domingo, 18 de agosto de 2013

EL PAN DE AYER (de: "La crisis de Occidente, capítulo VIII")

1º) LA "ABUELA" GREGORIA:
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EN IMAGEN y Sobre estas líneas, una fotografía tomada en la playa durante un verano de 1967 y donde podemos ver a mi madre junto a Gregoria Zamarra, quien fué como una segunda madre para ella. Pués durante la Guerra Civil, al quedar huérfana mi progenitora y sus hermanos, los protegió y los llevó hasta Madrid (logrando que superasen aquellos duros momentos -junto a los familiares que sobrevivieron-). Gregoria, había nacido a a fines del siglo XIX, en Tarancón, de donde procedía parte de la familia de mi madre -los Cobo Canalejas-. Conocía a mis abuelos desde jóvenes y estaba casada con el administrador de sus padres (mis bisabuelos). Fue una de las personas más agradables, buenas y alegres que vi en toda mi vida. Siempre bromeando y riendo, nos contaba cuantas anécdotas habidas y por haber uno pudiera pensar; ya que al haber vivido desde niña muy unida a los Cobo Canalejas (y después a los Santafé Arellano) lo sabía todo de ellos . De sus ratos de charla escuché y aprendí miles de historias de la familia; sucedidos de hace más de cien años y tantos cotilléos y rarezas, que su conversación me sorprendía a diario.
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Como antes dije, Gregoria lo conocía todo sobre nosotros, puesto que en realidad era como nuestra abuela -al haber muerto los padres de mi madre, muy jóvenes y en muy tristes circunstancias-. En su forma de hablar aún se oían frases del Quijote y del castellano más puro y bello; tanto que siempre que decía la palabra "cerdo" añadía "con perdón" (quizás porque no fuera alguien a creer que se refería a los presentes). Un día le pregunté por qué tras pronunciar las palabras "carne de cerdo" o "comer cerdo", había que añadir "con perdón" y ella me contestó que era obligatorio, para no ofender... . Y no solo eso, sino también se hacía imprescindible -a veces, y en reuniones de postín- que al hablar bien de alguien, se añadiera la muletilla final "sin menospreciar a los que escuchan". Un día oí como comentaba que nuestro tío Eloy Cobo era un gran señor, terminando con la frase: -"sin ofender a ninguno de los presentes"-. Me quedé perplejo pensando si acaso en el siglo XIX había quienes se ofendían cuando se mentaba a un tercero diciendo que era un caballero, olvidando incluir iguales virtudes a los allí reunidos... .
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También, en otra ocasión -y muy de niño- recuerdo que se le cayó un mendrugo al suelo; se lo recogí y cuando fui a tirarlo a la basura Gregoria "puso el grito en el cielo" exclamando... .
-"¡Ángelito, tirar el pan nunca. El pan cuando se cae hay que besarlo, pedir que no falte y ponerlo donde estaba.! -.
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Me quedé sorprendido ante aquel gesto, preguntándole si aquello era absolutamente necesario; a lo que ella aseveró que antiguamente a cualquiera que se le cayera un trozo de pan de las manos, se agachaba para recogerlo y besarlo. Tras lo que se guardaba para comer, sin dar importancia al hecho de que hubiera rodado por los suelos; aunque siempre pidiendo a Dios que nunca nos faltase. Esta escena que describo en la que me enseñó a besar al medrugo caído jamás se me olvidó; tanto que me ha venido a la memoria varias veces, en especial viendo los pueblos, donde por doquier caen trozos de casas por los suelos... .
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Pedazos de adobes centenarios, muros milenarios, pertrechos y piedras, unidos a maderas, tejas y restos de construcciones; todo lo que fue no hace tanto, la gloria de nuestra Nación. Un país que hoy se tambalea y se agrieta, en una crisis quizás semejante a la que sufren desde hace tiempo estas casas preciosas, y que poco a poco se nos vienen abajo. Unas construcciones que llevan años "cayéndose a cachos" aunque merecerían -al menos- el mismo trato que aquel pedazo de pan de Gregoria: Necesitando quizás que alguien nos enseñara a valorarlas, para que nunca nos falten y que así todos nos agachásemos a recogerlas, besarlas, levantarlas y volver a habitarlas.
