viernes, 2 de mayo de 2025

SUCEDIÓ EN ANDALUCÍA (sobre el humor y el amor al arte, en el Sur)

ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general, que contiene los artículos de "Añoranzas, recuerdos y semblanzas". Para acceder al índice, pulsar sobre esta línea: http://recuerdosyanoranzas.blogspot.com.es/2015/04/pulsar-sobre-las-lineas-de-enlace-hacer.html

EL ARTÍCULO puede leerse enteramente o bien de forma resumida (siguendo las letras destacadas en rojo y las negrillas).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de La Plaza de España, en Sevilla; donde en los años ochenta, se encontraba el Cuartel General de la II Región Militar. Allí estuve destinado durante “La Mili”, desde octubre de 1982 hasta diciembre de 1983; con veintiún años. Durante esa época cambió sobremanera mi vida, modificándose los valores y la forma de pensar que hasta entonces tenía. Principalmente, debido a las personas y el ambiente que se vivía en la capital de Andalucía; donde a diario solían suceder anécdotas y se producían situaciones, tan divertidas como surrealistas.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos fotos de mi Servicio Militar, que ya había publicado en los artículos intitulados: “Memorias de la Mili”
(a los interesados en leerlos, pueden llegar a ellos, pulsando sobre las líneas de link: https://recuerdosyanoranzas.blogspot.com/2022/06/memorias-de-la-mili-cuarenta-anos.html y https://recuerdosyanoranzas.blogspot.com/2022/06/memorias-de-la-mili-cuarenta-anos_16.html . Al lado, la jura de bandera; abajo, durante la instrucción en Cerro Muriano.

Como ya he relatado, durante esta divertida etapa que pasé en Sevilla, conocí a numerosas personas interesantes y sin igual en la Historia. Allí terminé de componer mi ballet para dos guitarras, intitulado Tartessos (finalizado y presentado en Sevilla en noviembre de 1982). Asimismo, compuse una marcha militar que deseaba dedicar al generalato de la II Región Militar (Andalucía). Aunque el entonces director de la banda del Soria 9, decidió que mi himno carecía de interés; por lo que fue desestimado como “marcha de infantes”. Tuve que “guardarme” la música; que finalmente dediqué a mi tatarabuelo, el general pintor (quien me dio el nombre de Angel). A los interesados en conocer esta “Marcha de Infantes de Angel Rodríguez Tejero”; les ofrecemos un link para escucharla, pulsando sobre la siguiente línea: ( https://www.youtube.com/watch?v=cLLducNN-34 ).



I – Una ciudad que a todos enamoraba:

               I - A) Sevilla tenía un olor especial:

         Hace algunos años escribí mis recuerdos de la Mili, donde recogí el ambiente y la vida cotidiana de Sevilla, a comienzos de los años ochenta. Una ciudad, que hace más de cuatro décadas, me recibió como un soldado y me despidió convertido en un hombre enamorado de Andalucía -solo quince meses después-. Amando su cultura, su historia y su arte; pero sobre todo, la personalidad de aquella urbe eterna. Una Híspalis, que arrastraba los posos de infinidad de civilizaciones, acuñadas en las riberas del Guadalquivir. Con ese pasado que conformaba una sucesión de capítulos, sin final ni parangón. Durante una concomitancia de hechos, que partieron en tiempos del Megalitismo (más de sesenta siglos atrás). Llegando en miles años a la Edad del Bronce, hasta que a comienzos del primer milenio a.C. “vino” El Hierro. Viendo nacer a Tartessos, tras recibir a Fenicia; pasando de Grecia a Cartago y de Roma al mundo godo; en un relato del nunca terminar.

           Fue así como comprendí y compartí esa Sevilla (entre 1982 y 83); donde una de las más importantes señas de identidad, era la personalidad de sus gentes, la simpatía de los vecinos y la inteligencia en sus conversaciones. Conformando todo ello un lugar, que recibía a al extraño con las manos abiertas; siempre que el recién llegado apreciase la belleza de sus monumentos, el color de sus calles, la importancia de sus santuarios y la genialidad de sus gentes. Pero, sobre todo, aquella ciudad abría sus puertas con alegría y cariño, a los que demostrasen llevar algo de arte en sus venas. Por cuanto, gracias a mi guitarra y a mis composiciones; fui un invitado de honor durante esos quince meses que el Servicio Militar me obligó a vivir en la antigua Spal de los fenicios. Urbe, que por entonces solo tenía un defecto: Su olor a río parado. Hedor que se acrecentaba al subir las mareas del Atlántico, provocando nubes de aire con la extraña fragancia de fango, mezclado con agua salada. Problema que se subsanó años después, tras la Expo del 92; al recuperarse el cauce y la bajada del curso. Por cuanto narro; bien recuerdo como en mis días de soldado y mientras hacía una guardia, escribí un poema. Redactándolo durante uno de esos amaneceres, en que soportaba los referidos vahídos del Guadalquivir; cuyos efluvios llegaban hasta la Plaza de España (donde por entonces se elevaba mi Cuartel). Versos que luego perdí; como todo cuanto redacté y parte de lo que compuse, hasta el 21 de junio de 1993. Fecha en que mi biblioteca-estudio se inundó; al estar en un sótano, que las alcantarillas de Madrid asaltaron, tras una riada de primavera. Sea como fuere, todavía recuerdo algunas frases de esa Copla por Soleares que la tormenta convirtió en “papel mojado” (nunca mejor dicho). Cuya primera estrofa era la siguiente:

Sevilla huele a río,

de unas aguas en estanque

donde Andalucía suena;

envuelta en oscuridades.

Tras ello, continuaba con numerosas estrofas, que se perdieron; para terminar diciendo:

Y esto yo te lo digo,

cantando por soleares.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba y al lado, dos imágenes actuales de Sevilla, tomadas desde “lo alto de la Giralda” (como allí se dice). Abajo, mis padres y dos de mis hermanos, en La Feria de Sevilla; el año 1968. En primer plano y al lado derecho: mi hermano Mario. A nuestra izquierda (del otro lado de la mesa); mi padre. Detrás de él, mi hermana Ma.Teresa; y al fondo (también a nuestra izquierda), mi madre.




           I - B) Las tertulias de esa ciudad que mi padre tanto amaba:

          Conocía bien la capital de Andalucía, mucho antes de que el ejército me destinase a ella; todo lo que extensamente relaté en mis “Memorias de la Mili” -ya referidas-. Debido a que mi progenitor era un enamorado de Sevilla, de su Feria y del humor que en sus calles bullía a pierna suelta. Tanto, que en cuanto podía, se escapaba en dirección al Guadalquivir; principalmente para compartir charlas y tertulias con su amigo Juan Carlos Alonso. Este último, fue un compañero de juventud; también de origen asturiano, aunque casado con una andaluza de pro -llamada Esperanza y apellidada Gallego; como muchos de los llegados al Sur, tras La Reconquista-. El matrimonio formado por Juan Carlos y Esperanza, residía en el barrio de Triana; donde me recibieron como proahijado, durante los quince meses que las obligaciones militares me obligaban a permanecer en destino. Ya que me conocían “desde mucho antes de nacer”; como decían por entonces, los amigos de juventud de tus padres. Por todo cuanto narro, en numerosas ocasiones visité durante mi infancia y juventud la capital de Andalucía, que tanto admiraba a mi progenitor. Quien disfrutaba en La Feria, en la Semana Santa y en toda reunión en la que hubiera una élite de simpáticos hispalenses. Debido a lo que se introducía en sus hermandades y en sus reuniones; perteneciendo a varias “sociedades”, cual un sevillano más. Entre ellas, la de El Alcaucil y la famosa Archi Academia.

          La Tertulia de El Alcaucil, se fundó hace más de medio siglo (en 1969). No puedo asegurar que su creador fuera Juan Carlos Alonso, aunque sí testifico que él era su Secretario, su promotor y mecenas. Tanto, que en 1984 la llevó a recibir el Premio Nacional de Gastronomía; todo lo que supuso que sus componentes principales estuvieran poniéndose “tibios” durante ese año. Entre ellos, mi padre; que por aquel entonces tenía unos sesenta y tres años; pese a lo que no había disminuido ni un ápice, su atracción por las comidas pantagruélicas. De ese modo fue como tan ilustres tertulianos, estuvieron probando y comprobando diversos restaurantes, por toda España; especialmente en Madrid y en Andalucía, con el fin de demostrar que su galardón era más que merecido.

