. Pese a todo, habrá quienes no estén de acuerdo con mis ideas; aunque a esos les pregunto si les gustaba más la música clásica antes o después de los conservatorios; la arquitectura de antaño o la que hacen los formados en Escuelas Politécnicas; y los pintores o escultores antiguos, o los que tienen el título de la Facultad de Bellas Artes.
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IMAGEN, ARRIBA: Fotografía de Luis Beloqui padre (a la derecha) en nuestra boda -1991-. Junto a él, su hijo Carlos y su mujer (Ada). Como podemos ver, era enorme el parecido de este “primo político” nuestro, con Julio Anguita. Tanto que la gente venía a darle ánimos e incluso llegó a felicitarle un día alguien que decía haber estado de chófer con él, en el Partido... . Julio Anguita, además de ser entonces presidente del Partido Comunista, fue alcalde de Córdoba y por ello le llamaban “El Califa de Córdoba”. Del mismo modo y como Luis Beloqui era arquitecto municipal de Brunete, pude enterarme que los albañiles de la zona le conocían como “El sultán de Brunete” (algo menos rico que el sultán de Brunei, pero mucho más simpático). Nunca vi un hombre con más éxito con las féminas que este Beloqui; quien para más suceso era más fiel a su mujer, que un ciguëño en el nido. Así, aquel que tanto gustaba tenía además el morbo de que ni pecaba de pensamiento; por lo que resultaba el centro de todas las miradas femeninas.
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IMAGEN, ABAJO: Fotografía del verano de 1970: A la izquierda y entre rocas, Luis Beloqui de “palmero”, a su lado (en el centro) mi hermana Ma.José con la guitarra y arriba, mi prima Paloma. A la derecha, una alemana que teníamos de “Aupair” y que no dejaba de "tirarle los trastos" a Beloqui. Luis estaba harto y su mujer (mi prima Conchi) ya no digamos; así que para vengarse de la alemana le enseñaron a hablar en “cheli”. Le dijeron que en Valencia había otro idioma y que para estar a “la altura” debía aprender aquella lengua de la zona. Las frases que le enseñaron eran terribles y cuando aquella “aupair” me regañaba, exclamaba: -“¡Te voy a soltar un soplamocos que te van a salir los piojos bailando el pasimisí...”!- (todo ello con un acentazo teutón, horrible). O bien: -¡“Nene; te voy a atizar un lechón que vas a dar palmas con las orejas”!-. Por lo demás, cuando tenía hambre, soltaba: “¡No veas qué Carpanta tengo; una gusa que me rugen los entresijos!”-... . Mientras enseñaban estas frases chelis a la alemana; observaron que aquella no comía más que fruta (para adelgazar). Así Beloqui, le convenció de que la traducción de su nombre al español era “Fructificación”. Modo en que la llamaban todos por la zona (en la playa o donde fuera): “La Fructi” -y para otros “La Pructi”-.
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El asunto del “ligue” por entonces estaba duro y parece que al único que miraban las mujeres era a este Beloqui -total para qué; si ni pecaba (pensaban muchos...)-. Pero el tema de ligar mejoraba cuando en aquel tiempo nació una nueva “opción” en el Levante; donde el “macho ibérico” conquistaba a extranjeras. Aunque debido a su altura y a la falta de idiomas, no se comían “uno a rosca”; por lo que terminaban ligando lo que denominaban “maduritas”. Aquellas maduritas no bajaban de los sesenta años, ni de los cien kilos; solían ser viudas o mujeres solas -jubiladas y pensionistas- cuyo bolsillo les permitía pasar meses en las playas españolas. Un “género y número” femenino que era “atacado” por el macho ibérico de entonces; ya que en esas lides sí lograba grandes éxitos. Proliferando así por las playas levantinas “parejas” formadas por una señora de aspecto wikingo-normando, acompañada de “un renegrío” hispano. Un ligón de metro y medio, con más pelo en el cuerpo que Chita y con menos vergüenza que Tarzán conduciendo. A ellos, les llamaba Beloqui -y mi padre- los cazadores de bisontes; siendo el “gran bisonte” la nórdica de triple papada y doble morrillo en el cuello. Así los observábamos en la playa, comentando acerca de la cacería del bisonte y sobre esa repoblación del “gran bisonte” de Etapa Magdaleniese, que por entonces se estaba llevando a cabo en el Levante Español.
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3- HACE YA CASI MEDIO SIGLO:
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Medio siglo hace casi, de todo cuanto cuento; y en esos cincuenta años aproximados, tanto ha cambiado la vida que parece a veces que uno hubiera nacido en una distinta época. Recuerdo que antes prácticamente todo lo aprendíamos del entorno y tan solo recibíamos de los profesores, las enseñanzas. Ello hacía que las personas fueran muy diferentes, ya que cada casa era un Mundo o cada mundo una casa. De ese modo, los consejos que antaño recibías de tus padres, hermanos o primos; eran completamente distintos a los que daban sus familias a otros niños de tu misma edad. Así me viene a la memoria,  entre algunas recomendaciones educacionales, una que siempre comentaba mi padre, cuando me veía abrir un yogur y chupar la parte posterior de su tapa (la zona interior). Momento en que afirmaba -tras observar el modo en que yo lamía el plástico repetidamente y con entusiasmo-:
-“Como sigas así, no vas a tener ni un duro en toda tu vida. Esa es una costumbre de `muerto de hambre´”-.
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Me quedaba reflexionando y hecho polvo, pensando si sería verdad aquello que me advertía mi progenitor, al que tanto le molestaba verme dando lametazos a la tapa de un yogur (en la mesa). Pero después de medio siglo, puedo testificar que tenía toda la razón; ya que en mi vida jamás logré juntar “dos duros sueltos”. Eso sí; cuando quiero vengarme de algún rico con los que en ocasiones trabajo o viajo (principalmente japoneses que me contratan). Me basta con ir a desayunar junto a él, a su hotel de cinco estrellas; abrir un yogur y lamer repetidamente la tapa. Pudiendo observar la cara de susto y asco que ponen; llegando valorar de esa forma el grado de cursilería que corre por sus venas... .
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Otros consejos que recuerdo de mi padre, eran sobre el vestir; porque en su juventud, mi progenitor era “muy pera” -tal como entonces se decía-. Así, a veces me daba referencias acerca de la moda; explicando que el nudo de corbata debía ser “doble Windsor” desde la mañana y durante el día, pero “Windsor simple” por la noche -más estrecho y de una sola vuelta, al caer el Sol-. También le molestaba que la corbata estuviera perfectamente anudada y que no llevase “fuelle” o “fallo”; explicando que los lazos rectos hacían parecer que lucíamos un corbatín de fábrica -de esos que vienen ya con el nudo hecho-. Por lo demás, su teoría acerca de la vestimenta defendía que el sastre debía robarte siempre mucha tela al hacerte un traje; pues de lo contrario no eras un señor y no te cortarían jamás bien la ropa. Finalmente he de anotar algo que comúnmente molestaba por entonces a todos los hombres: Que uno se abrochase el botón final (de todo, menos de la bragueta). Así, los trajes debían tener siempre sueltos los últimos botones de las dos mangas, y por su parte, el chaleco debía ir cerrado, menos en el último ojal. A su vez, jamás se le podía ocurrir a un caballero cerrarse la chaqueta, abrochándose el final de ella... . Esta cosa del último “botón libre” tuvo un simbolismo y significado que nunca llegué a entender de todo, pero que tampoco me atreví a contrariar, sin cerrar jamás aquel ojal; llevando siempre abiertos los que el protocolo indicaba.
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También nos aconsejaban acerca del color del vestido o de la corbata; que nunca debía ser marrón tras ponerse el Sol, si estábamos en una ciudad. Tanto era así, que un día oí las siguientes palabras a mi padre, cuando una persona que trabajaba con él le comentó:
-”Un señor con un traje marrón, le está esperando desde hace tiempo en el recibidor; no sé muy bien quién es”-.
A lo que mi progenitor respondió:
-“Si viste de marrón, a esta hora... . Nunca puede ser un señor... . Que espere”-
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Fotografías del mismo año, 1970: Arriba, mi padre en el verano, tras sufrir un accidente con una hamaca que le arrancó de cuajo una falange del dedo medio. Estaba tomando “anestésicos” (como él decía); un medicamento con el que se quitaba el dolor de la mano y que afirmaba se llamaba “JB”; que él compraba junto a la farmacia, envasado en “frasco irrellenable” -yo, tenía por entonces nueve años y no me enteré de que aquello que se endiñaba eran copazos-. Después de perder este trozo de su dedo, ya no pudo tocar más la guitarra con soltura; mi padre me pidió que estudiase ese instrumento bien, para volver a escuchar diariamente lo que tanto le gustaba (las soleares, tarantas, medias granaínas etc). Así lo hice y en unos años ya estaba yo interpretando Flamenco “jondo” en la guitarra; una base armónica que me dio una amplia formación para dominar la música clásica.
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Abajo, en mis inicios como instrumentista; con unos ocho o nueve años, tocando la bandurria de un tuno. Eran los años de la “Beatlemanía”, de “Hair” y de la revolución de los pelos largos, a la que yo me apunté (pese a que no medía más de metro veinte...). Mis padres estaban hartos de verme con “la melena” de rockero (tal como me decían) y el peluquero aún más. No había forma de que me dejase cortar el pelo y el barbero al que me llevaban, estaba hasta el gorro de esta situación. Así que un día en que nadie lograba retocarme la melenita y colmada ya la paciencia del pobre peluquero, este les dijo a mis padres:
-“Señores, déjenme hablar a solas con el niño, que yo sé mucho se psicología infantil y seguro que le convenzo”-.
Salieron mis progenitores de aquel lugar y cuando me quedé solo frente a Jesús Cacho (como se llamaba aquel maravilloso barbero del Madrid antiguo); este me cogió del brazo y me dijo:
-“Mira niño. Yo vivo de cortar el pelo, no de perder el tiempo con gilipolleces. Como no te dejes cortar la melenita esa hortera; el próximo día que te vea solo en la calle, te voy a dar una leche que vas a hacer noche en la Luna para volver a tu casa. Así que cuando entren ahora tus papás, les dices que tengo una maravillosa psicología y que te he convencido por las buenas para que te sentases aquí y te cortases el pelo como una persona”-.
Regresaron mis padres y yo les comuniqué que el peluquero me había convencido; que aquello de llevar el pelo largo era anti-higiénico y que provocaba calvicie. Ellos quedaron maravillados de la psicología infantil de Jesús Cacho y a mí -desde entonces- aquel barbero me pareció una persona con mucha gracia, con criterio y principios. Así que fuimos amigos para siempre y me cortó el pelo hasta que sufrió un cáncer de piel, teniendo que dejar la profesión -hacia 1992, tras casi veinticinco años de una gran amistad durante la que nadie más que él me tocó el pelo, gracias a sus dotes de “psicología”-.
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La mesa era otro lugar de “consejos y enseñanzas”, tanto que poner un codo sobre ella era motivo de un capón -normalmente procedente de las alemanas-. Aunque beber agua sin limpiarse antes con la servilleta, podía suponer penas mayores (como la colleja dada mientras tenías el labio apoyado en el vaso, haciendo que se te clavase el borde en los dientes). Asimismo, jugar allí con los cubiertos ya era motivo de que te expulsaran y pusieran tu plato junto al del perro, para que terminases la comida con las mascotas (algo que en verdad me encantaba). Finalmente, lo más peligroso era hacer chistes de “caca” o de “pis”, de “culos” y hasta de “pililas” en aquel recinto sagrado llamado “la mesa”. Pues ello ya podía constituir delito de lesa revolución y suponía, además de la consiguiente flagelación por la alemana de turno, castigos más severos (como permanecer horas encerrado). Pese a todo, si había algún amigo divertido comiendo, nos atrevíamos a soltar algún chiste guarro (muy cerdo) como aquel que decía:
-“Marca uno un teléfono y pregunta:
¿Oiga, es el 7152973?.
Y el que coge del otro lado le responde:
No; este es el 7152974.
A lo que el que llamaba dice:
¡Pues para haber marcado con la picha... No ha estado nada mal!”-.