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EN LA FOTO SUPERIOR:
Mi madre hacia 1955 en la zona de la Quinta de Miranda que Eugenia de Montijo había regalado a su abuelo (junto a la fuente en la que se declaró Napoleón III a "su" Emperatriz). Esta parte del jardín -compartido con el área en que veraneaban los Santafé-, estuvo en su día decorada por Próspero Mérimée. Quien aprovechó la segunda restauración de la finca -llevada a cabo por el conde de Montijo a principios del XIX- para realizar allí una escena romántica. Para ello se valió de las piedras, de las fuentes y de los restos que quedaron de la antigua villa que se había reconstruido ya en 1780 y sobre todo de las procedentes de la casa antigua de los Zapata en Madrid. Puesto que aquella Quinta de Miranda (como ya recogí en otra entrada, VER: http://recuerdosyanoranzas.blogspot.com.es/2011/01/eugenia-de-montijo-y-los-blasones-de-su.html ), había sido rehecha y recomprada a los Cabarrus, a fines del siglo XVIII por los descendientes de los Zapata, quienes fueron una de las familias más importantes de Madrid, hasta la revolución de los Comuneros.
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De tal manera, aquellos Zapata antepasados de los Montijo, venidos desde Aragón en la Edad Media; habían participado en la Reconquista y tras tomar la Al-Magerit a los árabes, fueron nombrados regidores de esta población y señores de Barajas -donde construyeron su palacio en el Castillo, del que aún pueden verse algunos restos junto al aeropuerto de igual nombre-. Pese a la confianza que gozaban con la corona, como caballeros fieles a su pueblo, tuvieron el infortunio de apoyar a Padilla, Bravo y Maldonado, hacia 1520. Pretendiendo así defender a la ciudadanía matritense -que por entonces ni era capital, ni una gran ciudad-, del absolutismo de los Austria importado por el joven Carlos V. Así, parece ser que se parapetaron en la Puerta del Sol; allende dicen que extendieron su pendón de Comuneros. Así, como la bandera de los "revolucionarios" lucía un "astro rey" en el blasón, la leyenda narra que tomó ese nombre aquella puerta de la Villa, que hoy llamamos "la del Sol".
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Sea como fuere, una vez rendidos y vencidos los Comuneros de Castilla; los de Madrid hubieron de admitir igual derrota. Aunque su suerte no fue tan dura como la que sufrieron los de Villalar, porque estaban comandados por el Valeroso Juan de Zapata; quien no solo era Regidor de Madrid, sinó también Copero Real y ayo del príncipe Juan (el hijo de los reyes Católicos). Siendo así y gozando de la confianza de la familia real, tras desmontar el liviano fortín de madera en el que se habían parapetado los sublevados -elevado en la mencionada Plaza "del Sol"-; fueron aquellos antepasados de los Montijo tan solo castigados a abandonar parte de sus honores y de sus blasones. Trás lo que parece forzadamente deshicieron su castillo de Barajas, descolgando de allí las principales piedras de la fortaleza y llevándolas "secretamente" hasta un nuevo palacio (que encargaron a un arquitecto italiano, hacia 1550). La nueva casa de los Zapata, se llamó la "de los salvajes" y se situaba junto a la actual plaza del conde de Barajas (que tomó el nombre del Conde de Miranda, su sucesor directo). Así, en la referida "Casa de los Salvajes" -entre sus capiteles y piedras- parece que "escondieron" los Zapata los escudos prohibidos por Carlos V, consiguiendo salvar alguno del antiguo castillo y esculpiendo disimuladamente entre las columnas el blasón que contiene "el calzo". Un emblema en el que aparece aquel "zapato censurado" por el emperador Carlos I de España, quien había castigado a Juan de Zapata a no lucir su blasón.