          La otra “asociación” sevillana a la que asistía regularmente mi progenitor, era la referida Archi Academia. Grupo que ha desaparecido, sin dejar rastro -siquiera en internet-. Pese a lo que muy bien recuerdo, se reunía a la hora del aperitivo, los jueves; en la trastienda de la huevería, del Mercado de la Puerta de la Carne (también conocido como el de Abastos). Allí, llegaban todos los “Wueves” y se pedía permiso al “Wuevero”, para pasar al recinto académico. Ante lo que este, que regentaba el local donde se vendían pollos y todos sus “accesorios”; te preguntaba si eras “archi-académico”. Al responderle que no, que asistías como oyente; te mandaban entrar por un lateral, ya que el preferente estaba reservado a las autoridades (entiéndase, miembros destacados de aquella supra academia). Todavía recuerdo la mirada de ese vendedor de casquería y huevos, que con la expresión de un Séneca, aseveraba -antes de dejarte acceder-:

-“¿Eh usté arshi-académico?. ¿No?... . Poh tiene que entrá por este lado; que por la tienda solo pasan los miembros distinguíos”-.

          Allí se reunían a contar “Historias Verídicas”, siguiendo al maestro Paco Gandía; al que tenían como fundador del foro (o bien su inspirador). Recordando muchos las jornadas en las que asistía a la Archi Academia, ese mago del humor y genio de la palabra. Profiriendo verdaderas lecciones de filosofía del saber; al narrar sus relatos, de un modo que bien hubiera deseado escucharlos Cervantes o Quevedo. Pues el verbo de Paco Gandía era una joya del barroco español, pudiendo considerarse un ecléctico de la literatura más hispana; ya que en su habla unía el arte de El Lazarillo, con toda la ironía picaresca del siglo XVII. Y es que la vida y obra de ese Paco Gandía, no tenía nada que envidiar a los clásicos; habiendo vivido tantas o más penalidades que las de Lázaro del Tormes. Cuyas vivencias fueron narradas por un anónimo, quien no se atrevió a firmar la gran novela escrita; demostrando que la censura del gran humor y el mejor arte, no es un invento de nuestros días... .




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dibujitos mío digitales, de tres genios de la escena sevillana, durante los años ochenta. Arriba, Paco Gandía. Al lado, Pulpón; su amigo y agente artístico. Abajo, El Pali; uno de los mejores cantaores de sevillanas de su tiempo. Eran los tres inseparables y se les podía ver comúnmente en los bares cercanos a la Plaza del Cabildo.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, mis padres cenando con unos amigos en Sevilla, durante La Feria (hacia 1975). En primer término (a nuestra derecha=: Mi madre. A la izquierda (en el lado opuesto de la mesa), mi padre. Abajo, mi madre junto a unas amigas en un “tablao” de Sevilla, hacia 1968. A nuestra izquierda; mi progenitora. En medio, Gloría de González-Pumariega. A la derecha de la imagen, una conocida de ambas; que creo recordar era la esposa de Ernesto Trigueros (por entonces embajador de El Salvador).




               I - C) La Archi-Academia:

           Como decíamos, Paco Gandía era y será un referente de la palabra y del humor español más inteligente. Un verdadero Chaplin de Andalucía; cuyas “charlotadas” fueron tan complejas -intelectualmente hablando-, que solo los extranjeros absolutamente adaptados a nuestra cultura, podrán llegar a comprenderle. Es más, si queremos establecer un doctorado en filología hispánica, para los ajenos a nuestro país; bastaría con que sus aspirantes demostrasen entender perfectamente a Paco Gandía. Pudiendo afirmarse que cualquiera que ríe con sus chistes, es absolutamente docto en nuestra lengua y costumbres. Por su parte, aquel Charlot de Andalucía, impregnaba su humor con un tono agridulce. Expresando las tristezas y penalidades que desde niño pasó; cubriéndolas con una orla de magia, compuesta por una verborrea barroca de oro. Nacida del saber popular que antaño brotaba en las calles de Sevilla. Pues en los tiempos en que yo hice la mili, era de mala educación siquiera saludar con un simple “buenos días” o “buenas tardes”. Habiendo uno de presentarse, con algo así, como:

-“Buenas. Parece que hoy hace algo más de fresquito, ya no sube el asunto de los treinta y cinco grados. Aunque en la calle, se caen los pajaritos del caló”-.

        Todo lo que significaba comenzar con buen gusto (ante los mandos militares); quienes solían responderte con una hipérbole comparativa, expresando -por ejemplo-:

-“Niño. Está el tiempo más peligroso que un portugués al volante, el día de su cumpleaños”-.

         Al tener por costumbre esos jefes del ejército; llamarte “niño” cuando te iban a responder con cariño y “sordaito” cuando te pedían un favor. Llamándote por el nombre, solo si te daban una orden.


       Pero siguiendo con Paco Gandía, iniciador de los monólogos en España; diremos que su humor quizás era muy oriental, como lo es toda la cultura andaluza (de origen greco-fenicio y bizantino-arábigo). Utilizando un tipo de ironía y de historias, que en Japón he podido escuchar entre las “escuelas de chistes clásicos”, llamadas Rakugó. Unas “Archi-Academias” niponnas originadas en el siglo XVI, donde sus componentes narran relatos -ciertamente largos- al modo que lo hacía Gandía. Con frases expresionistas y creando giros propios; como aquel del genio andaluz, cuando decía: -“estar más tieso que el hocico de un becerro” o “más caliente, que las pistolas del Coyote”-. Inundando la escena de fases surrealistas; entre las que deseo recordar aquella que contaba Gandía, sobre el hombre que ganaba en una verbena una cantidad de dinero y un pavo. Por lo que, deseando ir a toda prisa a una “casa de señoritas” a gastarse el premio y no sabiendo qué hacer con el pavo; lo escondía bajo su chaqueta (metiendo parte en el pantalón). Así llegaba al lugar de lenocinio, donde le ponían una copita y unos frutos secos, para recibirle. En ello, se acercaba la hermanita de pecar; que, con temor y asombro decía al cliente:

-“Las he visto todos de los tipos y colores; pero nunca una tan rara y fea.. . Además, que sale de la bragueta, para comer almendritas”-.

          Por todo lo antes expuesto, entenderemos qué tipo de reuniones se celebraban en la referida Archi Academia; de la que no ha quedado rastro alguno (siquiera en internet). Llevándose a cabo un “simposium” todos los jueves, donde cada supra-académico debía contar una “historia verídica”; al modo de Paco Gandía. Recuerdo que solo pude asistir una jornada; debido a que era muy difícil conseguir plaza de “oyente” y porque mis deberes militares me impedían estar un laborable, a la hora del aperitivo, en la huevería de la Puerta de la Carne. Aquel día que logré ver la reunión, hablaron al menos cuatro “archi catedráticos” y nunca he podido borrar de la memoria uno de los relatos allí escuchados. Narrado por un “académico”, que tras levantarse con una foto en la mano, relató una “historia verídica” de su cuñado: El más gafe del Planeta terrícola.

          Comenzaba el relato advirtiendo que aquel hombre, casado con su hermana, era el de peor suerte del Mundo; tanto que si se iba a Venecia, le atropellaba un coche. Así que cada jueves venía con una nueva desgracia traída a la familia por ese ser que esparcía toda la desdicha por el Universo. En este caso había sido a cuenta del recibo de la luz; debido a que al mencionado cenizo se le ocurrió hacer una gran operación en la instalación eléctrica de su suegra (la madre del que narraba la “historia verídica”). El asunto consistía en que aquel idiota, había aprendido que introduciendo un simple plástico entre los electrodos del medidor de consumo, el aparato dejaba de avanzar (pese a que la electricidad seguía fluyendo). Después, bastaría con sacar la lámina de allí antes de que vinieran a leerlo; y el ahorro era brutal. Así pues, decidieron que lo mejor era poner en el contador de la suegra un negativo de fotos; que por su longitud era perfecto para sacarlo y meterlo entre los contactos. Pero al introducir aquel gafe el negativo, tuvo tan mal acierto, que se le quedó dentro de la caja; sin poder sacarlo. Sea como fuere, semanas más tarde, vinieron a leer “la luz” y al ver aquel plástico en el cajetín, preguntaron quién lo había manipulado. La pobre viejecita aseveró que la lámina era ajena a su conocimiento y que nadie había tocado el contador. No pudiendo probar el fraude, los técnicos de la compañía, al sentir pena por ella; nada le reprocharon, pero se llevaron el negativo. Días más tarde, revelaron la fotografía; donde aparecía toda la familia, el día de Nochebuena: Con la abuelita al frente y el gafe en primera línea. Una imagen que el pobre archi-ácadémico nos enseñaba; llorando por la multa que les había caído a cuenta del cuñado idiota.