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Estos, en cierta manera, no eran muy punibles; pues la broma iba de “pililas” y no de “escatología mayor”. Aunque como se le ocurriera a uno hacer una broma en la mesa con temas del WC, entonces sí que podías pasar días sin salir por las tardes. Del mismo modo, parece que molestaba mucho ponerse a soltar allí expresiones de cabrero... . Pero a mí eso de hablar como los pastores, me encantaba. Eran mis amigos de niño (los que más me cuidaban cuando íbamos a las cercanías de Trujillo) y así aprendí a hablar el “castúo cerrao” antes que lograran sacarme de la boca una sola palabra de alemán. Tendría yo siete años y cuando iba a Extremadura vivía en los chozos y entre aquellos ganaderos que eran cariñosísimos. Tanto me querían, que pronto me enseñaron todas las expresiones en “castúo” y que yo puse en práctica en Madrid. Así, un día que me senté a la mesa familiar y dije delante de todos -en plan gracioso- que el gazpacho estaba “cojonuísimo”; la alemana ni se enteró y por suerte no me cayó galleta alguna. Pero mi madre me cogió de una oreja y me dijo:
-“¿Qué es eso del gazpacho cojonuísimo?. ¡Tú a comer con el Kabul!”-.
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El Kabul era el perro de la casa; un galgo afgano tan presumido como delicado y que gruñía a todo invitado que nos caía mal. Nunca supimos cómo, ni de qué forma se daba cuenta el can cuando alguien nos repateaba; pero el animalito lo sabía todo. Un tío mío que era médico, afirmaba que el perro olía nuestra adrenalina y cuando percibía que esta se alteraba, ladraba al que nos incomodaba. Jamás le dijimos que el chucho se ponía como una moto cuando entraba su mujer, hasta que se separó. Así, durante los trámites de su anulación le contamos lo que sucedía al Kabul con su “ex” y le trajo al perro de regalo jamón serrano (por haberla mordido). A mi madre le encantaba ese can, porque logró que muchos no quisieran volver... . Y es que aquella casa de mis padres era la de “Tócame Roque”; una expresión que nunca supe lo que significaba, pero que siempre usaba mi progenitora para indicar lo que era nuestro hogar por entonces. Pues allí entraba y salía quien quería y se presentaba a comer o a cenar, hasta el menos esperado. Tanto, que por las mañanas se encontraban a gente que nadie sabía había dormido en casa; o a chicos que se quedaban a pasar la noche y a los que obligaban a telefonear a sus padres, para que no se preocupasen.
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IMAGEN, ARRIBA: Mi prima Paloma y mi hermana Ma. Teresa subiendo al burro Perico en “Las Infantas”. Pasábamos las Navidades y Semanas Santas en Extremadura, a muy pocos kilómetros de Trujillo; en una finca que el alcalde de Madroñera nos había legado. Debido a que el primer trabajo durante la juventud de mi padre fue ser arquitecto municipal de Coria (en Cáceres); tras lo que pasó a Plasencia y más tarde decidió ayudar a otros pueblos de la zona -cuando le fue bien económicamente-. Colaboraba continuamente con Cáritas, pero un día decidió que mejor era trabajar gratis haciendo fábricas, que no levantar tantas iglesias (como a veces le pedían que proyectase). Así se fue a un pueblo de las Villuercas -llamado Madroñera- donde el alcalde (Julio) le pidió que realizase numerosas obras y hasta que les proporcionase empresarios que las construyeran de un modo altruista. Tras regalar innumerables proyectos y direcciones de obra; incluso llegó a pagar de su bolsillo una ermita -aunque no creo yo que fuera eso lo más importante por allí-. Finalmente, Julio el alcalde, sin saber como corresponder; nos legó la ocupación de Las Infantas. Lo hizo con la mejor intención, pero quizás desconociendo que las propiedades municipales no pueden cederse; por lo que tuvimos que marcharnos de allí cuando cambió la alcaldía -tristemente abandonando la casa, que habían rehabilitado bastante bien mis padres-.
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IMAGEN, ABAJO: Mis dos hermanas intentando subirse en el burro Perico, mientras “Melitón” las ayudaba. “Los Melitones” eran quienes cuidaban de Las Infantas y para nosotros fueron como nuestros abuelos (ya que tristemente nunca conocimos a los padres de mis padres). Les llamábamos “tío José” y “tía Concha” -tal como en Extremadura se acostumbraba hacer- y vivir con ellos era una maravilla. Los conocimientos de “Melitón” sobre el campo, el cielo y el tiempo o acerca de la vida y los animales; hubieran sido dignos de redactar en un manual de sabiduría. El humor y las cosas de Concha (La Melitona) eran igualmente de antología -aún tengo en la memoria muchas anécdotas y frases suyas-. Junto a ellos conservo algunos de los más cariñosos recuerdos de mi infancia; algo que jamás perderé, al igual que el “castúo” que me enseñaron a hablar. Estos Melitones y los pastores de la zona (uno al que llamaban “el tío Juan”) fueron los que me inculcaron el amor al pasado y el interés por la arqueología, narrándome historias de Viriato y de los antiguos romanos. También me enseñaron frases y expresiones antiquísimas de la zona. Algunas bastante obscenas y muchas divertidísimas; un “habla” que yo repetía en Madrid, sobre todo cuando veía invitados cursis a casa de mis padres -para ver la cara de pedorros que ponían, al oír esa forma de hablar tan antigua, como rica en matices-.
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Decía que lo peor que se podía hacer en la mesa de mis padres era mencionar las “cagarrutas”; pero aun más castigado estaba soltar tacos y expresiones ordinarias en “castúo”. Así pues, para dejar en evidencia a mi madre ante los invitados bastaba con coger la cuchara, pegar tres golpes con ella en el plato y exclamar:
-“¡Mama!.¡La sopa está cojonúa!” .
Rápidamente se oía:
-“¡Niño; no es sopa, es consomé!. Haz el favor de levantarte y marchar para tu cuarto... Que ya hablaremos tú y yo...”-.
Ni que decir tiene que de diálogo después no había nada; tan solo una recriminación o bien un -“Te has quedado sin ir al cine el próximo fin de semana”-. Pese a poderte caer algún castigo, repetir la acción resultaba inevitable. Porque era tan divertida la cara que ponían todos los comensales al soltar una cosa de esas -con el acento perfectamente extremeño-; que uno, antes o después, se arriesgaba nuevamente a hacer la dichosa gracia. De tal modo, en cuanto veíamos a un cursi entrando por la puerta; ya estábamos pensando si soltar “un cojonúo” o un “arrihastiti palla”, al sentarnos a junto a él. Haciendo el ademán de que se echase para un lado, mientras se le increpaba con la expresión campera: “Arrihastití pallá” -para que se moviera del asiento-.
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Ya he contado en otras ocasiones, que harta mi madre de las burradas que yo hacía y decía, me trajo una alemana para que me “domesticase” (palabras textuales, que le escuche mientras contrataba a la institutriz). Ella tenía por nombre Elena; pero habíamos de llamarla Tante Hella (la tía Elena). Era solterona, enjuta, arrugada y seca, como la madre que la parió. Fumaba en pipa y vestía igual que las mujeres de las películas de los años treinta: Con un gorro-queso en la cabeza del que caía una redecilla sobre la cara; traje de chaqueta con falda tubular, medias oscuras con costuras y zapatos negros de tacón muy fino. Todo ello, así escrito puede parecernos muy erótico, pero es la que Tante Hella tenía setenta y tres años alemanes; junto a una mala uva, que si se hubiera hecho vino de sus cepas, habría salido directamente aguardiente. Soltaba unos sopapos que te dejaban K.O. y gozaba de un “arte” tal para el capón, que siempre lograba darlo en el mismo sitio; lo que levantaba allí gradualmente un chichón, que ya no se te quitaba nunca.
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El motivo de que me trajeran a Tante Hella, fue para que me “des-asilvestrase” (textualmente); pues consideraban que mis correrías castúas me iban a llevar por mal camino. Así que aquella teutona de alto adiestramiento, me sometió a su disciplina; teniéndome más “acoquinado” que a un cerdo por San Martín. Mientras fumaba en pipa, me dictaba en alemán y había que recoger sus palabras en cursiva gótica. Una forma de escribir que te enseñaba en unos días y “ay de ti”, como no la aprendieras... . Consistía en un alfabeto con signos que debieron ser inventados por el pendolista de Bismarck, un día en que tenía lombrices. Porque no sabes las vueltas que llevaba cada letra gótica de esas. Así que como yo me confundía en todo y no entendía nada, recibía mas golpes que la herradura de un tuerto. Tantos que un día comencé a decir:
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-“No me des tanto, Tante; que me dejas tonto”-
La frase -por suerte- le cayó en gracia y le hacía reír cuando yo la repetía; siempre mientras me atizaba y para que parase de “largarme chuzos”. Tal era la sucesión de pedreas que me soltaba la vieja, que un día oyó mi madre desde fuera de la habitación el jaleo que se montaba en las clases de alemán... . Mis gritos, sus leches y la risa idiota que a los dos nos daba eran un algarabío. Entró mi progenitora a ver qué pasaba allí y Tante Hella se dirigió a ella, pipa en la mano, dando caladas y carcajadas; con un acentazo más alemán que el chucrut y explicando:
- “Ja, ja, ja. Qué buen humor tiene su hijo. Cada vez que le atizo me dice: No me des tanto Tante, que me dejas tonto. Ja, ja, ja...”-.
Mientras, yo pensaba para mis adentros:
-“Qué mala uva tiene esta tía vieja... . La gracia que le hace lo de que me va a dejar tonto a tortas”-.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Fotos de Las Infantas, junto a Trujillo y hacia 1969. Arriba: mi hermana Ma.José junto a su entonces inseparable amiga y prima Paloma. Abajo: a la derecha, mi primo Jose María Gómez-Morán y a su lado yo -los dos con ocho años y con el perrito de mi hermana, Platón-. Recuerdo como si fuera hoy, cuánto pasé en este lugar tan divertido; donde vivían personas tan buenas y agradables como Los Melitones o los pastores que allí acampaban y guardaban el ganado.
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Alguna picia hicimos y una de las más graves la cometí por seguir los consejos de un niño repelente llamado Monchín (hijo de un cliente de mi padre). Sucedió cuando a él se le ocurrió mear en una “pileta” grande, donde se guardaba el agua para beber y usar. Aquella se recogía del pozo con cántaros; tal como vemos hacer en la foto anterior (cargándola sobre las alforjas del burro). Así que viendo la pila de beber, el repelente de Monchín -que era varios años mayor que yo-; me aconsejó que nos sacáramos la minga y echásemos una “caña” allí... . Dicho y hecho, nos bajamos la cremallera, sacamos los aparatos pertinentes y cuando estábamos en pleno proceso de “vaciado”, nuestros primos nos descubrieron, poniéndose a gritar. Todavía recuerdo la cara de Angel y de Vicente Monmeneu, espantados de vernos mear en el agua que ellos iban a consumir; avisando a todos. El castigo que nos cayó fue terrible: Nos pusieron al Monchín y a mí de rodillas y frente a la pared, en un pasillo oscuro y sobre unos azulejos hidráulicos, que estaban más fríos que el mechero de un vikingo. Después de horas así, sin poder movernos, yo ya solo pensaba en que me quería morir para que a mi familia le dieran muchos remordimientos. Rezaba y rezaba al ángel de la Guarda a ver si me llevaba con él y a todos les entraba una pena horrible... . Pero nada; ni me morí durante el castigo, ni aquello pudo solucionarse bien. Horas después me levantaron del pasillo, con las piernas peor que el felpudo del metro en Tokio y todos me llamaron “cerdo” de por vida. Así que gracias al tal Monchín, caí por primera vez en desgracia en mi familia... .