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Un grabado del siglo XIX en el que se representa al séquito y guardia, llegando junto a la Emperatriz Eugenia de Montijo a su famosa casa de Carabanchel, Quinta Miranda (dibujo y escena fechados en 1871).
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Pasaron los años y aquel palacio renacentista -llamado "de los salvajes"- fue demolido hacia 1780 por los sucesores de los Zapata, ya convertidos en los Condes de Miranda. Quienes levantaron en la plaza que tomó su nombre, un nuevo edificio neoclásico. Por su parte, y trás derruir el antiguo, se llevaron las piedras del derribo a su finca de Carabanchel, donde las guardarían o las "colgarían" en la nueva quinta. En lo que se refiere a aquel segundo palacio de los Miranda (que sustituyó al de "los salvajes"), pude conocerlo de niño; ya que hacia 1950 se convirtió en un enorme almacén de tejidos, donde mi hermano y yo merodeábamos cada vez que pasábamos cerca (intentando ver cómo era por dentro). Lo "cotilleábamos" cuando cruzábamos frente a aquel gran edificio y en muchas ocasiones -puesto que mi padre tenía a muy pocos metros su estudio de arquitecto (en la calle Villa 1)-. Hasta hubo una ocasión en que mi hermano Mario, viéndo su portón abierto, se metió "de estrangis" en aquel palacete convertido en almacén. Tardó un tiempo hasta que el dueño de local advirtiera su presencia y le mandase salir de allí; por lo que pudo subir a la segunda planta, donde decía haber visto techos pintados al estilo Ventura, al igual que comentaba que su gigantesca escalera central era del mismo tipo de arquitectura.
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Siendo así, concluimos mi hermano y yo que el arquitecto de aquel segundo palacio de los Zapata (ya Condes de Miranda) había de ser Ventura Rodriguez; "artista" que por lo demás era muy "aficionado" al derribo de todo lo anterior. Tanto que el claustro de Silos se salvó de caer bajo su piqueta por falta de medios económicos, ya que -al parecer- de haberse llevado a cabo el proyecto deseado por Ventura; todo el monasterio de Silos hubiera sido reconvertido en un edificio neoclásico... . Y es que "la manía" de los españoles por tirar, es una enfermedad cultural, porque nadie puede comprender que para ampliar -o mejorar- un edificio antiguo, haya que destruir todo lo que hubo antes. Así y con el mayor desprecio por el pasado imaginable, España sufre una costumbre de "termita destructiva"; una epidemia que igualmente acabó con el mencionado segundo palacio de los Miranda (el que habíamos deducido podía ser de Ventura Rodríguez). Edificio que fue finalmente demolido y reconvertido en unos apartamentos, con fachada de ladrillo rojizo "cara vista".
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Por su parte, y siguendo con la Casa de los Salvajes -derruida hacia 1780, seguramente por Ventura Rodríguez -, las piedras renacimiento principales que tenía, por fortuna fueron "respetadas" por aquellos constuctores neoclásicos. Quienes las sacaron limpiamente del edificio antiguo, para que los descendientes de los Zapata las llevaran a su quinta de Carabanchel. Villa de verano que había sido suya y luego de los Cabarrús; aunque tras la revolución francesa la compraron de nuevo al este insigne conde parisino. La transformáron poco después en un caserón neoclásico, y realizó en Quinta Miranda una segunda reforma el descendiente más directo de aquellos Zapata; quien fuera el padre de Eugenia de Montijo. Que realiza hacia 1804 una remodelación del edificio, aunque la de su jardín fue terminada decenios más tarde (hacia 1840); encargándose la decoración de exteriores al famoso escritor y folklorista Próspero Mérimée. Donde este francés que tanto amaba España, realizó un jardín romántico, en el cual intercaló varios ambientes, con estanques y fuentes. Una de ellas era la que vimos en la imagen anterior (en que aparecía mi madre en la casa de Carabanchel); fuente junto a la que se sabe, Napoleón III pidió matrimonio a Eugenia de Montijo.