           Ese hombre traía en mano la foto de la familia, el día de Navidad; que, según decía, le había enviado la compañía eléctrica, junto a una sanción “horroroza”. Mostrando multa y fotografía a todos los asistentes; quienes no podían parar de reír, sin dar crédito que todos los jueves narrase una nueva “picia” del cuñado gafe -cada vez más terrible-. Después de la “verídica historia del cenizo”, recuerdo que participaron otros asistentes, con réplicas de los oyentes; mientras desde la tienda (huevería) servían Fino y algunas tapitas. De ese modo se sucedían los “simposiums” de la Archi Academia, donde en numerosas ocasiones asistía el maestro del monólogo, Paco Gandía. Quien decía que había sido pintor de brocha gorda y nunca en su vida abrió la lata, ni sacó el pincel; porque todos le contrataban para oír sus chistes y le pagaban las horas. Unos hechos que nunca pude contrastar, pues verdaderamente Gandía era un hombre muy trabajador y muy inseguro de su futuro; debido a las penalidades que sufrió, cuando se quedó huérfano con menos de dos años (junto a sus cuatro hermanos). Siendo recogido por unos tíos que les dieron mucho amor, pero muy poca “pitanza”. Tanto es así, que cuando iba al médico de niño, le decían que sus males venían del jamón y de la carne. Por lo que al afirmar que en su casa, no probaban el jamón, ni podían siquiera comer carne; el doctor aseveraba: -“Pues por eso lo digo, porque el chaval tiene más hambre que un caracol en un espejo-”.



SOBRE Y JUNTO A ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos mías, en Alemania, durante el verano de 1967 (cuando tenía unos seis años). Mis padres querían que fuera sacerdote y me enviaban a Giengen (cerca de Munich) para que aprendiese el idioma, con el fin de que me incorporase a la Congregación de la Preciosa Sangre de Cristo (Congregatio Missionariorum Pretiosissimi Sanguinis) con sede en Salzburgo y en Trujillo. Allí me aficioné a darle chupitos a la mistela de la iglesia (mientras era monaguillo) y a robar tragos de “birras” a los despistados, tal como observamos en imágenes. Poco después y con unos once años, confesé al Provincial de la Congregación; que no podía ser cura, porque me gustaban mucho las mujeres y me quería “echar novia”, para casarme muy pronto. El buen hombre que regentaba esa misión católica en Alemania; me dio como solución hacerme protestante si deseaba seguir con mi supuesta vocación de sacerdote. Llamé a mis padres comentando que me iba a hacer cura luterano y me cerraron el viaje de regreso a España para el día siguiente. Todavía me acuerdo de la colleja que me soltó mi madre en Barajas, cuando bajaba de la escalerilla; a mi vuelta a España. Poco después, me comunicaron en casa que se acababan los viajes a Alemania durante los veranos. Pese a ello, de esta etapa de mi vida me quedaron dos vocaciones: La de músico, que tanto se ejercitaba en Alemania; y la de los “chupitos” sagrados.


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, una foto mía, el año 1976; con unos dieciséis años. A esta edad me ocurrió una divertida anéctota en la Plaza de Toros de Las Ventas, similar a la del “niño de los garbanzos”, de Paco Gandía. Abajo, otra foto mía; en este caso de 1975, el primer año que fui a La Feria de Sevilla.



            I - D) Gandía y cofradía:

          Afirmaba Paco Gandía que el jamón lo conoció con más de veinte años y le pareció bueno; como el que a esa edad va por primera vez a Londres y le gusta. Por ello, el día que pudo comprar uno entero (muy barato) se lo llevó a su casa; pero al abrirlo resultó que era de madera. Rápidamente fue a protestar al que se lo vendió, y le contestaron que el cerdo era cojo; que al animalito le faltaba esa paleta y no había por qué hacer de menos a quienes tienen un defecto físico... . Hablaba mucho sobre el hambre que pasó de niño; pues sus “historias verídicas” tenían como trasfondo esos años; en los que si uno de la familia pintaba un filete, el resto echaba el cuadro a la sartén. Por todo ello, hasta alcanzar una enorme fama, no dejó de trabajar en la fábrica de aceite; temiendo volver a comer jamón de “palo negro”. Muchos decían que las calamidades sufridas por Gandía, explicaban la inquebrantable amistad que guardaba a Pulpón; su agente artístico y el que le dio finalmente una seguridad económica. Aunque no era ese el motivo de su enorme cariño hacia el buen “Purpón”, sino la bondad de ambos. Otro de sus grades compadres fue El Pali; cantaor ilustre y catador de bacalao profesional. Por lo que el “trío calavera”, compuesto por: Gandía, Pulpón y El Pali; podía verse a diario en los bares próximos a la Plaza del Cabildo (detrás del edificio de Correos). Donde era un lujo observar el modo en que ingería sin parar, el bacalao con tomate ese artista apodado “pali”, debido a que de joven era tan delgado, que parecía un palillo. Aunque, cuando yo le conocí era más bien el “Polo”; Norte o Sur, debido a su redondez y dimensiones. Quien no paraba de endiñarse raciones del pescado de Terranova, ayudado por jarritas de cerveza. Todo lo que recuerdo como si fuera hoy, del mismo modo que su simpatía; ya que cuando le encontraba en ese bar junto a Correos, le saludaba y me contestaba: -“Por aquí... . Como a diario; a diario con bacalao y tú vestido de `soldao´”-.

           Inseparables eran los tres: Gandía, El Pali y Pulpón. Sobre todo, porque el último fue el mejor agente artístico de Andalucía; además de generoso y buen amigo. Aunque según El Beni de Cádiz, Pulpón tenía un problema gaditano; consistente en no poder terminar los carnavales. Ya que la cara se la había hecho un fabricante de puños de bastón, en día de tormenta. Por lo que “Purpón” vivía en el Carnaval eterno; y si se colocaba una goma de oreja a oreja, llevaba la mejor careta del Mundo. Con esas y otras cosas, nos reíamos en “casa” de El Beni y de su hermano Amós; quienes tenían un Colmaiío muy cerca de la Plaza del Cabildo (donde algunas tardes pasaba horas tocando mi guitarra). Donde viví algunos de los momentos más divertidos de mi juventud, oyendo los chistes y las “historias verídicas” de El Beni; que nada tenían que envidiar a las de Paco Gandía. Pues el gran Benito de Cádiz, era otro de los genios que vivieron en esa Sevilla de los años ochenta; famoso por su fino humor de “Perro Verde”. Al igual que su hermano Amós, que le arropaba y se cachondeaba de todo; gustando reírse de cuanto existía. Principalmente gastando bromas a J. Antonio Pulpón, al que siempre le decía:

-“Tú donde tienes que estar, es en tu casa. Que el del Butano es peligrosísimo. Mira que siempre vienen con la camiseta abierta y la bombona a cuestas; y luego, la dejan en la puerta, preguntando a la señora: `¿Se la meto?´. Allí, allí es donde está el peligro y donde tienes que vigilar, para responderle: `¡No. Aquí estoy yo para metérsela!´. Después; que cargue con la bombona el que pueda...”-.

           Pese al “cachondeito”; el agente artístico no se molestaba, ni le sentaban mal esas bromas. Muy por el contrario, comentaba que le gustaba el artista de “raza”; con sentido crítico. Aunque, he de decir, que el referido “Purpón” vivía en su “esfera”, pensando continuamente en qué ofrecer de espectáculo, durante sus próximos compromisos. Por ello, siempre andaba de un lado para otro, “buscando arte” -como él decía-; hasta que tristemente en 1993 la vida se lo llevó de este Mundo. Dejándome su memoria un sabor agridulce, pues siempre me dijo que necesitaba música como la mía y nunca le propuse que la promocionara. Le gustaba mi ballet Tartessos a dos guitarras y me comentó que lo mejor era que lo interpretase junto a Rafael Riqueni -como segunda voz-. El hecho cierto es que al terminar La Mili (en 1983), regresé a Madrid donde continué con mis estudios de abogacía, cursando el cuarto año y preparando un “paper” como introducción a una tesina (pues por entonces deseaba ser Profesor de Historia del Derecho). Perdí el hilo de Sevilla y me dedique en Madrid a componer para poetas de La Real Academia (como Carmen Conde); por lo que finalmente, nunca más volví a ver a Pulpón, ni a los hermanos Rodríguez Rey -Amós y El Beni-. Aunque, como si de una triste maldición se tratase, al poco de morir J.Antonio Pulpón; mi biblioteca se inundó completamente, destruyendóse la copia original de mi ballet Tartessos (compuesto en 1982). Por fortuna, recordaba perfectamente la primera guitarra, pero la segunda voz quedó casi en el olvido y tan solo pude rehacer una de las piezas a dos instrumentos de la obra. Un recitativo a dos trémolos, llamado Pléyades; que podemos escuchar pulsando este link: ( https://www.youtube.com/watch?v=BM-reWmBnvE ).