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4- EL PELIGRO DE “DISTINCIÓN”:
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Cuando era yo niño, ya se decía aquello de que había que cuidar al burro, porque estaba en peligro de “distinción”. Y aunque la especie no está del todo extinta, hoy apenas quedan algunos ejemplares (todos en manos de románticos y “coleccionistas”). Por ello y en defensa del asno, siempre afirmaré que la mascota más divertida que se puede tener de pequeño, es un borrico. No solo por la inteligencia de ese animal (mucho mayor que la del caballo y casi tanta como la del perro y el cerdo); sino porque además te lleva y te trae. Eso siempre que al burro le apetezca; pues cuando no le gusta quien lo monta, el animalico o no anda o bien termina tirando al que lleva encima. Otros menesteres que realiza el asno -listo y bueno-, es morder al que le molesta o reírse del que le incomoda; algo que yo pude comprobar varias veces. Pues el nuestro se despiporraba a carcajadas y se revolcaba feliz, cada vez que veía cómo metíamos las maletas en el coche para regresar a Madrid. En las imágenes anteriores podemos ver al pollino que se llamaba el Perico y que sabía perfectamente cuándo salíamos de regreso; teniendo plena conciencia de que ya no tenía que aguantarnos encima durante un tiempo. Así, el día en que aparecíamos con el equipaje y lo llevábamos al coche; cuando nos metíamos todos en él y al vernos ir hacia Madrid, al Perico le daban las mil alegrías. Comenzando a revolcarse sobre la hierba y a reírse a mandíbula batida, soltando enormes rebuznos cargados de sorna. La primera vez que le vi hacer eso, me dijeron los de Extremadura que se estaba alegrando y cachondeando de que nos fuéramos. No me lo creí; pero tuve que reconocerlo después de muchas ocasiones; tras ver que siempre -en igual momento- el Perico hacía lo mismo: Revolcarse, rebuznar de forma obscena y reírse con la dentadura superior desencajada.
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El peligro de “distinción” llegó también a los gamusinos; una especie hoy ya extinta, pero que cazábamos todos al ir por primera vez al campo -especialmente en el extremeño-. Así se hacía con cuantos novatos pisaban por primera vez la tierra de Viriato; donde se les llevaba a atraparlos en su noche de llegada. Nosotros instruimos en la caza del gamusino a todos los que nos visitaban; entre ellos a primos como Jose Marí y su hermana Loly; o a cuantos franceses, ingleses y alemanes pisaron Las Infantas. Donde tras la puesta de Sol, en sus primeros días, se les organizaba un bateo y gancho de aquella especie (hoy inexistente). Pues los gamusinos se cazaban en plena oscuridad, tal como se explicaba a los neófitos; enseñándoles que se trataba de algo similar a tortugas muy pesadas, pero rápidas.
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El individuo al que se iba a iniciar en el gamusino, era quien tendría como misión cargar con la bolsa donde se irían metiendo las presas, una vez capturadas. Así se le entregaba un enorme saco de trigo que se echaba al hombro, llevándole en plena noche hasta un punto de gran oscuridad y en campo abierto. Luego, los cazadores experimentados, iban cogiendo enormes piedras que introducían a toda prisa en aquel gran fardo que portaba el “neófito”. Sin que este se diera cuenta que eran losas lo que le cargaban y alentándole a que corriera, para poder cazar más ejemplares. Finalmente, cuando veían agotado al iniciado, comenzaban a decir que los gamusinos capturados eran de los que picaban y venenosos. Ante lo que aquel pobre que llevaba a hombros el fardo de piedras, lo soltaba espantado; creyendo que en su interior había algo peligroso y comenzaba a correr como una gacela... . A veces se daba cuenta de que en la bolsa solo había meños (al tirarla y salir despavorido); pero en ocasiones, ni se apercibía; por lo que se podía repetir la caza del gamusino al día siguiente -argumentando que no se volverían a capturar ejemplares venenosos...- . Así, hasta que se enterase el infeliz de que todo ello era una broma pesada, en la que le habían cargado por las noches con decenas de pedruscos a la espaldas.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras fotografías de Las Infantas. Arriba, mi prima Loly Gómez-Morán con apenas seis años, junto a mis hermanas y los dos perritos nuestros (Platón y Rufo). Pese a su corta edad, también cazó mi prima Loly gamusinos en Extremadura, junto a su hermano Jose-María. Algo que en mi opinión, le llevó a irse a Washington y terminar allí aleccionando norteamerianos (en la Universidad Mason).
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ABAJO: Mi hermano Mario -en primer término- y a su derecha mi prima Paloma y mi hermana Ma. José (a nuestra izquierda). Todos, fumando sus primeros pitillos, en secreto y en la zona donde se hacía la espera nocturna de los gamusinos. Tras ellos y arriba -a nuestra derecha-, un francés llamado Gilles al que llevaron varias veces a la caza del gamusino, sin que jamás se diera cuenta de que cargaba con piedras -noche tras noche-. El ingenuo Gilles -que actualmente vive en Bali- apenas entendía español al llegar a Extremadura, por lo que le gastaron una segunda broma pesada con Concha (La Melitona). Fue en sus primeros días de estancia y cuando la tía Concha vino con un plato de “frite de cordero”, para enseñar al gabacho la gastronomía cacereña. Ante esa receta, el francés comenzó a alucinar con los sabores; por lo que deseando tomar más frite pidió que le trajeran otra “ración”. Mis hermanos le regañaron, explicándole que si quería aprender español, había de comenzar por hablar lo mínimo. Así que debía ir él mismo a la cocina y decir a Concha que le pusiera más “coños”; porque ese plato se llamaba “coños fritos”... . Ni corto ni perezoso, se levanto de la mesa, se dirigió hacia los fogones y pidió lo que le habían enseñado; con todo el acentazo franchurte que tenía. Y dijo en tono sobrio:
-”Por favor, quiero coños”-.
La Melitona parece que le miró con los ojos semi-cerrados, como no creyéndose lo que oía y le preguntó al gabacho, qué venía buscando. A lo que el francés replicó:
-“Coños. Los coños están muy buenos”-.
No tardó nada la tía Concha en decir a gritos:
-“¿Y este; qué coño quiere?. ¡Porque yo no sé lo que viene buscando...!”-.
Entonces Gilles, preocupado por el enfado, comenzó a alabar la cocina de la casa -con el poco español que sabía-; hablando de esos “coños fritos” que estaban tan buenos. Ante lo que ya aparecieron mis hermanos a toda prisa, para llevarse al francés del lugar; antes de que le dieran un sartenazo en la cresta.
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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Más imágenes del mismo año 1968, (en Semana Santa o Navidades). Al lado: Mi madre, junto a mi primas Paloma y Loly, dando de comer al Rufo; un cachorro que había contraído “moquillo” muy grave y del que todos los veterinarios de Madrid pensaban que lo mejor era sacrificarlo. Tenían una gran pena con el chucho (sobre todo a mi hermana Ma.José y a mi prima Paloma); así que lograron que lo tratase el veterinario de Zurita -un pueblo cercano a Madroñera-. Les dijo que para curar al perrito había que darle de comer solo hígado y leche; que con ello quizás volvería a andar (pues ya ni conseguía mover las patas traseras). El milagro se obró gracias a este veterinario de Zurita, y tras un mes alimentando al cachorro con leche e hígado, se levantó y superó las secuelas del “moquillo”.
ABAJO: Mi prima Paloma y mi hermana Ma. José, cada cual con uno de sus chuchos. Al fondo, el monte y casa de Las Infantas.
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En “peligro de distinción” también estaban quienes por entonces querían distinguirse o eran distinguidos, ya que se comenzó a poner de moda el jersey de lana hasta la rodilla (una tendencia que finalmente terminó en el modelo chandal). Pues parece que después de la España machadiana, de “charanga y pandereta”; vino la otra España de chandal y camiseta; aunque el camino hasta llegar a ello fue arduo y tortuoso. Ya que si bien vemos a casi todos los poetas de la Generación del 98, del Modernismo o “del 27”, vestidos con sus corbatas y su traje de chaqueta. Apenas volveremos a observar otro artista -o intelectual- encorbatado y bien acicalado tras la década de los ochenta. Pareciendo que el mal vestir es síntoma de inteligencia, cuando solo es signo de indisciplina o una falta de atención hacia los demás. Pero el hecho cierto fue que tras los años setenta, aquellos que deseaban ser un poco distinguidos, eran catalogados de “pijos” -o de tontos-. Aunque vestirse correctamente, en verdad, nada tiene que ver con las ideas de izquierdas o con el progresismo. Como se muestra en los líderes de estas tendencias socialistas, quienes fueron siempre perfectamente arreglados: Desde Marx a Lenin o de los miembros del Kremlin a los dirigentes chinos.
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Pero identificaron el “malvestir” con el progresismo; pese a que esa moda del desarreglo surgió directamente del mundo rockero y de la estética norteamericacana, donde se identifica al oficinista con aquel que se encorbata y al “moderno” con el que va en camiseta y pantalón vaquero. Todo lo que finalmente ha desembocado en una empanada social que trajo la España de “chandal y camiseta” como sustitutivo de la machadiana Hispania de “charanga y pandereta”. Considerando la cutrez como una modernidad; una moda “libre” que realmente indica la decadencia de una Sociedad, en la que ni siquiera se exige aseo y buena presencia en la calle. Algo que incluso ha llevado a que muchos miembros de las nuevas generaciones huelan a “zorruno”; lo que creíamos ya habíamos superado, logrando que la ducha y el baño se instalase en todas las casas. Pero parece que la traición medieval cristiano visigoda pesa mucho en nuestra nación; un país que gracias a los romanos y a los árabes se había poblado de baños públicos, de acueductos y de vías libres para agua. Balnearios donde las féminas y los hombres se desnudaban, por cuanto repugnaba a los cristianos viejos de esa Hispania profunda con tradición goda, sueva y vándala -quienes huían del baño como gato escaldado-.
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Lo que en el párrafo anterior narro, son hechos históricos que podían probarse y comprobase cuando llegábamos a la mili; pues allí agradecíamos enormemente que nuestros compañeros de litera fueran naturales de zonas bien romanizadas y de influjo musulmán. Porque cuando te tocaba al lado un colega de cuartel procedente de áreas ajenas al mundo latino-árabe... . Aunque sabías que ibas a lograr hacer un amigo buenísimo y muy cariñoso, también tenías por seguro que el único modo de conciliar sueño junto a él, era con usando la mascarilla antigases... .
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JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, mi padre tal como gustaba vestir -con capa española- junto a su hija mayor, mi hermana Ma.Teresa (ella con mantón de Manila). Antaño el vestir era un modo de identificarse consigo mismo y con los demás, siendo normal que las personas cuidasen mucho la presencia con el fin de agradar a los otros. Hoy en día el ir bien arreglado es signo de ser tonto o de presumido, algo que muchos creen procede de ideas progresistas, aunque muy por el contrario se debe al Rock y a los norteamericanos (donde quienes llevan corbata son oficinistas o trabajadores, mientras los artistas y famosos van con camiseta y jeans). Abajo: mi hermana Ma.José con unos diez años montando en burro: Una especie en “peligro de distinción”.
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5) LAS AFICIONES HEREDADAS:
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Dicen que casi todo se hereda, pero actualmente ya no es así; pues en la conformación de la personalidad el ADN juega apenas un pequeño papel, mientras la gran mayoría de ella se forja a través de nuestras vivencias y educación. Debido a ello, en un mundo donde los padres apenas pasan unas horas a la semana con los hijos, y en una Sociedad que promueve aprender todos lo mismo, en común y en las aulas. Los chicos serán cada vez más iguales y sus aficiones más idénticas; no habiendo diferencias entre unos y otros. Un hecho que -a mi juicio- afecta tremendamente al mundo laboral; ya que la falta de pluralidad y de rasgos que nos distingan, hace que tan solo los muy destacados interesen al mercado. Provocando que únicamente los “fuera de serie” sean contratados y que el resto no puedan salir adelante con unos mismos estudios. Pues aquella falta de matices entre unos y otros, junto a la carencia de una formación diferente y la apenas distinción de caracteres o gustos -generada por una educación tan igual e igualada-. Hace que todos sean tan semejantes, que tan solo los genios tengan un sitio laboral (los enormemente dotados; o en su caso los enchufados). Mientras el resto, al tener una educación tan semejante ala de los demás, pero carecer de talento -o de relaciones-,;jamás encontrarán quienes se interesen por ellos. Esto es la consecuencia de la unificación de los métodos de enseñanza y de la “globalización” en la formación; algo que provoca centenares de miles de personas idénticas, en un mundo laboral que tan solo puede admitir o absorber, unos miles de ellas.