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: La familia de mi madre, hacia 1915. En primer término y a nuestra derecha, mi bisabuelo Manuel Cobo. Trás él y con muy corta edad (unos catorce años), nuestro tio Martín Santafé; el hermano menor de mi abuelo Angel -al que también vemos sentado, en el centro de la foto-. Tras aquel, su hermana, su madre (de negro) y a lado, la que cinco años después sería su Mujer -mi abuela Concha Cobo-. Al final y dentro de la gruta, Jaime Santafé; un hermano de mi abuelo que tristemente falleció en un accidente atomovilístico muy joven, al poco de titularse como arquitecto.
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Siguiendo con lo que narrábamos, que en gran parte resume cuanto contaba en una entrada de hace ya varios años; al parecer Mérimée, aprovechó el hecho de que la Quinta Miranda hubiera sido una antigua villa romana, para excavarla, generando en ella y en su jardines un ambiente "arqueológico romántico". Ya que el credor de la "Carmen" a la que puso música Bizet, era un apasionado de la arqueología del romanticismo, todo lo que le permitió convertir en un sueño del pasado más remoto, los alrededores de la quinta de los Montijo. Así, usando las piedras de la antigua Casa de los Salvajes, creó varios ambientes; imitando una excavación y recreó la villa romana, recuperando los mosaicos. Erigiendo en el jardín una casa -o caseta-, donde podía vivirse "a la forma latina", cuyo suelo eran los famosos mosaicos descubiertos allí (pertenecientes a la antigua Villa de Carabanchel -tal como hoy denominan los arqueólogos el yacimiento-). Por lo demás, imitó varias grutas al modo de los jardines renacentistas, colocando fuentes y generando un ambiente similar al de las casas de la Pompeya -por aquel entonces descubierta hacía menos de un siglo-.
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Esta historias que hoy escribo -de la Quinta Miranda-, como otras tantas de mi familia, me fueron relatadas casi enteramente por Gregoria, aquella que fue como una abuela para nosotros -a quien mi hermano y yo escuchábamos boquiabiertos en sus relatos-. Otras de aquellas historias familiares, nos fueron contadas por nuestro tio Martín, el menor de los hermanos Santafé y el único que pudimos conocer (dado que los demás murieron antes de que naciéramos -a excepión de nuestra tía María; la hermanita más pequeña del abuelo y una de las más queridas por todos-). Sobre todo oí hablar de todo aquello cuando el tío Martín -que se había quedado con la parte de Quinta Miranda que los Montijo nos habían regalado-, tuvo que deshacerse de la casa, cuando en 1969 "las hermanas oblatas" decidieron vender la finca de su propiedad. Perdiéndose por entonces no solo la memoria, sinó también el resto del edificio, que cayó bajo la picota destruyendo parte de la Historia del "pobre" Carabanchel. Un pueblo que antaño y como lugar de veraneo de todos los madrileños (ricos, medianos y pobres) hubo de ser maravilloso, pero que al convertirse en un barrio de Madrid fue fagocitado y destruido por "la mole" y por la peor ignorancia -la que se lleva a cabo en nombre del Progreso...-.
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2) LA "MANÍA" DE TIRAR... :
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Lienzo Antonio Joli (pintado hacia 1750), en el que vemos como era entonces La Calle de Alcalá -en Colección particular; agradecemos al propietario del cuadro nos permita divulgar su imagen-. Esta interesante obra del artista italiano Joli, ha sido expuesta en varias salas de Madrid; y ante ella, los que hemos nacido en la "Villa y Corte" nos admiramos de cómo hubo de ser de bonita esta ciudad que hoy en día apenas tiene un puñado de edificios barrocos y del Renacimiento. Todos ellos desaparecidos, porque derribar parece siempre lo mejor; el acto de mayor riqueza y de gran progreso entre los españoles.