BAJO ESTAS LÍNEAS: Los tres grandes amigos; de izquierda a derecha: El Pali, Paco Gandía y Jesús Antonio Pulpón. Artistas y su empresario; eran personas que solo nacen en un Siglo de Oro cultural; como lo fue la Sevilla de hace cuarenta años.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, tocando para amigos japoneses, en Sevilla (año 2010). Abajo, dando un recital en Japón, en 2007. Como he comentado, la guitarra y mi música, me abrieron todas las puertas en Sevilla. Pues, pese a estar haciendo La Mili y tener veintiún años; me aceptaron en los todos círculos de esa capital de la cultura.




          Para terminar estos recuerdos sobre Paco Gandía, narraré lo que me pasó durante una Corrida, en la Plaza de las Ventas (Madrid). Un suceso que cuando se lo conté a Amos Rodríguez Rey y a su hermano, El Beni de Cádiz; lloraban de risa, aseverando “que era talmente, el niño de los garbansos” de Gandía, pero en versión madrileña. Anécdota que viví a los quince años; una tarde de mayo en que me invitaron a los toros. Allí acudía, en sustitución de mi padre; y el anfitrión era un adinerado de apellido Divasón, al que le gustaba beber Coca-Cola con Brandy (Gran Duque de Alba). El que me invitaba, llamaba a aquel potingue “chocolatito” y después de que le trajeran una copa, pidió otra para mí. Yo insistí en que no me pusieran alcohol, pero fue inútil; así que cuando dí el primer trago a ese cubata bravío, me entró por la tráquea como una saeta encendida. Lo dejé a un lado, en la escalera, intentando disimular y no volver a tocarlo. Pero el simpático cliente de mi padre, pronto se empeñó en que bebiera un poco más de “chocolatito”. Al segundo chupetón, las lágrimas me saltaban como si hubiera ingerido un calcetín aderezado con tabasco. Por lo que, no deseando seguir con el brebaje; puse el vaso entre mis pies, para que no lo viera el anfitrión (intentando evitar que me invitase a un tercer trago).

           Al rato, comencé a notar los efluvios del “chocolatito” y a soltar olés y chorradas impropias de un buen aficionado al toreo; tanto que se oía comentar entre los del tendido: -“¡Oye!... ¡Que se calle el niño ese, que parece idiota!”-. No lograban mi silencio y en un momento en que Julio Robles comenzó a dar magníficos capotazos, me levanté con fuerza para aplaudir; pero olvidando que entre mis “pinrreles” estaba el cubata. Sin querer, di una patada al vaso lleno Coca-Cola con Brandy; lanzándolo directamente al bolsillo de la chaqueta de un ruso (sentado justo debajo). Supe que era ruso muy pronto, porque inmediatamente sacó del bolsillo el pasaporte, una cartera con dinero y hasta el billete de avión. Todo lleno de “chocolatito” oliendo a rayos y lanzando improperios, con gritos moscovitas. En eso, la plaza entera comenzó a mirarnos; mientras el afectado me insultaba en su idioma, al tiempo que Julio Robles pretendía cambiar el Tercio (desconcertado por tanto jaleo). Fue así como decidieron que era ese extranjero el culpable de todo, y le invitaron a irse del Tendido, por montar bulla e increpar así a un chaval. A todo esto, el amigo de mi padre, no paraba de reírse; observando mi cogorza y la situación. Mientras, muchos sentados en la Plaza, me felicitaban; por haber acertado en el bolsillo de un ruso. Quizá el único que había ido a Las Ventas desde hacía años... . Eran tiempos de la Guerra Fría... .




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de dibujos de Juan Carlos Alonso. Al lado, portada de su libro SEVILLA ES INDIFERENTE. Editado en 1970, recogía más de doscientos chistes suyos, publicados en el diario ABC de Sevilla. El título aludía el “slogan” que en esos años tenía nuestro país, para atraer al turismo: “España es diferente”. Recogemos arriba y abajo dos de estas viñetas, que ironizan sobre la Semana Santa de Andalucía.







             I - F) El Alcaucil:

           Nunca supe quien fundó la Achi Academia; aunque decían que fue creada por Paco Gandía y su grupo. Otra teoría es considerarla una de las tertulias de Juan Carlos Alonso; quien a comienzos de los años setenta, era “el Mingote” del ABC de Sevilla (publicando el chiste del periódico; tal como hemos visto en imágenes anteriores). Dibujante e intelectual que fundó hacia 1969 el grupo gastronómico El Alcaucil; así denominado por ser sus asociados como una alcachofa silvestre. Al considerar a sus componentes ensamblados al modo de un alcaucil; pero tan dispares como las hojas de esa hortaliza, que para los judíos significaba la unión. Concepto que también se aplicaba al fruto del pino, cuya voz es sinónimo de agruparse o permanecer juntos (“apiñarse” o “ser una piña”). Con todo ello, deseaban significar la amistad y la identidad de esa asociación, que en 1984 fue Premio Nacional de Gastronomía. Por lo que mi padre, como fiel tertuliano; en cuanto podía, tomaba dirección a Sevilla para asistir a las reuniones de la Archi Academia o a las citas de El Alcaucil. Siempre bajo la convocatoria de Juan Carlos Alonso; otro personaje de la Sevilla de fin de siglo, cuya obra y sentido se va perdiendo conforme nuestra Sociedad se aculturiza progresivamente (sufriendo una amnesia social y de civilización; ya irreversible).

      Si deseamos conocer la personalidad y aficiones de este gastrónomo, al que en mi casa llamábamos Juan Carlos “Cero” (para distinguirlo del “Primero”); bastará ver su participación en CON LAS MANOS EN LA MASA, presentado por Elena Santonja. Programa que les remito en el siguiente enlace, ya que merece la pena disfrutarlo -pulsar ( https://www.youtube.com/watch?v=z95eBTJFyJw ) -. Asimismo, él colaboró y creo infinidad de programas de radio o de televisión local; de los cuales habrá centenares de recortes y datos. Siendo nombrado Secretario de la Academia Andaluza de Gastronomía, en los años ochenta. Además, hemos de mencionar, la infinidad de libros publicados por Juan Carlos “Cero”, sobre temas tan variopintos como: Historia, arqueología y gastronomía. A los que hay que unir sus viñetas y dibujos; entre los que destacaron los chistes del ABC, que publicaba durante los años sesenta y sesenta. Hasta que, al llegar un nuevo director a ese periódico de Andalucía; “le mandaron al paro humorístico” -tal como decía-. Paro humorístico, sobre el que añado, no tenía gracia alguna; ya que en los años de la Democracia, fue cuando comenzaron a insinuarle los temas sobre los que debían versar sus viñetas. A lo que el dibujante se negó; pues como buen asturiano, prefería rebelarse antes que ser revelado. Es decir, sublevarse, antes que ir en contra de los suyos.

      Gran amigo de mi padre, desde su juventud; trabajó en su estudio, mientras cursaba arquitectura en Madrid. Años en los que ambos no se perdían un solo Toro de Coria; cuando mi progenitor era arquitecto municipal de esa población cacereña, cuya festividad es una de las más ancestrales, arriesgadas y arraigadas del mundo taurino hispano. Celebración denominada Toro de San Juan, que en la que un enorme morlaco (con más de seis años) se escapa de la plaza y deambula por toda la población. Para lo que deben cerrar las murallas de la antigua Caura; con el fin de que el bovino mastodóntico no salga de esas calles centrales. Donde el astado persigue a los transeúntes y a todo aquel que se atreva a hacerle quites. De tal modo, al tener la población sellada, la villa cerrada y el toro suelto; quienes quedan dentro del recinto, comienzan a ir de un lugar a otro, como pollos sin cabeza. Unos, para encontrarse con el toro; y otros, intentando evitarlo. Aunque, los que allí permanecen, lo hacen para divertirse y lograr un subidón de adrenalina. Quedando intramuros solo aquellos que desean verse la cara con la res (teóricamente escapada); para citarle o huir con prisa y risa. Una escena que se adereza con la obligatoriedad de dejar abiertas, las puertas exteriores de las casas; poniendo un gran madero en su entrada, que permita internarse a las personas, pero no al animal. Algo que en numerosas ocasiones es un intento fallido, pues el astado propina cuatro cabezazos a esas vigas y dinteles que intentan detenerle. Descolocando las trabas o partiéndolas; para hacer acto de presencia en el interior de los edificios. Debido a ello, cuando los que corren por las calles, se refugian en un hogar; sus dueños les invitan a un “ponche”. Licor que contiene mas alcohol que la botella de Molotov, y con el que logran “reponer fuerzas” o quitarse el susto. Por cuanto narramos, lo que allí sucede, es de tal riesgo y peligrosidad; que solo puede ser vivido en esa Coria del toro. Narrando mi padre, como en una ocasión, se vio colgado de los barrotes de un tercer piso. Y nadie comprendió como había logrado subir hasta esa terraza; por lo que llamaron a los bomberos, para que colocasen una escalera y que pudiera bajar de su refugio en las alturas.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del Museo entnográfico y arqueológico de Coria (Cáceres) -al que agradecemos nos permita divulgarlas-. Arriba, mi mujer junto a la muestra de un Toro de Coria, a tamaño natural. Al lado, otro de estos morlacos, expuesto en la zona dedicada a las fiestas de San Juan. Abajo, fotografía de los años setenta, donde vemos los apuros de los mozos durante la suelta del toro. Sosteniéndose como pueden, en las jambas, a la entrada de la catedral; mientras el astado espera, por si alguno baja.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, plato conmemorativo de un premio gastronómico reciente, de la Peña El Alcaucil. 