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Verdad es que en los años sesenta y setenta había grandes diferencias sociales todavía en España; todo lo que suponía una lacra. Pero también es una realidad que por aquel entonces comenzó una etapa en que los hijos de los más pobres ya podían acceder a estudios superiores. Un momento durante el cual, quien tenía un padre iletrado y paupérrimo, llegaba a hacerse doctor o catedrático; a la vez que aquellos que eran hijos de eminencias, muchas veces no llegaban a completar sus estudios. Todo ello confirió a nuestra Sociedad unos matices y una riqueza magnífica (por entonces), pues aquellos que habían logrado estudiar procediendo de hogares muy humildes, aportaban unos valores y una formación social y popular de enorme importancia. Este hecho ya se había producido en la España del Regeneracionismo -antes y durante La Restauración (entre 1850 y 1900)-; un momento histórico en que los señoritos de pueblo lograron formarse mejor que los hijos de los poderosos en las ciudades y así acceder a los puestos de mayor responsabilidad en nuestra Nación. Hechos que sucedieron de nuevo en España, entre los años 1960 y 1980; momento en que todos lograban estudiar si se lo proponían y cuando infinidad de personas, procedentes de los más diferentes estratos sociales, consiguieron hacer del nuestro un país europeo y de enorme relevancia.
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Cuanto narro se debía -en gran parte- a la educación recibida en el entorno; una forma de ser que nos iba dando nuestra familia y que nos hacía a todos muy distintos. Ello propiciaba unas diferencias de pareceres y de formas de ver la realidad, que resultaban cruciales; pues al afrontar un problema -en la empresa o en el trabajo- podías oír tantos pareceres y soluciones, como personas a las que preguntabas. Ya que al margen de cuanto habían estudiado (en las escuelas, colegios, academias o universidades); conservaban los consejos y opiniones de sus padres, de sus familias, de su pueblo o de su lugar de origen. Lo que suponía un compendio de sabiduría popular, ancestral y social; que añadía y confería un doble valor a cuanto una persona conocía. Algo que hoy, tristemente se ha perdido en gran parte por ese empeño en hacernos a todos iguales. Una igualdad que uniforma las mentes, a veces de manera tan radical que no respeta ni el pasado, ni los orígenes de las personas (despreciando las tradiciones y olvidando los conocimientos ancestrales del pueblo).
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Pese a ello, los chicos jóvenes piensan que ser libre, es eso de ser tan iguales en pensamiento, sentimiento y formación. Debido a lo que hoy hacen todos casi lo mismo y muy contentos. Divirtiéndose como la gran mayoría: En discotecas o convirtiendo las fiestas de pueblo en discomovidas; yendo al fútbol y cantando o bailado todos la misma música -principalmente de origen anglosajón-. Sin pensar que el uniforme militar no es tan riguroso como aquella uniformidad de mentes que ahora imponen, al “exigir” que a unos y otros les gusten artes idénticos y el mismo modo de vivir o divertirse. Pero sobre todo, sin percatarse de que cuando en el Mundo todos canten, esculpan, escriban o pinten “a la moda”; la cultura y tradiciones de su pueblos quedarán olvidadas (por no decir aniquiladas). Pues en verdad, no son conscientes del modo en que están siendo colonizados culturalmente, por movimientos llegados de Estados Unidos y con una bajísima calidad artística.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotografías del “Pescarus” un barco que teníamos en Altea en los años sesenta. Arriba, imagen de 1968, en la que vemos el barco en Calpe y su salida de él en chinchorro. Al lado y en un cuadrado, tenemos a Luis Beloqui junto a mi tío Salvador Monmeneu Ferrer (su suegro) en la proa. Mi tío Salvador era de origen ibicenco y procedía de una familia valenciana; desde niño estaba tan acostumbrado a navegar, que nos contaba como diariamente iba al colegio en su balandro. Su familia, además de aficionados a los barcos, guardaba en el recuerdo proceder de San Vicente Ferrer; por lo que tenían como costumbre que uno de los hijos se llamase Salvador y otro Vicente (tal como ocurría entre mis primos). Debido a este origen de mi tío, creían que los Santafé -como judíos conversos- descendían del famoso Josúa Ha Lorquí. Nacido también cerca de Valencia (en Lorquí -Lorca; Murcia-) y que fue médico del papa Luna, a la vez que compañero de andanzas de San Vicente Ferrer. Pese a ello, pude descubrir mi familia Santafé procedían de Pedro de Santafé, poeta y literato que fue hijo de Esperandeo de Santafé; quien era rabino de Tarazona con el nombre de Ezequiel Azamel, antes de convertirse al cristianismo en la Conferencia de Tortosa (bautizado allí por Vicente Ferrer).
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Abajo: Salida de Altea con el Pesacarus una mañana del verano de 1969. En la bañera de popa, mi primo Salvador Monmeneu junto a mi padre; en medio, mi madre (de espaldas) y sobre la capota, colocando la bandera: Mi hermana Ma.José, mi prima Paloma y su amiga “C” (de la que más tarde hablaremos).
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Como iba narrando, antaño la educación y las aficiones se heredaban. Así me inicié yo en la pasión de mi padre hacia el mar, que a él le había transmitido su cuñado (Salvador Monmeneu). Aunque el amor a navegar definitivamente me lo “contagió” mi primo Vicente Monmeneu. Este último, era un entusiasta de los barcos y su peor frustración fue no poder llegar a completar durante su juventud la carrera de ingeniero naval. Unos estudios de “navales” cuya dificultad era tal por entonces, que cuando dejó aquella facultad, se licenció como biólogo en “dos patadas”. Aunque la ilusión de mi primo Vicente hubiera sido dedicarse a la marina y a los barcos; un sueño que procedía de su progenitor y de su familia paterna. Por su parte, ya dije que esa afición por los barcos se la inculcó mi tío a mi padre; quien pronto se sacó el título de capitán, para patronar el Pescarus y salir con todos a divertirnos por el mar en verano. Unos estíos cargados de felicidad y donde aprendíamos miles cosas; regresando al invierno, cargados de experiencias y de nuevos conocimientos transmitidos por nuestros mayores.
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Como venía escribiendo, mi tío Salvador era un entusiasta de la navegación; aunque él había adquirido gran parte de los conocimientos de su hermano (Manuel Monmeneu), quien fue marino y era amigo cercano del “almirante de Altea”. Aquel último era un militar afamado y afincado en una preciosa villa, sita entonces entre Benidorm y Altea; cuya finca se conocía como “La casa del Almirante”. Hasta allí íbamos muchas tardes, para visitar a este conocido lobo de mar -amigo íntimo de mi tío- que narraba mil historias, mientras nos enseñaba sus enormes salones (llenos de maquetas y de objetos interesantísimos, procedentes de la Marina). Recuerdo como aquel almirante era un libro abierto de Historia naval de España; ante el que yo me quedaba escuchando con ocho años, boquiabierto y descubriendo el magnífico pasado marítimo de nuestra nación (algo que ya a nadie preocupa y ni siquiera se conoce). Ese militar -junto a Manuel y Salvador Monmeneu-, hablaba de sus batallas o de Trafalgar y de la conquista de Indias, como si hubiera sucedido ayer. Narrando pormenores y anécdotas, llegando a inculcarme un tremendo amor por la Historia de España.
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Recuerdo como me contaron ellos que todos los marinos llevaban la corbata negra en recuerdo y honor del almirante Nelson; que murió en Trafalgar y que fue metido en un barril de brandy, para trasladar su cuerpo a Londres -sin que se corrompiera-. Luego, cuando Nelson llegó a Inglaterra, la masa que se acercó a rendirle honores, al percibir el olorcillo a alcohol que desprendía, creyeron que había muerto de la castaña que se pilló antes de entrar en batalla y no durante ella... . También me enseñaron que pese a que los españoles perdieron aquella confrontación, en respeto a tan insigne marino, siempre les veríamos con corbata negra en las naves de guerra nuestras. De igual manera, contaban que la Marina usaba en sus uniformes determinados adornos en forma de grilletes, colgando siempre sus insignias en el lado izquierdo; por tradición de los caballeros cruzados, que ataban sus caballos a sí mismos en los barcos y que llevaban la cruz en el lado del corazón.
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Estas y otras historias contaban el “La casa del Almirante” (de Altea), aunque las anécdotas de los Monmeneu con la Marina eran más divertidas de lo que nadie pudiera imaginar. Entre ellas recuerdo como en el año 1971 se celebraba el aniversario de la Batalla de Lepanto y les encargaron que fueran hasta el Museo de Viena a recoger el “mandoble” espada de Don Juan de Austria, para exhibirlo y desfilar con él. Con tan fin se llegaron en coche hasta la capital austriaca, de donde trajeron ese verano de 1970 el famoso espadón de Juan de Austria, que guardaron en su casa durante unas semanas (en espera de dejarlo en el Museo Naval). Pero durante esos días en que tenían el mandoble en su chalet -llamado el Oasis y sito también entre Benidorm y Altea- nos invitaron varias veces a tomar melón cortado con el espadón de Don Juan de Austria... . Enorme fue mi sorpresa cuando meses después pude ver expuesta en Madrid, esa pieza con la que habíamos preparado los melones. Pero mayor fue mi impresión al observar que el desfile del 1 de abril de 1971 estuvo encabezado por un infante, que portaba y presentaba aquel gran mandoble con ambas manos. Finalmente, cuando hice la mili en el año 1982, tuve que servir algunos días como chófer del capitán general en el Regimiento Inmemorial (hoy en Paseo Moret y fundado tras Lepanto); al cual finalmente fui destinado en la “reserva”... . ¿Quién me iba a decir todo esto cuando de niño yo veía cortar melones a Manuel y Salvador Monmeneu, con la espada de ese hermano de Felipe II?.
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IMAGEN, ARRIBA: Una foto mía de 1969; con ocho años patronando el Pescarus. Esta afición heredada hacia la navegación me ha servido mucho para los estudios sobre el Mundo Antiguo; habiendo podido deducir el modo de orientarse y de navegar hace cinco o seis mil años. Una época en la que tuvieron que guiarse principalmente por las aves y a través de las sombras (o por la altura de las estrellas, de forma muy simple). Todo lo que repetidamente he ido exponiendo en diferentes estudios que fui publicando. Para los interesados en ello, pueden consultar mis artículos:
-PUNTOS GEODÉSICOS Y PIEDRAS MEGALÍTICAS: OMPHALOS Y MARCAS DE ORIENTACIÓN. VER:
- EUROPA ATLÁNTICA EN LA EDAD DE BRONCE
- METROLOGÍA EN EL MUNDO ANTIGUO: Sobre ponderales y modelos de logitud; hipótesis peninsulares prerromanas. VER: http://loinvisibleenelarte.blogspot.com.es/2014/05/metrologia-en-el-mundo-antiguo-sobre_3354.html
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ABAJO: Fotografías del mismo año, en la que estamos todos arreglando el aparejo del velero para salir al mar. La imagen está compuesta por dos fotos, donde junto a la popa estamos a mi hermana Ma.José, mi prima Paloma y yo; de espaldas, mi hermano Mario. En la proa (a la derecha) mi primo Angel Monmeneu -también de vuelto- y de nuevo yo -cotilleando-.
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La ilusión por navegar nos llevó a apuntarnos al primo Vicente y a mí, para regatear los domingos en Benidorm. Ello obligaba a levantarse a las siete, estar a las ocho en el puerto y salir a las nueve a competir con aquellos otros que llevaban un balandro perfectamente equipado. Nosotros navegábamos en ese trasto pesado y antiguo que vemos en la foto, que nos habían comprado con el fin de que no volcase nunca. Así que aquello pesaba más que el reloj de un macarra y era más torpe en el mar que un alemán bailando flamenco. Por ello, mi primo Vicente decidió que compitiéramos sacando orza (a mitad), pese a lo que suponía de riesgo. Para que no volcásemos, se le ocurrió fabricarme a mí un “trapecio” y que así yo me mantuviese con medio cuerpo fuera de borda, haciendo contrapeso (pese a mis pocos kilos y estatura). Como no teníamos ni un duro, fabricamos aquellos “trapecios” con cintas de persiana, atadas con tornillos al barco. Una chapuza tal, que el primer día que me colgué, las ataduras se rompieron y salí disparado por la borda. Caí al mar (con apenas ocho años) atado por un pie con las churretosas cintas de persiana y gritando a mi primo Vicente, para que parase el barco -porque me ahogaba-. Tras varios minutos bajo el agua, amarrado al velero como un salmonete recién pescado, bebiendo muchos litros de agua y después de aguantar arrastrado centenares de metros (sin saber qué iba a ser de mí); vi que aquello se paraba y podía volver a subir de nuevo a bordo. Así lo hice y nada más encontrarme dentro del balandro dije:
-¡Vicente... Me he caído!-.