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De todo cuanto narro sobre la casa de Carabanchel, nada queda; a menos de algunos capiteles y la fuente donde Napoleón III se declaró a Eugenia de Montijo, que por su importancia pasó a casa de mis padres. Ello, porque el amor por tirar y destruir lo antiguo en nuestra nación no es una costumbre, sino más bien una enfermedad crónica. Dolencia o patología -que mejor se diagnosticaría de pandemia- que se ha extendido a todos los tiempos; aunque cuanto más moderna haya sido la época, más se ha agudizado ese mal del arrojar lo usado y lo antiguo, al basurero. Tanto parece ser un mal hispano aquella "manía" de tirar, que el sabio refrán dicta textualmente: -"Pariente y cacharro viejo, poquitos y lejos"-. Una frase que más asemeja ser de un rockero (o de un punkie), que del refranero de un país culto, donde parece mentira que se promueva que toda cosa vieja o antigua sea destruida. Ello quizás para fomentar la salvajada ibérica, que debe ser una costumbre adquirida ya en tiempos de Viriato, cuando los romanos quedaban asustados de lo incívico de nuestro pueblo. Quienes muy poco respeto sentían hacia lo ajeno, pero menos aún con lo propio; gustando vivir en la anarquía y donde los naturales de la Península se atacaban entre ellos, aún sin motivo (destruían, robaban y realizaban razzias por doquier, tan solo para divertirse). Siendo así que -en verdad- la romanización en Iberia "caló muy poco" y de esos lodos tenemos aún estos tristes barros; los de un pueblo que se nunca se admira a sí mismo, se odia bastante  y no lucha por conservar lo verdaderamente valioso que tiene (que es muchísimo).
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Porque nada de eso parece útil.... Hay que "renovarse o morir", y así lo de menos lo fue conservar los antiguos edificios; tanto que en España los urbanistas o los planificadores de las ciudades posiblemente han creido que las urbes tienen micelios. Y quizás, pensando que los barrios eran como las setas -cuya raiz se fortalece tras ser quitada su parte alta, una y otra vez-; habían de "arrancar" cada cierto tiempo el hongo superior, para que salieran las casas cada vez en mejores condiciones... . Una barbaridad que nos ha llevado a que el "pan de ayer" sea hambre para hoy, ya que Madrid (como otras tantas poblaciones españolas) pudo haber sido una maravillosa ciudad cargada de palacios barrocos, neoclásicos y románticos; y a día de hoy es un compendio de edificios, en su mayoría de estilo "General Franco". Aunque la destrucción no se produjo tan solo en este tiempo (de 1940 a 1975), sino que fue escalonada; ya que a cada etapa de crisis o de bonanza económica, le acompañó un periodo de "derrucción" inmobiliaria. Bien por carecer de dinero para conservar los edificios, o bien porque habíamos de derribar lo antiguo; ya que "la miseria" y "lo de ayer", parece ser para los españoles una misma cosa... .
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ARRIBA: Imagen del Palacio del Indo, levantado por el banquero vasco Migel Saínz de Indo, en 1866. En 1901, el duque de Montellano compró a los descendientes del banquero este palacete y mandó derruirlo, para construir allí otro edificio que encarga a un arquitecto francés. Aquel segundo, de Montellano, era una obra de estilo "menos llamativo" y de una calidad arquitectónica menor. El famoso Palacio de Indo (de 1866) se levantó en los terrenos del entonces llamado Paseo del Cisne -lo que hoy se denomina Eduardo Dato-, y se encontraba en una zona de Madrid muy antigua a la que denominaban Huerta de España. Unas tierras que son adquiridas por el banquero vasco Miguel Sáinz de Indo, donde aquel emprendedor construye y lleva a cabo (como heredero de Salamanca) uno de los barrios mejores de España. Un lugar al que se trasladaron todos los grandes adinerados de Madrid, y que fue conocido finalmente como el Barrio de Indo. Estaba formado por varios palacetes y casonas construidas entre 1866 y 1877, aunque feneció casi por completo a manos de "la picota", antes de 1970.