           Como decíamos, la tertulia El Alcaucil, fue fundada por Juan Carlos y sus amigos, hacia 1969; debido a ello, algunos de sus más antiguos miembros procedían de la época y fiestas de Coria. Cuando J.C. Alonso estudiaba y trabajaba con mi padre, que era arquitecto municipal de esa población extremeña. Entre esos tertulianos más veteranos, destacaba Enrique Fernández; conocido empresario de la restauración, de origen coriano. Quien, como hemos mencionado antes, fue dueño del restaurante y de las empresas de catering, llamadas Charlot (sita por entonces en la madrileña calle de Claudio Coello). Asimismo, entre los sevillanos de pro, que asistían a El Alcaucil; se hallaba El Porrito. Famoso por su boina, por su restaurante, por su “jartá” y hasta por torear en charlotadas, vestido de flamenca, con traje de faralaes y zapatos de tacón. Ropa y aderezos que iba perdiendo progresivamente, según la vaquilla le daba revolcones, para terminar en calzones. Tal como solía acabar esas faenas benéficas; que organizaba el entonces más conocido tabernero del Guadalquivir. Quien se hizo famoso por su “jartá” a 100 pesetas; permitiendo que en su casa comieran hasta “jartarse” solo por “veinte duros”. En una preciosa venta antigua, que conservaba hasta las telarañas del siglo XVIII; sito a orillas de la presa y el meandro, de Alcalá del Río. Un lugar que logró ser renombrado en toda Andalucía, por sus famosas angulas. Donde justamente llegó a ser rico, El Porrito; que guardaba el dinero dentro de la boina, antes de dejarlo diariamente en el banco (para que nadie se lo quitase). Que muy pronto tuvo que usar chapela de vasco cabezón; porque las cajas que hacía con sus “jartás” y con las raciones de angulas, ya no cabían en una cabeza normal.

           Otro de los asiduos a El Alcaucil, fue el creador de La Dorada, Félix Cabeza; por entonces uno de los más afamados empresarios españoles, de restauración y hostelería. Célebre por sus locales en Madrid, en Sevilla y hasta en Estados Unidos; aunque también conocido por enamorarse de importantes mujeres. Todas más altas que él; entre las que destacaron una jovencísima María Jiménez y una bellísima Juncal Ribero -pocos años después de ganar el título de Miss Europa-.

          Sobre su primer restaurante en Sevilla al que llamó La Dorada; recuerdo que se ubicaba en la zona de Los Remedios (muy cerca de donde vivía Juan Carlos Alonso). Todo lo que me viene a la memoria, entre los primeros días de Mili; recién llegado al cuartel y en mi primer fin de semana. Así fue como decidí acercarme hasta allí, para tomar una cervecita y sabiendo que Felix Cabeza era amigo de Juan Carlos, comenté que ese gastrónomo me tenía recogido en las horas que el ejército me dejaba libre. Fue entonces cuando un chico algo mayor que yo, que trabajaba en los fogones y al que llamaban "Emilito”; me sacó un plato de chanquetes. Le agradecí la ración, pero aclarando que no llevaba dinero suficiente; pero el gentil cocinero me dijo que a los amigos no se les cobraba. Sintiéndome obligado, unos días más tarde, regresé a La Dorada con una cinta (casette), para regalarles una grabación de mi música. Esa segunda vez, antes de llegar a pedir nada, aquel chico llamado “Emilito” me puso una cerveza y otra de chanquetes, sin querer cobrarme. De nuevo, quise regresar, para ofrecer música mía; llevando otra casette y no tomar nada allí. Pero pronto salió de la cocina el agradable Emilito, con el plato de chanquetes en la mano. Explicando que era aficionadísimo a la guitarra y alabando mis composiciones, diciendo que no me permitía pagar, porque le llevaba un arte maravilloso. Comenté en casa de Juan Carlos Alonso lo encantadores que eran en ese restaurante; para que supieran lo bien que me trataban sus amigos. Aunque mi relato produjo a todos bastante risa; sin saber yo la razón de esa sorna... .

          Unos días después, vino mi padre a Sevilla y me pidió que le llevase a ese lugar donde me invitaban a cerveza con chanquetes. Así fue como al entrar en La Dorada, junto a mi progenitor; de nuevo salió el referido Emilito, preguntando:
-“¿Es usted el papá del niño?”-.

Mi padre asintió con la cabeza y gesto extraño. Por lo que, el cocinero, prosiguió con tono alegre:

-“¿La noche que lo hizo, no había tormenta; verdad?. ¡Madre mía qué momento de inspiración!”-

           Yo me quedé aterrorizado y mi progenitor me miró con cara de “eres más tonto de lo que yo pensaba”. Al rato, pedimos la cuenta; y aunque querían invitarnos, él dijo que como era arquitecto y tocaba muy mal la guitarra; no necesitaba muchos “fans”. Salimos de allí y todavía recuerdo el cachondeo conmigo; preguntándome si iba a La Dorada buscando novio o gorroneando chanquetes... . Yo, me justifiqué aseverando que muchos se confundían, debido a que los guitarristas llevamos las uñas largas de la mano derecha y creen que es un signo del “otro lado”. Más tarde, al llegar a casa de Juan Carlos Alonso, el pitorreo era bestial; todos hablando de mi enamorado chanquetero. Sea como fuere, después de aquel día, tuve que ir a El Áncora; un local muy parecido a La Dorada y sito también en Los Remedios (en la calle Batalla de Salado). Donde desde entonces y a lo largo de toda La Mili, pagué religiosamente las cervezas y los chanquetes.

BAJO ESTAS LÍNEAS: reunión de tertulianos, hacia 1980. Entre ellos distingo solo a tres: El Porrito; en el centro, con boina y el más alto. A su lado derecho (nuestra izquierda), Juan Carlos Alonso; con corbata azul y gafas. A la izquierda de El Porrito (nuestra derecha), Enrique Fernández. Este último, era oriundo de la Coria cacereña y fue un famoso empresario de hostelería; presidente y propietario del Catering y restaurante Charlot (en Madrid).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes más de la Peña El Alcaucil. Al lado, uno de sus menús, pintado por Juan Carlos “Cero”. Abajo, cartel taurino de Alcalá de el Río, donde vemos mencionado a El Porrito (el de las angulas); que toreaba en capeas benéficas, vestido de sevillana (con traje de faralaes, abanico, medias y hasta zapatos de tacón).



             Otro de los hechos de El Alcaucíl, que me viene a la memoria; sucedió en las proximidades de Sanlúcar de Barrameda, donde uno de sus asociados tenía una preciosa finca. En ella, el dueño de la Hacienda celebraba reuniones para lucirse, cocinando unas “famosas” paellas. Convocando allí, a los tertulianos, con el fin de que disfrutasen de sus fogones; presumiendo de que sus arroces eran los mejores de la Península Ibérica. Estas fiestas, tenían dos problemas: El primero, que las paellitas eran horribles; el segundo, que quien las hacía era una buenísima persona. Por todo ello, las comidas de aquel “alcaucileño” constituían una prueba de fuego y de amistad; debido a que el anfitrión se consideraba uno de los grandes artistas del arroz. Tanto, que cuando venían los camareros o los conductores a probarlos; les reprochaba con frases como esta:

-“No. La paella es para los miembros de El Alcaucil. Los ajenos a la tertulia no pueden tomarla; para los otros he traído Pata Negra y langostinos sanluqueños. Que tomen lo que quieran de marisco; pero mis cocinas son para mis amigos...”-.