A lo que mi primo exclamó:
-Angel, no se te ocurre algo más interesante que decir...-.
Él se echó a reír, sin parar y quería volverme a montar en “el trapecio chapucero aquel” para que yo me colgase de nuevo... . Creo que desde aquel día perdí mucha afición por navegar.
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Otra de las cosas que antaño se potenciaban era la enseñanza desde muy niño de las artes y artesanías; fuera donde fuese y lo que se hiciera o hiciese. De tal manera, en todo pueblo o ciudad, los adolescentes y menores aprendíamos a pintar, a tocar instrumentos musicales, hacer maquetas o a fabricar cerámica. A unos nos enseñaban cuanto sus padres consideraban formativo y a otros especialidades de su lugar o zona (como el Flamenco, las danzas regionales, la cestería, cerámica, taracea etc). Especialmente se aprendía música, porque por aquel entonces no había buenos tocadiscos -tal como se llamaban los platos con amplificador para oír “vinilos”- y los transistores portátiles tenían una calidad acústica penosa. Así pues, una enorme parte de la población sabía hacer sonar una guitarra o una bandurria, tanto como la gran mayoría cantaba y bailaba melodías de viejo origen (siempre al son de aquel que tocaba el instrumento). Aunque a comienzos de los años setenta, la tecnología discográfica avanzó tremendamente y en apenas un lustro se extendió hasta el “cassette” (magnetofón); pudiendo escuchar todos la música que deseaban, en cualquier momento o lugar -hasta en el coche-. Algo que fue un enorme avance técnico, pero que supuso un terrible retroceso cultural, por dos motivos: Primeramente, porque ya no necesitaban alguien que tocara un instrumento y cuando querían cantar o bailar, bastaba con poner “el loro” (que repetía las canciones “enlatadas”). En segundo lugar, porque cuanto se comenzó a comercializar ya no era arte ni artesanía melódica, sino “un producto” en gran parte importado y en muchas ocasiones de un bajísimo nivel artístico -para cuantos piensen de un modo distinto, les invitamos a escuchar la totalidad de las cancioncitas “modernas” que en los años setenta se comercializaban; entre las cuales tuvieron calidad artística menos de un diez por ciento-.
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Como narraba, en los años sesenta todavía la gente no escuchaba la “música en lata” y cuando querían oír “algo”, debían asistir a un local con profesionales de carne y hueso -no electrónicos-. De ello y por la afición de mi padre al Flamenco, en verano visitaban por las noches “tablaos” (lo que en Andalucía llaman Peñas Flamencas). Salía de juerga normalmente acompañado por Luis Beloqui y para demostrar que no iban a la “caza del bisonte” (3) , me llevaban de “carabina”. Pues a mi madre no le gustaba nada ir al Flamenco y hasta se dormía en los Tablaos. Tanto se aburría ella en esos “saros”, que le pidieron “los artistas” que no fuera por allí, ya que se quedaba dormida. Tan poco le animaba el tema a mi progenitora, que una “bailaora” le dijo un día:
-“Señora, a mí en escena me han hecho de `to´... . Me han `tirao´ tomate, me han `silbao´ y hasta me quisieron tirar un gato muerto. ¡Pero dormírseme!.¡`Dormío´ no `ze´ me había `quedao´ nadie!”-.
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Así, tal como decía, a mi padre le encantaban los Tablaos y me llevaba a mí de carabina, por lo que me fui aficionando al Flamenco. Recuerdo que en Benidorm frecuentaba un garito llamado “Los Tarantos”, sito entonces en la calle de subida al castillo. Un local que regentaba René; un hombre culto, “bien plantao” y que hablaba perfectamente francés (al ser de origen “pied-noir” -argelino-). Aquel dueño del local, realizaba un intervalo entre los Palos y cantes que otros tocaban; de ese modo, para crear un momento artístico diferente, interpretaba “Granada” y melodías “mas serias”. Lo hacía a pulmón libre y a falta de micrófono se ayudaba con un vaso de tubo, vacío, en el que producía la reverberación -vibrando ese vidrio de caña larga, apoyándolo junto a su boca, como si fuera el mástil de un violoncelo-. El resultado era magnífico, el sonido precioso y de ese modo René bordaba las canciones; creando magia con esta una acústica “vasera” y cristalina, inigualable. Ello, unido a su aspecto franco-norteafricano, junto a su camisa abierta hasta el ombligo y su vestimenta siempre negra... . Provocaba que tras terminar de cantar, René fuera atacado por decenas de “bisontes,” que pretendían una aventura con aquel especimen pied-noir (quien, en verdad, superaba con mucho a cualquier macho ibérico y sobre todo a los cazadores de bisontes “hispanoenanos” que acechaban presas por el litoral levantino) -ver cita (3) si desconocemos la extensión del “bisonte” por entonces-.
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De estas lides y por esos motivos me aficioné yo tanto a la guitarra; aunque a mis hermanas me enseñaron su vertiente clásica. Por su parte, mi hermano Mario me dio siempre mil lecciones de pintura (un arte que marcó toda su vida). Sea como fuere, gran parte de la cultura que adquirí, procedió de aquellas aficiones y entretenimientos de otros; de la inexistencia de tocadiscos durante mi niñez y de la necesidad de divertirse sin apenas nada (con una guitarra y dos pinceles). Algo común a toda la Sociedad por entonces; pues -tal como digo- no había ni televisión, ni música enlatada con un sonido de calidad (menos aún sistemas de reproducirla que merecieran la pena). Por cuanto los discos que se escuchaban y divulgaban en los años sesenta, eran reproducidos en costosos equipos y principalmente de música clásica; lo que provocaba que la gente tuviera un enorme gusto artístico. En los pueblos, al igual que en las ciudades; porque una gran mayoría se interesaban por melodías con cientos de años de historia y con un alto nivel cultural (fueran de folklore, de clásica o música moderna; ya que tan solo grababan “los grandes”). Hoy, muy por el contrario, todos pueden tener acceso al mercado, y quien más vende se considera el mejor. Algo que traducido a la gastronomía supondría elegir como bebida más exquisita a los refrescos gaseosos azucarados; o la comida de mayor calidad, a la hamburguesa, las patatas fritas y los chuches -lo que más se vende y consume...-.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LINEAS: En el patio de nuestra casa de Benidorm en 1970; tocando la guitarra y pintando. ARRIBA, derecha a izquierda: Mi primo Vicente, yo (en una hamaca) y mi hermana Ma.José, guitarra en mano. ABAJO: En el centro de nuevo, mi hermana Ma.José, a su lado Alfredo (el cura que vivía en casa) y Jose Ma. Díaz Mozaz, trabajando un cuadro. Este último, era un sacerdote “navarrico” al que le encantaba pintar y que veraneaba con nosotros; del cual también tengo algunas anécdotas divertidas. Díaz Mozaz fue un hombre muy culto, que compraba y leía cuantas publicaciones se ponían a su alcance. Pero vivía con su madre, a quien le preocupaba el enorme gasto que su hijo tenía en librerías. La progenitora, que era navarra de pura cepa y nacida en Caparroso (lugar de origen de los Santafé); siempre que le veía entrar con ejemplares nuevos, le decía: -“Hijo mío; no compres más libros...¡Repasa los que tienes!”-.
Querían hacerle obispo, pero él se negaba y un día que me escondí detrás de una puerta pude escuchar una conversación entre mi padre y Díaz Mozaz, donde mi progenitor le preguntaba:
-“Bueno, Jose María. ¿Cuándo te hacen obispo?”-
A lo que él contestó:
-“Nunca, porque cuando te nombran obispo, te dan una silla episcopal que tiene un tornillo. Ese tornillo lo ponen inmediatamente y cuando te sientas allí, se te mete por el culo a rosca; por lo que ya no te puedes ni mover, ni menos levantarte...”-.
Yo, que tenía por entonces unos siete años y que escuchaba esto a escondidas; me quedé muy pensativo y preocupado. Pensando cuán peligrosa era la Iglesia... . Pues si le metían por “ese sitio” un tornillo a los obispos, qué no haría con los feligreses... .
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Mi hermano Mario, pintando en Alemania, en casa de los Sres. Shmidt, con unos trece años (hacia 1965). La pasión de él fue la pintura, desde niño hacía retratos y paisajes; tristemente, al estudiar arquitectura le hicieron perder la afición por este arte, pues nada hay peor a que nos “examinen” de nuestras ilusiones.
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6- EL DESPERTAR:
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Fue en verano de 1970; ella diré que se llamaba “C” -para preservar su intimidad- aunque recogeré fotos suyas, por cuanto creo es importante que todos conozcan su belleza. La vi de cerca por primera vez en un mes de julio, casi cincuenta años atrás; yo regresaba de Giengen y ella pasaba unos días en casa de mis primos. Era la íntima amiga de mi prima Paloma; me la presentó una mañana cuando entraban en nuestra casa, diciendo: -“Mira, este es mi primito Angel que acaba de llegar de Alemania-”. Escuché aquello y me volví para verlas; me quedé asustado porque ante mí tenía una verdadera diosa... . Como antes narré, se llamaba “C” y era lo más bello que había visto en mi vida. Más bonito aún que el campo de Extremadura y más impresionante que el Mediterráneo, o las playas por la mañana. Era lo más bello que jamás conocí hasta entones. Además vi como aquella canéfora de nombre “C” sonrió al saludarme, con una mirada de Afrodita recién nacida. Yo, caí en un trance de locura... . Pues el mayor problema consistía en que ella tenía quince años y yo solo nueve.
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Así el verano de 1970 fue el de mi despertar y el de sufrir la peor de las melancolías, al ver que aquella que yo tanto amaba, me superaba casi en cuarenta centímetros de altura y en más de un lustro. Pese a ello, nada había imposible en la vida y yo era docto en esas lides; habiendo realizado numerosos intentos de conquistar “mujeres mayores”. Primero, con mi tata Ramona -que “se me” casó, dejándome más solo que a Crusoe en un día festivo-. Después, con su hermana Jose; una fémina guapísima pero que tenía su carácter. Tanto, que cuando se le daban besitos de más, soltaba un par de cachetes diciendo: -“Este niño está pegajoso; yo creo que necesita una novia (está peor que el pico de una plancha)”-. Además, aquella Jose era tan preciosa como impaciente y cuando no se obedecía, aplicaba una disciplina férrea. Así recuerdo un día en que hurté un anillo en el suelo del mercadillo, para regalárselo -en muestra de mi admiración-. Pero ella me obligó a devolverlo al dueño del puesto, pidiendo perdón y luego dijo a mis padres que yo era capaz de ofrecerle cosas robadas. ¡Y qué iba a hacer! ¡Si no tenía medios, ni dinero y quería demostrarle mi amor!. Después de aquello y de ser castigado por lo del anillo, consideré que Jose no era merecedora de mí. Pero como la vida premia a los justos, a los pocos meses de aquel duro golpe, encontré esa diosa llamada “C”, viviendo con mis primos durante el verano del 70; apenas a una manzana de nuestra casa.
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IMAGEN, ARRIBA: Otra fotografía del Pescarus, saliendo de Altea. En la proa, de derecha a izquierda: Mi prima Paloma y su amiga “C” (de pie); yo (sentado a su lado) desmembrado de pasión por ella. En el muelle -con pantalón y camisa blanca- mi primo Angel Monmeneu; en la popa, su hermano Salvador entrando en la bañera (detrás, su otro hermano Vicente, dentro del barco). Como digo, fueron estas las vacaciones del “despertar”, durante las que conocí a “C”; la mujer más guapa que había visto jamás. Estuve intentando conquistarla a diario; pasando un verano triste y compungido al ser una causa perdida, sin poder superar la enorme diferencia de edad y hasta de talla que había entre ella y yo.
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IMAGEN, ABAJO: Chapuzón de ilusión... . Esta foto fue tomada una mañana de playa en que el cura de casa (Alfredo) harto ya de verme melancólico y apesadumbrado por ella, me agarró por las manos y le indicó a “C” que me cogiera por las piernas, para “bautizarme” de una vez por todas. Así me llevaron en volandas hasta la orilla, con la intención de tirarme hacia las olas, a ver si despertaba y se me quitaba la tontería que llevaba en la cabeza. Pero nada, ni con esas se me fue la tontuna; es más, este detalle de agarrarme por los pies aceleró mi imaginación pensando que ella quería acercarse a mí... . Tanto que todavía conservo en el recuerdo el momento en que me hicieron esta foto, porque habían sido unos segundos de “ilusión”, en los que por primera vez pude tocarla.