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Recordando de nuevo las cosas que Gregoria decía, siempre me llamó la antención aquella frase que salía por su boca, cuando nos veía arrojar comida y objetos a la basura; comentando: -"qué manía la de tirar"-. Tras ello, siempre añadía que en su tiempo no se tiraba nada; si había un domingo cocido para comer, al día siguiente se hacía "ropa vieja"; que consistía en freir y saltear bien saboreados los garbanzos sobrantes, junto a lo que hubiera de las comidas anteriores. Si el pan quedaba duro, en invierno se debía cocinar de mil formas diferentes (sopas de ajo, migas o andrajos y etc) y en verano se guardaba para el gazpacho y el salmorejo. Porque eso de hacer gazpacho con pan del día era de tontos; lo mismo que las migas, que se debían de cocinar con el que había quedado como una piedra -que hasta lo vendían en las tahonas... -. Aquellos consejos nos parecían ancestrales y hasta ridículos, cuando los oíamos en una España que progresaba por días (no por años). Me refiero a los años sesenta, en que cada mes el PIB, el "PUB" y el "POB" eran más altos. Eso sí.... por aquellos días, también caían los edificios antiguos como las setas; y es que el progreso parece que en España tenía ese "precio" -o ese fin-. 

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En referencia a ello, hace unos días me volvió a escribir el fotógrafó Jose Manuel Sánchez Martínez ( https://plus.google.com/113161507528792784738 ) quien dejó un comentario en una de mis entradas ya referidas (la que trataba acerca de Eugenia de Montijo y sus blasones). Hablaba en su mensaje sobre un artículo de la Hoja del Lunes, en que se recogía la demolición de la Quinta Miranda. El texto, del que a continuación damos "link", está redactado por quien fuera el último alcalde de Carabanchel (RAFAEL LÓPEZ IZQUIERDO), que también dirigia dicho semanario. En este vemos la imagen del palacete de los Montijo, días antes de que fuera derruido; publicada un 7 de abril de 1969 (VER pulsando sobre http://www.flickr.com/photos/36447014@N05/9497284936/lightbox/ ) .
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El artículo se intitula, "Requiem por un palacio romántico" y narra cómo la villa que fue residencia de verano y de descanso de la emperatriz de los franceses, iba a ser derribada en esos días. Ello para sustituirla por un simple edificio de apartamentos (o pisos), que bien podía ser construido a unos cientos de metros de distancia. Pues quien conociera Carabanchel en aquellos años, sabrá que estaba rodeado de descampados y que -a excepción de su calle central (General Ricardos)- el resto de zonas lindaban o colindaban, de alguna forma con solares. De lo que tirar un palacio de 1780 para convertirlo en pisos era, además de innecesario, absultamente aberrante. Aunque este parece que fue el "pan de ayer" que hoy posiblemente nos trae el hambre. Puesto que Carabanchel pudo haber sido un barrio maravilloso de Madrid, cargado de palacios, villas y palacetes, que se alternaran junto a las casas de las gentes que allí residen. Aunque muy por el contrario, se optó por tirarlo todo (o casi todo) y de las decenas de villas y quintas de veraneo que desde el siglo XVII allí se levantaban; tan solo han quedado tres o cuatro -que por su importancia o por pertenecer a la corona, nadie se atrevió a derribar-. Pero no es este tan solo el caso de Carabanchel, sino el de casi toda España y en especial el de Madrid; pues su zona centro (el Barrio del Indo o lo que luego se llamó La Castellana) sufrió el mismo destino.