        Aquello lo vivían y aceptaban los asociados a la Peña, con verdadera penuria. Debiendo comerse esa paella de Mili; mientras veían a los camareros y chóferes hinchándose a jamón y gambas. Tanto fue así y tal era la generosidad de aquel hombre, reuniendo repetidamente a los de El Alcaucil en su finca; que finalmente decidieron, alguno debía decirle que sus arroces eran incomestibles. Parece ser que le tocó esa función a Juan Carlos Alonso, como secretario de la Peña; quien, no sabiendo la forma de comunicar esa triste noticia a tan buen amigo. Pensó que lo mejor era hacerlo de un modo que no comprometiese a ninguno de los miembros del grupo. De ese modo, contactó con un programa de radio dedicado al misterio y la parapsicología, que dirigía un amigo suyo. Al que envió una cinta con “psicofonías”; advirtiendo de que esas voces extrañas se habían localizado en las proximidades de Sanlúcar (muy cerca de la finca de ese generoso anfotrión). Así fue como en la radio emitieron las grabaciones, intentando analizar sus sonidos del “más allá” y cuanto comunicaban. Todo lo que Juan Carlos y los suyos grabaron concienzudamente, para llevarlo a la próxima convocatoria del terrible paellero. Por lo que, en la siguiente invitación a Sanlúcar, y después de comer el arroz de perros, pusieron en una casette; advirtiendo que eran “parapsicofonías” tomadas en las cercanías del lugar. Muy atento estaba el anfitrión escuchando ese programa radiofónico grabado, hasta que comenzó el análisis de las voces del más allá. En las que el presentador explicaba e interpretaba:

-“Es extraño... Se oyen ruidos... No sé; pero parece que dice: Manolo, Manolo; no nos hagas más paellas. Es una de las parapsicofonías más raras que he escuchado en toda mi vida profesional...”-.

              No recuerdo más nombres de los tertulianos de El Alcaucil, aunque bien sé que acudían los dueños y cocineros de los mejores restaurantes de España. Celebrando los mejores banquetes imaginables, todos ellos con viandas “pesadas” y fuertes menús. Algo que a mi padre le atraía sobremanera, ya que su teoría era que las verduras y hortalizas habían sido creadas para alimentar animales y mantenerlos bien rollizos. Debiendo la humanidad consumir carnes y pescados, con el fin de progresar en su anatomía y aumentar la masa craneal. Así pues, desde que mi progenitor cumplió los sesenta años, me preocupaban bastante las reuniones de El Alcaucil. No solo por estar obligado a ser su chófer, ya que él no podía coger el coche, por motivos enológicos. Principalmente, porque en ellas se ponían como Eliogábalo, con pantagruélicas comidas que duraban horas; en las que afortunadamente nunca hubo fallecidos. Aunque hemos de señalar que la carencia de bajas en las convocatorias de El Alcaucíl, fue un milagro gastronómico. Pues con lo que allí engullían y las edades de sus asistentes, más de uno pudo salir con los pies por delante. No lo digo en broma; porque que de 1980 a 1990, sus habituales tertulianos rondaban una edad media de sesenta a setenta años. Por lo que desde 1990 al 2000, la senectud de los asociados, se amplió generosamente; siendo octogenarios la mayoría de los “alcaucileños”. Acudiendo a esas comidas cinco tenientes generales (generales de cuatro estrellas, como decían entonces); entre los que recuerdo a Saavedra Palmeyro. Quien fuera mi capitán general, durante los días en los que yo realizaba la Mili en Sevilla -habiéndole servido como chófer para Madrid, en numerosas ocasiones-.




Abajo, la imagen en color, donde vemos de izquierda a derecha:

1-Manuel Saavedra Palmeyro; capitán general de Sevilla (miembro de El Alcaucil).

2-Diodoro Canorea; empresario taurino y gestor por entonces de La Maestranza de Sevilla (tertuliano de El Alcaucil).

3-Enrique Fernández; empresario de hostelería, propietario de Charlot y del restaurante madrileño Puerta de Moros (perteneciente a El Alcaucil).

4-Juan Carlos Alonso, fundador de El Alcaucil.

5-Coral de Fernández, esposa de Enrique, el dueño de Charlot.

6-Sra. Gilfon

7-Mi hermana, el día de su boda.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de La Feria de Sevilla. Al lado, mis padres cenando en La Feria, hacia 1965. Abajo, mi padre (en el centro y junto un florero) junto a un grupo de arquitectos (año 1974).









II– Era “Ponce” y no Franco:

              II– A) Ponce, ese hispalense del barrio de Los Pajaritos:

           En la Sevilla de los años sesenta, hubo un extraño personaje, que los amigos “utilizaban” para ir de tapas y no pagar. Su parecido con Francisco Franco era asombroso y todos le llamaban Ponce; sin saber nadie si fue el mote, o su apellido. El referido Ponce, al parecer, vivía en el barrio de Los Pajaritos; y tenía por costumbre vestirse con un atuendo similar al de Franco (imitando sus trajes, el abrigo Lóden, sus sombreros y hasta las gafas). De esa guisa, iba a tomar copas por la ciudad, siempre donde no le conocían; acompañado por unos colegas, que vestían de corbata y se colocaban insignias en las solapas. Conseguía hacerse pasar perfectamente por el general; estudiando sus gestos, imitando la voz e incluso el acento gallego (ocultando su deje andaluz). Con ello, lograba no pagar en los bares; aunque debía ir con amigos, a locales que nada sabían sobre la picaresca del tal “Ponce”. Pese a todo, nunca dijo que fuera el caudillo, pero cuando llegaba rodeado de aquellos que parecían escoltas, no hubo quien lo dudase.

           De ese modo y junto a su grupo de “tertulianos”, llegó a frecuentar los mejores restaurantes de Andalucía; siempre callado y discreto, sin insinuar jamás que fuera aquel que todos suponían era. Entrando en el lugar, prácticamente sin hablar y en grupo; elegían las mejores viandas y las engullían en silencio. A la sobremesa, se acercaba a pedir la cuenta uno de ellos, siempre con gafas de sol muy oscuras y una insignia de la Guardia Civil en la solapa. Dicen que el método nunca falló y que en todas las ocasiones la respuesta era: “Los señores están invitados”. Tras ello, los comensales agradecían el detalle y dejaban una buena propina para los camareros. Momento en que eran casi aplaudidos y elogiados por los propietarios del local; solicitando que volviesen de nuevo. Así fue como Ponce y su tertulia salía, después de una suculenta comida, para subir a distintos coches (procurando viajar en vehículos de color oscuro; tal como marcaba “el protocolo”). Después, corría como la pólvora la noticia de que en ese pueblo, barrio o restaurante; había estado el caudillo con su séquito, para almorzar secretamente. Lo que suponía un gran prestigio para el establecimiento; dando pingües beneficios al negocio.

           Sobre este personaje y sus correrías hablaban a menudo mi padre y Juan Carlos Alonso; a quienes encantaba la historia y el modo en que lograba dar fama a numerosos restaurantes, simplemente haciéndose pasar por el Jefe del Estado. Todo lo que demostraba, que a nadie hacía daño; pues con una sencilla invitación, facilitaba que los principales vecinos del lugar, deseasen entrar en el local donde había comido el generalísimo (pidiendo hasta sentarse en la misma silla). Había quienes llegaban a advertir que algunos dueños de establecimientos hosteleros, conocían perfectamente a Ponce; y sabiendo el enorme parecido con el general, solicitaban que fuese a su “casa” (con el fin de ganar fama). Proclamando después a los cuatro vientos que habían recibido a Franco. Es decir, posiblemente Ponce fue el primer “influencer”; que comía por la “jeta” junto a sus colegas. Aunque a diferencia de los actuales “gorrones de internet”, lograba dar una magnífica publicidad al local. Todo lo que encantaba a mi padre y a Juan Carlos, quienes en ocasiones eran invitados a un restaurante, con la Peña el Alcaucil. Casos en los que advertían al resto de tertulianos, diciéndoles: -“Hoy vamos de Ponce”- . Lo que significaba que no les cobraban, solo había que dejar propina y se “pondrían morados”.



SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres dibujitos míos del palacio de El Pardo, residencia oficial de Franco.






              II– B) Espérame en el Pardo:

         La historia antes resumida nos la hizo saber Juan Carlos Alonso; quien afirmaba haber conocido perfectamente a Ponce, hasta el momento que “desapareció”. Lo que sucedió en el año 1961, tras haberle tocado la lotería; muriendo al día siguiente del sorteo y de un infarto. Sobre este singular deceso, sus vecinos del barrio de Los Pajaritos afirmaban que el paro cardíaco le sobrevino al sentirse millonario. Pero los que de verdad le conocían, daban otra explicación; afirmando que se lo habían llevado a El Pardo, para convertirle en un doble de Franco. De ese modo, los más cercanos a Ponce narraban que en diciembre de 1961 habían enterrado a un maniquí (en su nicho); tras donar una gran cantidad de dinero a la familia. Pequeña fortuna que a todos dijeron procedía de un boleto de lotería premiado, que le produjo el infarto. Aunque “los enterados” aseveraban que Ponce se sacrificó, por el servicio a la patria; comprometiéndose a sustituir la figura del Generalísimo. Debido a que el antiguo doble había envejecido y se hallaba enfermo; negándose a ser operado de la mano izquierda. Pues -como veremos- en las Navidades del 61 al 62, el general sufrió un accidente que le dejó graves lesiones en esa extremidad; estando a punto de perder varios dedos. Motivo por el cual, su doble debería tener las mismas cicatrices en la mano, para no se descubierto.