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Desde que la vi, aquella mañana a finales de julio, permanecí pensando cómo conquistarla y cada día tramaba una nueva estrategia. Hice todo tipo de imbecilidades, tantas como para aprender a tirar bocanadas de aros con el humo del tabaco -intentando impresionarla-. Ensayaba a escondidas con pitillos robados al cura de casa, para hacer las mejores onditas de humo imaginadas. Pero en el camino y antes de lograr unos aros que merecieran la pena (para enseñárselos a “C”); fui descubierto durante aquellos entrenamientos. Me pillaron en el cuarto de baño, cigarro en mano y en mitad de una humareda. Cuando me encontraron en ese trance, no había forma de explicar que no fumaba, que tan solo ensayaba para hacer ondas perfectas... . Los azotes fueron meritorios y el castigo de varios días sin ir a la playa solo me dolió por no verla; solo por eso. Aunque a los pocos días -ya perdonado- regresé a las arenas mediterráneas, con el rostro preocupado, pero muy varonil; esperando que ella se me acercase. Aquella diosa llamada “C” vino y me preguntó qué me había pasado; a lo que contesté:
-“Ya ves. Es que a los hombres nos gusta fumar y esta gente de mi casa no se da cuenta que soy ya un tío hecho y derecho... . Me castigaron. Si me dejas un pitillo, te enseño las ondas que sé hacer con el humo; te van a encantar”-..
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Le dio la risa; vi todos sus dientes como perlas finas, enjoyadas y brillantes. Me di cuenta entonces de que no era solo una mujer, era una nube convertida en ser humano... . Luego me dijo que ni se me ocurriese coger más un cigarro, que me iba a quedar enano. Lo que me dejó preocupado, pues se refería claramente a nuestra distinta altura; una diferencia -que unida a la edad- hacía imposible conquistarla. Pero no desistí y al poco tiempo me hice amigo del niño más macarra de la playa, para poder impresionarla con lo que aquel chaval tan retorcido me enseñase. Era un chico mayor que yo (de unos catorce años) que tenía un fusil de pesca submarina, con el que sabía cazar pulpos y hasta morenas. Le prometí amistad, para que me adoctrinase con el fin de impresionar a las mujeres y él me pidió a cambio que vigilara sus apneas desde la orilla. Así me convertí en su centinela, mientras él entraba en el mar con sus aletas, gafas y tubo; esperando en la playa por si le ocurría algo. Mi misión era estar alerta hasta que aquel valiente saliera de las profundidades marinas, con un pescado ensartado. Le seguía a todas partes, explicando a unos y otros que mi nuevo amigo era un héroe capaz de atravesar de un flechazo a los tiburones. Así lograba que me dejase tirar algunos arponazos con su fusil; practicando en el arte del submarinismo, para que alguna vez “ella” lo viera.
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Después de hacer a ese chaval muchos días la pelota y permanecer de vigilante más de una semana, me atreví a contarle mi verdadera historia de amor: Le narré que necesitaba su ayuda para impresionar a una bella fémina mayor que yo; a la que quería enamorar ofreciéndole un ejemplar ensartado en un arpón, diciendo que yo mismo lo había pescado. Por lo que él me tenía que dejar durante un momento su arma, con algo importante allí pinchado. Aquel chico quiso conocerla y vino al toldo para que yo señalase en secreto quien era esa “C” mágica. Al verla tan mayor para mí, le dio la risa y me dijo -“Estás `pirao´; tío”-. Algo que me dolió mucho, pero que no me hizo desistir; pues sabía que los grandes proyectos jamás fueron comprendidos en sus comienzos (tal como había sucedido a Colón o a Galileo). Así le convencí de que me dejara el arpón con una buena pieza allí pinchada y mi amigo el macarra, accedió a hacerlo -entre risas y bromas acerca de mis posibilidades de enamorarla...-. En una de sus inmersiones cazó una anguila (que por entones proliferaban en toda la zona de Sierra Helada) y me dijo que fuera a enseñársela rápidamente a mi amada, para que la viera recién sacada del mar. Así lo hice. Corrí por la playa a toda prisa para que aquel pobre bicho ensartado -que se retorcía en el pincho- llegase vivo hasta el toldo donde estaban todos. Pero antes de que eso sucediera oí una voz detrás de mí, que decía:
-“¡A...ngel!. ¿Qué haces con ese arpón?”-.
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Era mi madre, que paseaba por la orilla con otras personas; quienes se pusieron a chillar al verme con un tenedor de cinco estrellas más grande que yo y con la anguila allí pinchada (cual una mierda en un palo...). Me quedé lívido. Aquello no podía ser verdad... . No podía volver a sucederme algo como lo del tabaco y las ondas... . Pero tristemente fue que sí; porque en las playas todo está cerca y todo se ve. Así que pronto corrió la voz de que yo era un gamberro, que frecuentaba amistades macarras y que me paseaba por la orilla atemorizando a la gente, con una anguila atravesada y retorciéndose en su agonía. Ni siquiera pude llegar hasta donde estaba “ella” y enseñarle el tesoro que le llevaba. Mis familiares me obligaron a regresar con mi amiguito el submarinista y le advirtieron que no volviese a tratar conmigo, que yo no tenía años para andar con fusiles (ni de pesca, ni de caza). Tras ello y después de devolver la anguila y el pincho a su dueño, me tomaron de nuevo por un brazo y fui castigado un día sin bajar a la playa. Principalmente, para que jamás tratase con aquel niño “chorizo” que ensartaba pulpos o peces -sin licencia ni edad para ello-, en un lugar donde la gente se bañaba y tomaba el Sol.
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IMAGEN, ARRIBA: Subido en una pelota gigante, haciendo “circo”. Como digo, aquel verano del 70, no paré de hacer idioteces para ver si conquistaba a mi amada. Aunque ella midiera cuarenta centímetros más, o fuera seis años mayor que yo; no desistía en mis intentos y cada día inventaba una nueva bobada. Una de ellas, esta de subirme a una pelota y llegar a ponerme de pie, hasta que terminaba con mis “cuernos” en la arena. Las caídas eran morrocotudas y a veces muy dolorosas, pero como “ella” se acercaba siempre para socorreme; aquello ni dolía, ni importaba.
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IMAGEN, ABAJO: Mi padre haciendo el “pino buñolero” que había inventado. La foto es de un verano anterior (1969) y a su lado están: Luis Beloqui -en primer término- y a la derecha, mi hermano Mario (con unos diecisiete años). Mi espíritu circense, en gran parte lo heredé de mi progenitor; al que le encantaba impresionar con “actuaciones” curiosas. Una de las cosas que practicaba era el “auto-yoga”; consistente en posiciones de esta disciplina, creadas por él. La que más le relajaba era este “pino buñolero”, cuya postura perfecta debía semejarse un buñuelo de mesa. Así le vemos, en plena ejecución de aquel pino que se hizo famoso en la playa, pues nadie lograba imitarlo; debido a que había que sostenerse sobre un lateral del cuerpo, desparramado e inverso. Durante el invierno también se relajaba en casa o en el trabajo haciendo el pino buñolero; en su “estudio” y sobre una alfombra para esos menesteres.
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Acerca de esa oficina de mi padre (estudio sito entonces en Villa 1, Madrid) me contaron algunos de los que trabajaban allí, el modo en que examinaban a las mecanógrafas -para aceptarlas-. Diciéndome que mi progenitor tomaba la guitarra y que ayudado por Luis Beloqui, se ponían ambos a cantar flamencadas. Entonando una letra que solo decía:
-“Madre mía, madre mía... Madre mía, madre mía... Madre mía, madre mía....”-.
A su lado, la examinada iba tomando nota de lo recitado y tras acabar la melodía y el cante, contaban el número de “madre mías” anotados a máquina. Si coincidía con los que el tempo y el ritmo mandaba... . La aspirante era aprobada como mecanógrafa.
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Harto ya de mis fracasos y de que todo intento para encandilar a aquella belleza terminase en desastre; decidí explicarle lo importante que iba a ser yo, cuando cumpliera unos años más. Pues visto el poco éxito que lograba con “C” en mis pequeñas heroicidades, pensé que lo mejor sería contarle el gran futuro que le tendríamos juntos, si ella era capaz de esperarme unos años. Para asesorarme bien, eché mano de mi primo Angel Monmeneu; quien conquistaba a las mujeres más preciosas que yo jamás había visto (recuerdo que por entonces tenía una novia llamada Carmen que era “de cine”). Con ese fin, en la playa hablábamos durante horas y él tenía paciencia para aconsejarme; contándome métodos y formas para ligarse a la que te gustaba. Además sucedió que en esos días fuimos a ver una película de Alfredo Landa titulada “Una vez al año, ser Hippy no hace daño”, en la que explicaban que el mejor método de conquistar mujeres era ser playboy. Así que tras terminar la proyección en el cine de verano, yo ya había decidido mi vocación futura y salí de allí comentando a “ella” que yo iba a ser el mejor playboy del Mundo; que me esperase unos años.
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Ante aquella nueva idea mía, el cachondeo generalizado de mis hermanos y primos era de cuidado. Sin poder parar de reírse al escuchar que yo iba a meterme a playboy para ligarme a “C” -como el que ingresa en un convento para buscar a Dios-. De tal modo, al día siguiente no paraban de hacerme preguntas sobre mi futura profesión... . Y es que yo no sabía nada sobre la función de un playboy; pero sin conocer en qué consistía su labor, había oído en el cine que eran quienes más ligaban y por eso quería dedicarme a ello de mayor. Así volví a consultar con mi primo Angel acerca de todo aquello. Él, un poco harto de mis chorradas, me dijo que parase de hacer el ridículo. Que con esos planteamientos no iba a lograr más que llamar la atención por bobo y que no me iba a ligar ni a “ella”, ni a ninguna otra en mi toda vida. Que me iban a tomar por idiota. Yo, sin comprender nada de lo que sucedía, le pregunté los por qués de tantas risas a mi propuesta de ser playboy de mayor. A lo que mi primo Angel Monmeneu contestó:
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-“Pero para ser Play Boy tendrás al menos que tener un coche bueno... . ¿Digo yo?. Un descapotable... . A ver: ¿Qué coche crees que vas a poder comprarte en unos años?”-.
Yo le respondí rápido y con seguridad:
-“Un Seat Coupé. ¡Descapotable!”-.
Su cara de asombro fue todo un poema. Me miró, como el que observa una medusa secándose (con más asco que interés) y luego dijo en tono adusto:
-“Sí claro. Vas a ser el primer playboy cateto. Iniciador de la saga de los playboys garrulos en España... . ¿Un Seat Coupé?. ¡Tú estás mal, chaval!”-.
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Tras decir aquello, mi primo Angel se dió la vuelta en la playa y se puso a dormir, mientras me decía que no le diera más la lata. Yo me quedé herido y perdido; completamente anómico y sin saber por qué no podía comprarme un Seat Coupé, si era un descapotable y con linea aerodinámica... . Luego me di cuenta del fallo: El pescadero (José) tenía ese coche y la gente era muy clasista en España... . Al fin y al cabo mi único error ante su pregunta fue tan solo no saber nada de marcas; si hubiera sido algo más docto en mecánica y automóviles, seguro que le hubiese contestado bien a mi primo. Nada, era un fallo sin importancia y yo seguí pensando en aquello de ser playboy, preguntando a otros qué coche era el más adecuado -con el fin de ir preparándome para esa profesión-.
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ARRIBA: Una imagen compuesta, donde podemos ver a ambos lados aquella “bella” que me rompió el corazón en verano de 1970. En medio, una foto mía que mandé me hicieran justo después de teñirme el pelo, para gustarle. Más abajo narro los motivos que me llevaron a cambiarme de color la melena, todo lo que supuso un nuevo cachondeo en casa. Si observamos la imagen con detenimiento, se ve que ya tengo el cabello rojizo; porque está tomada justo antes de que se secase el agua oxigenada. La foto no tiene desperdicio, ya que para hacérmela me puse hasta la camisa “hippy” (comprada en el puesto ibicenco del mercadillo).
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ABAJO: Junto a Platón; un perrito de mi hermana que en esos días de soledad y angustia era el único que no se reía de mí.