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COMENTARIO A LAS IMÁGENES: ARRIBA: Vista áerea de la actual Plaza de Colón (tomada en 1929), donde aún puede verse el palacio del duque de Medinaceli y la Casa de la Moneda (edificio de Francisco Jareño). Fuente de la que hemos tomado la fotografía: Portal URBANCIDADES (agradeciendo su disposición para libre divulgación de imágenes).
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ABAJO: Plaza de Colón en su estado actual, con los Jardines del Descubrimiento en el lugar que ocupaba La Casa de la Moneda.
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Continuando con "el pan de ayer" del que tanto cayó y que nadie besó -ni menos recogieron, para reedificarlo dignamente...- . Nos iremos al centro mismo de Madrid, porque no es menester recorrer mucho para ver las atrocidades cometidas. Siendo así, una de las más llamativas, la destrucción de la Casa de la Moneda; un edificio del mismo autor que La Biblioteca Nacional -sita frente a aquel "vano" y que por suerte aún se conserva-. "Casa numismática" diseñada por el arquitecto isabelino Francisco Jareño Alarcón, que fue demolida en 1970, simplemente para hacer lo que "llaman" Jardines del Descubrimiento. Pese a podernos parecer algo extraño, tales derribos tan solo seguían la tónica del barrio; tanto que muy poco antes (hacia 1966) habían tirado el palacio del duque de Medinaceli -frente a La Casa de la Moneda-. Un edificio neoclásico, que aunque habìa sufrido un incendio en los años veinte (en el que había perdido bastante); todavía conservaba los techos pintados por Maella.
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Siendo así, a mi juicio, este "pan de ayer" nos ha traido de seguro hoy mucha hambre; pues una ciudad como Madrid, que tuvo un paseo cargado de palacios y de casonas; en nuestros días tan solo luce en esta zona del centro (antes llamada Indo), edificios de los años sesenta y setenta. Unas construcciones que podían haberse levantado de manera exactamente igual en la prolongación de la Castellana -ampliando así la ciudad, en vez de destruirla-.
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COMENTARIO A LAS IMÁGENES: ARRIBA: Mercado de Olavide, destruido en 1974; obra del arquitecto Ferrero Llusiá, llevada a cabo en 1931. Un caso muy semejante al de la Casa de la Moneda (aunque no tan aberrante) fue el del Mercado de Olavide, que se voló en 1974 para crear un jardincito -de apenas mil metros cuadrados- en el lugar que este edificio ecléctico y semi modernista ocupaba. Recuerdo que en esos años mi padre era director de la Revista Arquitectura (del COAM) y dedicó un número entero al edificio, intentando que no lo destruyeran. En este número especial sobre el Mercado de Olavide participaron los mejores arquitectos de entonces, proponiendo soluciones alternativas a la demolición (crear un centro comercial, un lugar de exposiciones, un edificio multiusos etc). Aunque la realidad es que esta edición monográfica de la Revista Arquitectura, dedicada al Mercado de Olavide, tan solo sirvió para que cesaran al director poco después. Porque el mercado, en 1974 fue volado, tal como podemos ver en la imagen tomada del portal Urbancidades (al que agradecemos nos permita divulgarla).
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BAJO ESTAS LÍNEAS: Voladura del Diario Madrid, realizada en 1970. Demolición con unas altas connotaciones políticas, habida cuenta que el periódico que albergaba este edificio se había opuesto a algunas directrices del Régimen. El hecho cierto es que además de una "cacicada" dictatorial, su derribo fue una aberración arquitectónica. Pues como podemos ver, se trataba de un edificio neoclásico (típicamente madrileño), con sus chapiteles y un precioso esquinazo, coronado con una balconada.