            Dicen que todo sabían que a Franco le suplantaban con un gallego que vivió en Argentina, de parecido sorprendente y que acudía a los “actos menores”. Ocupando el lugar del Jefe de Estado, en los viajes a pequeñas poblaciones, visitas a fábricas de menor relevancia, inauguraciones de poca importancia o festejos (que muy poco gustaban al general). Sobre este galáico-argentino, que vivía haciéndose pasar por el caudillo, existe numerosa documentación. Debido a que el año 1994, sus hermanos reclamaron la desaparición en el programa televisivo “Quién sabe Dónde”. Narraban en el citado “reality” de Paco Lobatón, que el “desaparecido” en el año 1942 había regresado desde Tucumán a su tierra natal, con el fin de visitar a su hermano y llevarlo a Argentina. Perdiéndose toda pista de su existencia tras ese viaje a Sada; aunque desde allí escribió a su mujer, ordenándola vender la tienda que tenían abierta en tierras argentinas. Después de ello, nadie supo mas de este individuo llamado Isidro García Collado; pero lo más extraño es que su familia directa (hija y esposa) jamás denunciaron la desaparición. El referido Isidro García, parece haber sido visto sustituyendo al Jefe del Estado; tal como narró en el programa de televisión, un soldado del Azor (el yate que usaba el general). Quien afirmaba que en 1960 le vio en el barco; el mismo día en que publicaron los periódicos una foto de Franco pescando salmones en Asturias. Es decir, que se hallaba en mitad del mar, en su nave de recreo; al mismo tiempo en que en el río Eo (en tierras galaico astures). Hecho que parece haber sido un error de coordinación y que podremos ver en una divertida escena de ESPÉRAME EN EL CIELO. Genial película de Mercero, cuyo argumento de Román Gubern, trataba precisamente sobre ese doble del caudillo y las peripecias sucedidas mientras le sustituyó, esa persona de enorme parecido.



SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba y abajo; exteriores del palacio de El Pardo en su estado actual. Al lado, carátula del DVD de “Espérame en el Cielo”; maravillosa película dirigida por Antonio Mercero, siguiendo el argumento escrito por Román Gubern. Con un plantel de actores inigualable; entre los que destacaban: Chus Lampreave, Jose Sazatornil y Pepe Soriano. Este último realizaba el “papel” de un doble de Franco; que había sido obligado a vivir en El Pardo, para sustituir al general en sus apariciones menores. En el guion, el personaje gemelo del caudillo, se llamaba Paulino Alonso; lo que hacía sospechar a mi padre, que la fuente de la historia pudiera ser Juan Carlos Alonso. Ya que el nombre que se daba en la película a ese doble de Franco, no estaba muy lejos de “Ponce Alonso”.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado; portada del libro de Fernando García, intitulado “Franco tuvo dos dobles”; editado en 2007, defiende que dos personas trabajaron con El Pardo , sustituyendo al general. Abajo, otra imagen de los exteriores del palacio de El Pardo.







              II– C) Dos mejor que uno:

           Pese a la genial trama de esa película sobre el suplantador oficial del Jefe del Estado; las nuevas teorías apuntan que probablemente fuesen dos personas las que lo hacían. Así lo afirma el libro de Fernando García, intitulado “Franco tuvo dos dobles”; publicado en el año 2007, considera que hubo un par de sustitutos del general (para funciones de menor importancia). Aunque ya en los años sesenta, se hablaba de esa función realizada por un actor catalán llamado Julio Bustos; tal como narraba Víctor Salmador en su novela EL CAUDILLO Y “EL OTRO”: EL DOBLE DE FRANCO (editada en 1977). Acerca de esta obra, pocos saben que fue publicada en Argentina, en el año 1967; firmando su autor como El Coronel Calvo (ocultando su verdadero nombre, que fue Víctor Gutiérrez Salmador). Permaneciendo prohibida en España, hasta 1977; su obligada clandestinidad -durante casi una década-, dio fundamento bastante para considerarla basada en hechos reales.

           Pese a lo estudiado y consultado; nada hemos hallado sobre el que se considera el verdadero y más genial gemelo de Franco. Aquel sevillano llamado Ponce, del que aseguraban, fue llevado a El Pardo en diciembre de 1961. Además, mantenían “los enterados”, como motivo para su “captación” o “reclutamiento”; que el anterior doble (Isidro, el gallego) llevaba demasiado tiempo en esa función. Concretamente, se dice que desde 1942 (en plena Segunda Guerra Mundial); cuando sus hermanos comentaban que desapareció de Argentina, para regresar a Sada y no saberse más de él. Por lo que Isidro se encontraría cansado, envejecido y se negaba a operarse de la mano izquierda; para que le marcasen con las mismas cicatrices que el general tenía, tras la explosión de su escopeta de caza. Un famoso accidente, que muchos consideraron un atentado; en el cual el Jefe del Estado casi pierde varios dedos, debido a que un cartucho reventó dentro de su Purdey, del calibre 12. Consecuentemente, el doble del general debería tener las mismas heridas en esa mano izquierda; para lo que habría que someterle a una leve, pero dolorosa, operación quirúrgica.

          En esta situación, los “enterados” afirmaban que “Isidro el gallego”, que hasta ese momento había trabajado como doble del accidentado; se negó a la referida cirugía. Por lo que tuvieron que buscar a un segundo gemelo; debido a que el primero tan solo podría “actuar” con guantes. Es decir, Isidro ya únicamente servía para suplir al general en actos oficiales militares y en exterior (sin asistir a comidas o eventos más cercanos, donde pudieran observarse sus manos). Siendo ese el momento en que entró en escena Ponce, el sevillano del barrio de Los Pajaritos. Comentando muchos que la noticia de la existencia de Ponce llegó a El Pardo a través de Juan Carlos Alonso; aunque él no lo supiera. Debido a que la familia de este gastrónomo, estaba muy unida a la de un famoso militar, que con el tiempo llegó a ser una de las personas más importantes y poderosas de España. Personaje ilustre, también de origen asturiano, del que omitiremos el apellido, añadiendo tan solo que se llamaba Sabino. Un leal hombre, que siempre agradeció a la familia de Juan Carlos la atención y el cariño que guardaron a sus padres, en una amistad que se mantuvo de por vida. Debido a ello, cuando hice La Mili, recogido en casa del gastrónomo; allí llegó también el hijo menor de este militar, en los días que ya era general y una de las personas más influyentes del reino. Aunque en 1961, aquel amigo de Juan Carlos tenía el grado de coronel y era el secretario de Camilo Alonso Vega (por entonces Ministro de la Guerra). Momento en el que se dice, oyó la historia de Ponce, por boca del estudiante de arquitectura; ya afincado en Sevilla. Quien bromeaba con ese señor del barrio de Los Pajaritos, porque se estaba “jartando” a comer y a beber en los restaurantes mejores de España; sin pagar, gracias a su parecido con Franco.

            Todo lo que posteriormente sucedió o pudo pasar, lo dejamos a juicio e imaginación del inteligente lector; que sabrá sacar sus magníficas conclusiones... .



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de Franco, donde podemos dudar si en todas ellas, era la misma persona. Pese a que se trata de fotos tomadas durante sus discursos navideños entre 1961-62 y 1963-64, se aprecian enormes diferencias. Nos referimos a las dos imágenes de la Navidad de 1961, donde le podemos ver con la mano izquierda vendada; pero con un aspecto muy distinto. Al lado, el general, delgado, demacrado y con rostro de convaleciente. Es el aspecto que guarda en esa aparición televisiva, de diciembre del 61; pues pocos días antes había sufrido el mencionado accidente. Abajo, una foto teóricamente tomada durante el mismo discurso; donde luce un aspecto totalmente distinto al anterior. Mostrando su brazo vendado como si fuera una medalla, sin aparentar dolor, con buena cara y gesto de galán. Asimismo, si observamos las diferencias entre una y otra imagen (que se suponen casi simultáneas); será fácil descubrir que en la primera (al lado) lleva pañuelo en la chaqueta y en la segunda (abajo) no vemos este detalle. Además, la escayola de la mano, parece ser distinta en ambas; teniendo una prolongación junto al meñique en la primera foto, lo que no se observa en la inferior.