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Pero pasaban los días y “ella” seguía sin venir conmigo; siquiera me miraba como yo quería. Además, me trataba como a un niño y eso se me hacía insoportable. Así que para conocer sus preferencias y debilidades decidir callar y escuchar cuanto hablaba con mis hermanas y mi prima, por ver si podía llegar a enterarme cuales eran sus gustos. De ese modo fue como la oí un día comentar que le encantaban los hombres rubios... . Algo que de nuevo me rompió el corazón; pues yo -como mucho- era castaño oscuro (y eso durante los veranos). Todo lo que otra vez añadía un defecto en contra mía: Primero la edad, luego la altura y ahora esto de que “ella” los prefería rubios... . Se me hacía la vida insoportable durante aquellos días y tan solo encontraba ya el amor entre los perros; pues toda mi familia andaba cachondeándose de las bobadas que durante ese verano hacía. Día tras día, fuera donde fuese y viniera quien viniese; era yo el hazme-reír de cuantos se acercaban a mi casa (que fueron muchos). Unos y otros preguntaban por la última idiotez que se me había ocurrido y estaba en boca de todos historias como lo de la anguila, el tabaco o lo de ser playbloy... .
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Así que en un último intento y a la desesperada, cuando casi terminaban las vacaciones, decidí teñirme de rubio. Y sabiendo que las chicas se echaban agua oxigenada en los pelitos del brazo, para aclararlos y que no se vieran. Cogí el bote de ese agua con oxígeno que había en el botiquín y me lo vertí enteramente en la cabeza. Luego, pedí a mis hermanas que me hicieran una foto, y ellas me la tomaron -sin sospechar nada-. Aunque mi intención con aquella imagen era perpetuarme en un estado anterior; pues sería ya la última vez de mi vida en que tendría el pelo moreno. Tras haber decidido teñirme por siempre de rubio, para gustarle a mi amada “C”. Así lo hice y a las pocas horas, cuando bajamos a la playa, la gente empezó a preguntarse por qué tenía yo el cabello tan rojizo. Unos y otros me lo decían y yo afirmaba que era tan solo el efecto del Sol. Todos me miraban extrañados y hasta pensaron que habría entrado en algún lugar del mar, donde me había manchado la cabeza. Pero al regresar a casa descubrieron aquel bote de agua oxigenada, completamente vacío y en la basura... . Pronto supieron el origen de mi color de melena y preguntándome por qué había hecho eso, me vi obligado a contestar que a “C” le gustaban rubios y que me había teñido por ella.
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Mi madre ponía el grito en el cielo y mis hermanas se despiporraban a carcajadas, junto a mis primos. Lo peor es que cuando “ella” llegó, tampoco podía parar de reír y solo comentó: -“¡Pero si tiene el pelo como una zanahoria!”-. A mí aquello ya me pareció muy cruel y me sentí solo, abandonado y traicionado. Tanto que unicamente los perros me resultaban seres buenos. Por su parte, mi madre dijo que así me quedaba; con la cabeza más roja que el trasero de un mandril. Y así tuve que entrar a los pocos días en el nuevo curso del colegio; donde todos me comenzaron a preguntar por el pelo. No había problema, a mis compañeros bastaba con decirles que había confundido el bote de champú con uno de agua oxigenada y nadie se preocupaba por mi tono de melena. Aunque no caí en la cuenta de que mis hermanas contarían en el colegio la verdad a sus amigas; quienes venían a mi clase para ver mi pelo como el que visitaba a un mono de feria (cachondeándose a más no poder). Fue así como sufrí por amor algunas de las peores calamidades que había vivido hasta entonces y el modo en que fui el centro de comentarios para muchos. Tantos, que acabé harto. Así que el primer día en que vi a “C” ya en Madrid y en una tarde de sábado de otoño; me acerqué a ella para comentarle -mintiendo-:
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-“¿Sabes?. Ya estoy enamorado de otra”-.
Lo dije intentando vengarme, pero tristemente me respondió:
-“Menos mal. Estábamos todos preocupados”-.
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Después de estas últimas palabras; me fui a mi cuarto a lamentarme en la más absoluta desesperación. Entre pesadumbres y aflicciones me miré al espejo y me quedé fijamente observando como por “ella” ahora tenía la mitad del pelo color zanahoria y la otras parte de raíz, en tono castaño. Habían pasado ya dos meses desde el teñido con agua oxigenada... . Así fue como comprendí lo ridícula que resultaba mi persona para todos, sintiéndome el hombre más desdichado del Planeta.
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SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes del campo Extremeño en la zona que comprende dede Las Villuercas al Santa Cruz de la Sierra. La foto superior, está tomada en Las Infantas hace unas cinco décadas; justo a la salida del portón de la casa, desde donde se veía al fondo un gran monte llamado Santa Cruz. La inferior, tiene tan solo dos años y esta hecha desde Cabañas del Castillo -junto a Solana de Cabañas, un lugar famoso por la estela tartessia allí encontrada-. Al fondo de esta segunda imagen he marcado el mismo monte de Santa Cruz, donde me contaban hace cincuenta años que había sido enterrado Viriato; según afirmaban los pastores y Melitón . Siempre me señalaban hacia aquella cumbre, diciendo que se allí encontraba la tumba del general lusitano, que había sido pastor y que se las había hecho “pasar putas” a los romanos. Así fui aficionándome a la arqueología. Además, pude ver como pasados los años -sobre 1980- se descubrieron en aquel lugar llamado Santa Cruz del Puerto, varias lápidas que atestiguan la posibilidad de que en verdad estuviera allí el sepulcro de Viriato. Una localización de su tumba que se habría conservado durante más de dos milenios, en la memoria y en la leyenda entre los lugareños.
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7- “ASÍ TIENE QUE SER”:
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Pudiera haber terminado este capítulo de mis memorias intitulando su epígrafe último con otras palabras, como las de: “Conclusión”, “Final” o incluso “Despedida”. Pero no he querido hacerlo, pues cuanto he escrito se trata en gran parte del “adiós” a un familiar y a un buen amigo; a nuestro primo Salvador Monmeneu que hace muy poco “marchó” de nuestro Mundo. De tal manera, he querido titular esta parte final con la forma que los japoneses utilizan para despedirse; diciendo “Sayonara”. Voz nippona que realmente significa “así tiene que ser”. Una palabra que tan solo pronuncian cuando se marchan, sabiendo que tardarán mucho en volver a verse; pues cuando pronto coincidirán, simplemente se dan un “hasta pronto”. De tal manera, así fue y “así tuvo que ser”, el camino hacia el más allá de nuestro primo. En una ida que emprendió ya sin retorno y en la que esperamos algún día podamos volver a vernos (al menos coincidir).
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Mientras tanto le recordamos y recordaremos, junto a las historias que vivimos con él y los suyos. Habiendo sido algunas de las más divertidas, aquellas que sucedieron en los veranos de Altea y Benidorm durante los años cercanos a ese 1970, cuando la mayoría no podía parar de reír de cuantas imbecilidades yo hacía. Pese a todo, cuanto pasé de niño me sirvió para forjarme un tipo de personalidad, que es la que tengo; plenamente de diletante, pero con algunos matices distintos de las comunes. Tanto fue así, que a través de cuanto me contaron en Extremadura acerca de los romanos y de Viriato, surgió mi interés y curiosidad por la arqueología. Habiendo llegado a poblar internet con miles de páginas y centenares de artículos sobre Tartessos (4) . De igual manera, el interés de mi hermano por la pintura, la escultura y la arquitectura; me llevó estudiar muy diferentes artistas y sus obras. Tanto como su afición y la de mi madre por las antigüedades, hicieron que escribiera numerosos estudios sobre estos temas (5) . De mis hermanas surgió estudiar guitarra; habiendo llegado hasta mi maestro gracias a Ma.José. El maestro Posadas, con el cual estudié una década, para echar a componer de modo autodidacta (sobre los dieciocho) y a dar conciertos posteriormente. Hasta el punto de estrenar mis obras en París a los veintitrés años y llegar a Japón poco después, donde presentaba ya mi repertorio junto a Paco de Antequera (6) . Finalmente, la pasión de mi padre por el Flamenco me llevó a interpretar ese folklore y a estudiarlo de un modo profundo (7) . Tanto como el interés de mi progenitor por las religiones; hizo que me internase en la mitología y en la historia de las creencias; de donde nacen gran parte de mis estudios sobre Tartessos y otras investigaciones como las que incluyo en cita (8) .
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Por último añadiré que también mis investigaciones sobre “iberismo” partieron de ese interés por la arqueología y por Viriato que me inculcaron en Extremadura y en mi casa (9) . Aunque de mis vivencias en los pueblos, nacieron mis LEYENDAS DE LA MOTA DEL MARQUÉS (10) . Donde conjugo cuanto aprendí de Historia, con aquello que fui viendo mientras viajaba de un lugar a otro -principalmente junto a mi mujer, con la que he recorrido aproximadamente millón de kilómetros; estudiando visitando y fotografiando, casi toda España-. Para terminar, diré que algunas de las cosas que escribo y que tienen mayor éxito proceden simplemente de cuanto vi y viví de niño, de mis recuerdos de familia o de mis experiencias en el extranjero. Recogidas en su mayoría en este blog llamado AÑORANZAS, RECUERDOS Y SEMBLANZAS, que ha superado los setenta mil lectores -y en otro donde incluyo tan solo anécdotas y asuntos de humor (11) -. Debido a ello, e de agradecer a todos los que me rodearon, cuanto me enseñaron y lo que me hicieron sentir; en especial a las personas más cercanas y a mi mujer (Chiho) que con paciencia de japonesa ha sabido aguantar un “personaje” como yo a su lado. Todo lo que narro, hizo que un día comenzase a escribir mis vivencias, mis conocimientos o mis ideas; en su mayoría nacidas de cuanto aprendí junto a mi esposa o me fueron inculcando en mi casa y entre mis primos. Aunque cada vez que “se nos va” uno de los que me enseñaron a vivir; me queda un vacío que tan solo intento suplir con estos recuerdos que aun puedo memorizar y con cuanto redacto sobre él.
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Dos fotos recientes de Las Villuercas; la primera, un rebaño de cabras y mi mujer (Chiho) junto a Solana de Cabañas. La siguiente, charcas en la primavera extremeña (Aldeacentenera, junto a Madroñera).
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos del río Almonte, donde íbamos de niños a pescar. La primera a su paso por las cercanías de Berzocana (población famosa por su tesoro pretartéssico, del siglo IX a.C.). La siguiente, el paso del Almonte por Aldeacentenera, en cuyo puente gótico pescábamos -Aldeacentenera es también conocida por hallarse allí un famoso castro celta vettón-.
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más de Extremadura: Primeramente, mi mujer mostrando frente al monasterio de Guadalupe un “pan” típico del lugar; a continuación una de las torres de Trujillo.
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Fotos de Trujillo: El castillo y bajo esta, vista subiendo hacia ese castillo. A lo lejos vemos la famosa montaña de Santa Cruz, donde se dice que está enterrado Viriato. Mucho más cerca y tras la torre, las tierras de Las Infantas, en Madroñera -a unos cuatro kilómetros de distancia de Trujillo-.
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Primeramente, una vitrina del Museo Arqueológico Nacional -al que agradecemos nos permita divulgar la imagen-. En ella podemos ver entre otros tesoros de la Edad de Bronce (final), los dos torques hallados en Berzocana -que he marcado con una B.-. Posteriormente, una imagen mía actual tomando fotografías de las estelas tartessias e ídolos guijarro, en el Museo Arqueológico de Cáceres (al que agradecemos nos permita divulgarla).
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Un dibujo mío del Puig Campana; la gran montaña situada tras Benidorm, que siempre me llamó la atención. Pues observándola desde niño, vi como parecía artificial aquel “diente” perfectamente cortado en su centro. Con el paso de los años, me propuse estudiarlo y pude comprobar que quizás se había horadado sirviéndose de agua y calor; rompiendo aquel trozo de la montaña con hogueras y seguramente aprovechando una hendidura o roto inicial (una gran grieta existente en la cima). Así pudieron tallar con una forma casi perfecta ese trozo cortado del Pico Campana; que además es el monte más alto de nuestra península, próximo a la costa. Después supe que en sus faldas (junto a Villajoyosa) estaba uno de los santuarios ibéricos de origen griego más importantes de mundo ibérico -el Tossal de la Madelleta-.