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Así vamos viendo que "el pan de ayer" en esta nuestra España ha sido mucho; tanto que en algunas zonas se derribaron casi la totalidad de sus edificios importantes (salvándose de la picota, tan solo los religiosos y aquellos cuya importancia era indiscutible). Un ejemplo de todo ello es Madrid, donde si a lo visto, uniéramos los conventos y casas de gran belleza, "tirados"; nos daríamos cuenta de que la capital de España pudo ser una de las más bellas de Europa. Pese a lo cual, anda coja por doquier, viéndose agujeros extraños en todo lugar donde se va. Allí donde encontramos un edificio viejo o antiguo, rodeado de altas casas de pisos; que le circundan de tal modo que uno piensa cómo vivirá aquel pobre al que le toque salir a la ventana y se encuentra frente a un muro de veinte metros de altura. Porque "acoquinados" debían quedarse aquellos que viviendo en una casa vieja, veían como de un día para otro les tiraban la colindante y en su lugar levantaban una de diez plantas; desde la que le podían hasta escupir los niños del vecino (mientras desayunaba contemplando esa tremenda mole que habían hecho a su lado...).
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Tristemente, este que decimos fue el "pan de ayer", porque durante años en España y para hacer algo de dinero, no se les ocurrió mejor idea que ir tirando los edificios viejos. Por su parte, las nuevas construcciones, muy bien se hubieran podido hacer en otros lugares de las ciudades (o de los pueblos) sin destruir el casco urbano, la historia de las poblaciones y su belleza. Muchos culpan a los arquitectos de aquello, pero en realidad el arquitecto hace lo que manda la ordenanza y lo que exige el cliente. Es decir, que si la ley permite derribar y realizar lo que se desee (sin arreglo a criterios de conjunto histórico, o de alturas), el promotor intentará el mayor rendimiento de su solar, tanto como buscará un arquitecto que le firme el proyecto que desea construir. Antes o después primará el negocio sobre otros criterios, ya que el montante de aquellas operaciones es altísimo y las personas -junto a las empresas- están llevadas por seres humanos (que han de buscar su forma de vida). Siendo así, compete a la Sociedad cuidar por su propia cultura y velar de su patrimonio (histórico material e inmaterial)... . Pues si los españoles no defendemos lo valioso que hay en nuestro país, en verdad no sé quien puede velar -ni luchar- por ello.
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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Pendón de los Comuneros en la capilla de los Maldonado, de la Catedral Vieja de Salamanca. Como hemos dicho, unos de los antepasados de la emperatriz Eugenia de Montijo se sumaron a la revuelta comunera, por lo que Carlos I les castigó a no poder usar su pendón ni sus blasones (nos referimos a los Zapata, Regidores perpetuos de la villa y señores de Barajas). También les obligaron a dejar su castillo-palacio (en Barajas), y a trasladarse a vivir al centro de la ciudad. Allí levantaron una casa renacimiento, llamada "de los salvajes", donde ocultaron varios de sus blasones o escudos entre los capiteles y piedras del nuevo palacete.
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Algunos opinan que de este comportamiento del emperador, pudo nacer la desdicha que sufrió de continuo la Casa de Austria (que le sucede); ya que a nadie puede ser castigado a renunciar a sus honores familiares. Menos aún, a unos caballeros como los Comuneros, que tan solo defendían a su pueblo. Así resultó que el episodio de Villalar quedó como una vergüenza histórica en la vida de aquel rey recien llegado de Flandes; tanto que en la Catedral de Salamanca fue enterrado Maldonado (en la capilla de su familia), con plenos honores y en secreto. Junto a su cuerpo, se conservaron los pendones y a la lanza que lucía cuando fueron atrapados los Comuneros (de camino entre Torrelobatón y Villalar). Estos hechos los destaca la Historia como nacidos de la inexperiencia de un rey joven y extranjero; "un chico veinteañero" capaz hasta de ultrajar el honor de los que luchaban por los suyos.
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Algo que no tiene disculpa, pues como dice Calderón de la Barca en El Alcalde de Zalamea: "Al rey la hacienda y vida se han de dar / pero en honor es patrimonio del alma / y el alma tan solo es de Dios" . A lo que añadiremos que -de algún modo-, los recuerdos, las añoranzas y las semblanzas del pasado, tan solo pertenecen nuestro alma.