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Finalmente y tras algún tiempo estudiándola, deduje que se trataba de un pico sagrado y situado justo a la misma altura que el monte Parnassos en Grecia. Cuya latitud es exactamente igual (con una diferencia de apenas dos segundos -tres kilómetros aproximadamente-). Hubo quienes me preguntaron cómo los griegos (asentados en su colonia de Alonis -Villajoyosa-) pudieron calcular que este punto estaba a en linea exacta de paralelo que el Parnassos. Ante lo que contesté: Simplemente midiendo las sombras en una igual fecha; debiendo ser la longitud de la sombra igual, un mismo día. Finalmente, nos queda otra incógnita y misterio, pues aquel diente perfectamente tallado en el Pico Campana (Puig Campana); parece de origen megalítico y cuando menos de la Edad del Bronce Alto. Aunque el culto al Parnassos como montaña desde la que se divisaba todo el litoral girego, igualmente comenzó hacia el 2700 a.C. (12) .
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Pizarra del siglo V al IV a.C. encontrada en el Cabezo de Almoroquí; Madroñera (propiedad del Museo Arqueológico de Cáceres, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Está inscrita con caracteres tartessios -en alfasilábico turdetano-; sistema de escritura más antiguo aparecido en la Península Ibérica. Allí, en Madroñera y junto a este Cabezo de Almorroquí, jugué de niño y pasé mis mejores momentos. Muchos de ellos soñando sobre Viriato y acerca del pasado, pensando que algún día descubriría algo importante en esta tierra.
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Como decíamos, este capítulo es en gran parte una despedida. Aunque en la vida todo es un adiós constante. Pues el mismo hecho de escribir acerca de un momento y unos recuerdos, significa que aquellos ya han cristalizado y hemos de abandonarlos -allí redactados-. Que al menos yo, ya no podré volver a narrarlos; so pena de quedar como un pesado. Todo lo que hace de esta parte de mi vida, una materia ya petrificada. Como si aquella resina que hasta no hace tanto todavía fluía, se hubiera endurecido y detenido definitivamente; quedando convertida en ámbar. Una parte momificada ya de mi pasado, donde inevitablemente los recuerdos permanecerán por siempre aprisionados y ni siquiera podrán cambiarse. Por todo ello, lo mejor es regresar al presente; al día a día, que al menos provoca el sueño de los justos y no el despertar de los enajenados:
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Siendo así, recordaré aquel viaje en que Salvador mi primo apareció en Japón; junto a su sobrino, Luis Beloqui y la mujer de este último -Mónica Castilla-. Decidieron ir por su cuenta haciendo turismo y tras unos días de experimentación recibí una llamada de Luis. Me comentaba que estaba todo muy bien, pero que tenía algunas dificultades de adaptación. Le aconsejé que no se preocupase, que se hiciera con un teléfono móvil y que en cualquier circunstancia o situación difícil, se pusiera en contacto; hasta si no encontraba un WC. Rápidamente me contestó que no tenía problemas para saber dónde estaban los baños, pero lo que no llegaba a acertar era cómo se “hacía aquello”, en un agujero de esas características y proporciones. Pronto me di cuenta que se habían ido a un lugar totalmente japonés, de montaña; donde los lavabos eran a la antigua usanza. Careciendo de retrete común y teniendo el sistema nippón clásico, a modo de boquete en el suelo (todo lo que a un occidental puede horrorizarnos). Así, le expliqué cómo había de ponerse de cuclillas, mirando precisamente al lado contrario del que uno pensaba; pues esos WC diabólicos parece que están diseñados al revés. Al rato volvimos a hablar y me comunicó que como mide casi dos metros y no entraba en el habitáculo, se había agarrado a lo que parecía un pasamanos. Pero que la barra había comenzado a ceder, soltando agua y tuvo que salir corriendo... . Evidentemente, aquello no era era un asidero sino la tubería del agua. Yo no me atreví a preguntar si cuando salió huyendo del Titanic, se acordó de tirar de la cadena... .
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Debido a ello, le aconsejé que comentase cuantas dudas tenía -o lo que no supiera-, con las personas del alojamiento donde estuvieran. Ante lo que me dijo que no tenía costumbre de dar la lata en los hoteles. Extrañado, le pregunté por qué y contestó que unos amigos suyos habían protestado una vez durante un viaje -de manera un tanto exagerada- y tuvieron un triste percance. Me contó que les sucedió cuando todavía las máquinas de fotos eran de papel y había que revelar las imágenes. Viajaban junto a estos que se enfadaron con una persona que limpiaba el apartamento y a quien la dirección del aparthotel amonestó gravemente, por la queja que sus amigos presentaron. Al regresar a España, todos revelaron sus carretes y apareció entre las fotos una en que aparecía un culo desconocido; en primer plano, de lado y con varios cepillos de dientes dentro... . Tardaron unos minutos en entender qué significaba aquello; hasta que comprendieron era la venganza del amonestado por sus amigos. Así que él prefería hacer amigos en los hoteles. Lo comprendí perfectamente; además me acordé de unos conocidos de mi madre que siempre presumían de que sus empleadas domésticas eran encantadoras y educadísimas. Que aquellas chicas extranjeras jamás ponían una mala cara, ni se quejaban (aunque se las regañase). Pero que tras varios años en la casa y después de una fuerte bronca a gritos de la señora; las encontraron meando silenciosamente dentro de la sopera -eso sí; muy calmadas y sin un mal gesto-.
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Por cuanto narro, no quise enterarme de muchas de sus correrías y de los problemas que sufrían por Japón, esperando que llegaran a visitarnos. Fuimos a pasar con ellos un par de días a Kawaba, un balneario famoso de la zona y Luis Beloqui pudo conversar con mi cuñado japonés durante horas... . Ello sin necesitar utilizar una sola palabra; bastando hacer gestos con el taponcito del vino, cada vez que abrían una nueva botella. Después, tras cuatro o cinco horas de conversación hispano-japonesa gestual, fuimos a dormir. Lo hicimos en las clásicas habitaciones de tatami con futón, donde los ronquidos de vino y marisco se oían más que los pajaritos del alba nippona. Finalmente, regresaron a España; tras varios días de viaje y una noche de karaoke, en la que Luis Beloqui (hijo) terminó muy disgustado porque alguien le dijo que no cantaba nada bien... . Y eso... . ¡Eso le llegó al alma...!.
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IMAGEN, ARRIBA: Una fotografía que ya había publicado y en la que estamos en Kawaba, hace unos diez años. De derecha a izquierda: Primero, mi cuñado japonés (Ishizeki); tras él, Luis Beloqui (esperando al vino para darle consejos sobre qué hacer con el corcho); al fondo, su mujer (Mónica Castilla). A la izquierda y frente a Mónica, mi primo Salvador; finalmente yo con unas pinzas sobre la bandeja. Por cierto, el tono coloradito de todos se debe al calor del balneario... .
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IMAGEN, ABAJO: Ángela, la hija de Luis Beloqui y Mónica Castilla, con su madre mirándola mientras la viste de japonesa. La niña tenía en esta foto apenas tres años y ya iba a la guardería contratada como relaciones públicas de la empresa. Famosa por quedarse menos quieta que el precio de la gasolina, creemos que es el futuro de la familia. Un futuro de España incierto; tanto que cuando me preguntaron un día en Japón cómo se arreglaría nuestro país, me quedé pensativo y dije:
-“Con un presidente de gobierno chino; porque me parece que los chinos son los únicos que trabajan”-.
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CITAS:
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(1): MILENARISMO (Diccionario RAE): 
1- Creencia en que existirá sobre la Tierra, antes del día del juicio final, un reino de paz establecido por Jesús que durará mil años y será benéfico y pacífico.
2- Creencia según la cual el fin del mundo iba a tener lugar en el año 1000 de la era cristiana.
PARA LOS INTERESADOS, VER: http://www2.uned.es/temple/milenarismo.htm
(2): Esta historia sobre Alfonso XIII y los Hispano Suiza me fue relatada por mi madre. Quien contaba que un día en una visita del rey a los altos hornos de Sagunto apareció luego en la casa de los ingenieros. Queriendo conocer las instalaciones, fue a visitar hasta las cuadras y allí encontraron (comitiva y monarca) a mi madre, con unos diez años y vestida con un kimono, adorando a las cabras diciendo que había inventado una religión... . El castigo fue peor por herejía que por haberle robado un kimono a su madre, con el que cantaban Madama Butterfly
(3): Recordemos que se entendía por “bisonte” aquella mujer “nórdica” (inglesa, del centro o norte de Europa) con más de sesenta años y ochenta kilos de peso; que pasaba grades temporadas en esta zona de Levante. Viviendo sola -o con amigas- y con bastantes recursos económicos, tras haber enviudado, haberse jubilado o separado. Un especimen que el "macho ibérico" de los años sesenta "cazaba" y capturaba en las playas y terrazas de lugares veraniegos, con el fin de beneficiarse de sus carnes y de sus rentas... .
(4): PARA LOS INTERESADOS EN VER MIS ESTUDIOS ACERCA DE TARTESSOS, PULSAR:
O BIEN EL ÍNDICE DE ENTRADA EN TARTESSOS Y LO INVISIBLE EN EL ARTE:
(5): Tengo varias publicaciones dedicadas a vida y obra de pintores, destacando mi biografía de Pedro Berruguete. PARA LOS INTERESADOS VER:
(6): PARA QUIENES DESEEN ESCUCHAR MI OBRA, INTERPRETADA POR MÍ;
RECOMENDAMOS PULSAR:
https://www.youtube.com/watch?v=Nw1g-OKTqyQ
IGUALMENTE PODEMOS OIR HESPERIS I, II Y III, BASADA E INSPIRADA EN TARTESSOS:
https://www.youtube.com/watch?v=zs75YCxbad4
https://www.youtube.com/watch?v=jRVNaGa3wx0
https://www.youtube.com/watch?v=M6EzpQyy2Qc
Tras lo que invito a mis lectores a oir, la primera parte de MAEBASHI (LUZ); una de mis últimas obras. Suite de guitarra que también consta de doce movimientos, compuesta entre 2010 y 2011, dedicada a la ciudad en la que vivo (en Japón). En grabación semidirecta en Japón, pueden escuchar las tres piezas de la primera parte: LUZ (Atardecer, Amanecer y Luz de Maebashi).
PULSAR SOBRE SUS ENLACES:
https://www.youtube.com/watch?v=NV8uqxKW434
https://www.youtube.com/watch?v=oM_vIP7Ryyk
https://www.youtube.com/watch?v=oM_vIP7Ryyk
(7): -FLAMENCO, ARQUEOLOGÍA Y PRE-FLAMENCO
(antes que el pueblo gitano desarrollase este folklore)
http://historiasdelflamenco.blogspot.com.es/
(8): Ver: DE CNOSSOS A TARTESSOS pulsando:
http://decnossosatartessos.blogspot.com.es/
(10): Ver: LEYENDAS DE LA MOTA DEL MARQUÉS más de 29.000 lecturas
http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com.es/
(11): Ver: DEL CIPANGO AL SPANGO
http://delcipangoalspango.blogspot.com.es/
(12): PARA TODOS LOS INTERESADOS EN CONOCER MIS ESTUDIOS SOBRE EL PUIG CAMPANA VER:
ALTARES TARTESSIOS, CULTOS CTÓNICOS Y CRISOLES (Capítulo 103 de: "Los bueyes de Gerión en el Tesoro de El Carambolo")
SECRETOS DE LOS ORÁCULOS (Capítulo 106 de: "Los bueyes de Gerión en el Tesoro de El Carambolo")
SMITHING GODS: HERRREROS, ALQUIMISTAS Y DIOSES ENJOYADOS (Capítulo 104 de: "Los bueyes de Gerión en el Tesoro de El Carambolo")
OMPHALOS, MERIDIANOS Y PARALELOS EN LA ANTIGÜEDAD -los santuarios ibericos y su situación en el Grado 38,5º Norte- (Capítulo 105 de: "Los bueyes de Gerión en el Tesoro de El Carambolo")
PUNTOS GEODÉSICOS Y PIEDRAS MEGALÍTICAS: OMPHALOS Y MARCAS DE ORIENTACIÓN (Capítulo 107 de: "Los bueyes de Gerión en el Tesoro de El Carambolo")