             II– D) Ponce y el accidente de caza:

            Mucho se hablaba en Sevilla, de ese doble de Franco, en las tertulias de los años sesenta. Decían que a Ponce estaban preparándole para “la sucesión”, pues tras el accidente de escopeta; el Jefe del Estado había quedado malherido. Para quienes no recuerden el episodio cinegético sucedido en diciembre de 1961; comentaremos que mientras el general estaba “tirando” perdices, le reventó el cañón izquierdo. Explotando a la altura de su cara un cartucho, y destrozándole una mano. Dicen que pudo ser un atentado; resultando incomprensible que no tuviera señal alguna en el rostro. Pues la pólvora y perdigones retenidas en el arma, tuvieron que buscar salida junto a la mejilla. Lo más extraño de todo, es que no se conservase la Purdey del calibre 12; siendo lo normal, que alguien la hubiera guardado como un objeto histórico -tras haberla estudiado, para comprobar que se trataba de un verdadero accidente-. Dicho esto, según los de la Peña de El Alcaucil, fue en ese tiempo cuando Ponce tuvo que hacer su primera aparición. Haciéndose ver en El Pardo, durante las Navidades de 1961, para que todos pensasen que el Jefe del Estado se encontraba perfectamente. Pese a que seguía convaleciente; curando las diversas heridas que sufrió a causa del arma reventada.

         El médico que operó a Franco -tras el accidente- fue un familiar de mi padre, del que diremos tan solo que se llamaba Angel (por prudencia). Aunque añadiré que era el cuñado de mi tía Mercedes Gómez-Morán, casada con Juan Verástegui Jabat; los tíos más queridos entre nosotros. Al ser ella una magnífica pintora, con un enorme sentido del humor y una gran valía personal. Mientras Juan era tan cariñoso como bueno y tan paciente como divertido; pues todo aquel que convive con una mujer valiosa y de carácter, debe tomarse la vida con tanto amor como humor. Su cuñado fue un prestigioso doctor, coronel del ejército del aire, más tarde nombrado traumatólogo del Altlético de Madrid y -asimismo- médico de cabecera de mi madre (que sufría una grave artrosis). A este contacto como paciente, se unía una gran proximidad familiar; por lo que en numerosas ocasiones venía Angel a cenar a casa de mis padres (junto a su mujer, Isabel; hermana de mi tío Juan). Durante estas veladas, pude escuchar repetidas veces a mi padre preguntando -con ironía- si después del accidente, el general había sido sustituido por otra persona. Pues era “vox populi” que en El Pardo habrían tenido que “contratar” un doble; mientras curaban totalmente a Franco. Aunque parecía evidente, que necesitaron marcar a ese suplantador, con las mismas cicatrices y heridas que le quedaron al Jefe de Estado en la mano.

         El médico lo negaba todo (entre sonrisas), aunque mi progenitor afirmaba saber quien sustituyó a Franco durante su recuperación; tratándose de un sevillano conocido como “Ponce”. El pobre Angel se desternillaba de risa al oír la historia -digo “pobre”, porque en 1973, fue asesinado por un terrorista en Mozambique-. Mientras tanto, mi padre, no cesaba de preguntarle; afirmando que al tal “Ponce” le habrían tenido que hacer unas iguales marcas de quirófano, en la izquierda. Durante aquellas noches, cenaban, reían y hablaban del tema; haciéndose interminables los soliloquios de mi progenitor; afirmando que en El Pardo estaba Ponce y que Franco se había muerto en 1967. Ante las risotadas y cachondeo de los asistentes; sobre todo las del médico que le rehízo la mano en 1961. Mi padre justificaba su teoría con las noticias que Juan Carlos le comunicaba desde Sevilla; quien ya no hablaba de Franco sino de Ponce. Llamando siempre “Ponce” al general, del que decían había desaparecido años atrás. Afirmando que hasta el fallecimiento del verdadero Jefe de Estado (en 1967) era muy fácil distinguirlos; pues el caudillo era adusto, delgado y no se reía. Mientras Ponce era gordito, alegre y sonriente; bastando ver una simple foto, para saber de cual de los dos se trataba.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del Blog del reconocido fotógrafo español José Demaría Vázquez "Campúa"; a cuyos herederos agradecemos nos permitan divulgar algunas de ellas. Para visitar los originales, pulsar:

https://campuafotografo.es/2014/02/25/las-cacerias-en-el-pardo-franco-ante-la-camara-de-campua/

Se trata de fotos tomadas en una jornada de caza, celebrada en El Pardo en Febrero de 1964. Si las viera mi padre o Juan Carlos Alonso, afirmarían que -en este caso- es Ponce el retratado. Bastando para llegar a esa conclusión, observar que se trata de un señor gordito, sonriente y con los dientes muy mal cuidados (mientras la dentadura de Franco estaba perfectamente mantenida).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Otras dos imágenes del general. Al lado, una de la misma serie anterior, donde se ve claramente la boca del fotografiado. Pudiendo afirmarse que los dientes no están en buen estado, pese a que Franco tenía un reconocido dentista. Abajo, otra foto donde se podría pensar que era Ponce; por sus kilos de más y su risa “sevillana”.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes más de Franco. En este caso, con un aspecto que correspondería al del gallego Isidro García. Delgado y con la mirada diferente. Las malas lenguas afirmaban, que quienes conocían bien los secretos y funciones, de esos dobles del entonces Jefe de Estado; llegaron muy alto tras su muerte... .




            II– E) Las audiencias con Ponce:

           Acerca de Franco y su doble, recuerdo una divertida escena que en ocasiones protagonizaba Juan Carlos Alonso. Se producía en los bares (de Sevilla o Madrid) donde -por entonces- los clientes solían ir a ver los partidos, los programas y las noticias (pues muy pocos tenían televisión en su casa). Allí, cuando aparecía el general en pantalla; de pronto Juan Carlos, decía en voz alta y gesto muy serio:

-“¡Ese no es Franco. Es Ponce!”-

Todos los presentes se volvían; y entonces, Juan Carlos se reafirmaba en sus palabras:

-“¡Que no es Franco. Que es un doble que se llama Ponce!. Yo lo conozco porque vivía en el barrio de Los Pajaritos de Sevilla y luego dijeron que murió en el año 61, cuando al generalísimo le reventó la escopeta. Pero ese es Ponce, el que se llevaron a El Pardo, para sustituir al verdadero!”-.

Se producía un silencio en el bar, momento que aprovechaba mi padre para añadir:

-“Pero si es muy fácil de distinguirlos. Franco era flaco y serio; mientras Ponce es gordito y risueño. ¿Vosotros le habéis visto alguna vez tan entrado en kilos o con cara tan alegre al general?”-.

En ese instante, se rompía el silencio del local y los presentes comenzaban a discutir; unos porque fuese un doble y los otros aseverando que eso era imposible. Tras ello, pagábamos y salíamos de allí, no fuera a llamar alguien a la policía y nos detuvieran por provocar altercados.


         Pasaron los años y el Jefe de Estado seguía siendo “teóricamente” el mismo. Digo “teóricamente”, porque mi padre afirmaba que Franco había muerto en 1967 y era Ponce quien estaba gobernando el país desde entonces (nombrando sucesor y etc). Todo ello lo demostraba, porque en ocasiones tenía que acudirr a audiencias en El Pardo y aseveraba que el de allí ya no era el general. Lo que narro, sucedía a finales de los años sesenta; cuando mi progenitor tuvo varios nombramientos de organismos internacionales; siendo secretario de la FIUHAT (Federación Internacional de Arquitectos), trabajando para la ONU y para la OEA (Organización de Estados Americanos). Por lo que le recibieron en El Pardo, en sucesivas ocasiones, como miembro de esas instituciones. Y cada vez que asistía, venía comentando que había estado con Ponce (porque el de allí era el sevillano). Llamando luego a su amigo Juan Carlos, para confirmar que el que recibía en esas audiencias no era Franco, sino el vecino del barrio de Los Pajaritos. Llegando a decir algunas veces; que hasta se le notaba el deje andaluz, al hablar... .

           Por aquel entonces tenía yo unos diez años (he nacido en 1961) y estaba convencido de que en España gobernaba el mencionado Ponce. Alguna vez lo comentaba en mi colegio; recibiendo una reprimenda como respuesta. Sea como fuere, tiempo después, un día me dijo mi padre:

-“Vente conmigo al cine que por fin han llevado a la pantalla la vida de Ponce”-.

           Fuimos juntos a ver aquella maravillosa película de Mercero y de Román Gubern. Donde al salir, no sabía si llorar o reír; porque todo lo allí narrado, se correspondía fidedignamente con lo que decenios antes me habían contado (mi padre y Juan Carlos Alonso).

¿Sería todo una broma?. Sinceramente, creo que no... . Además, habrá que plantearse a quién enterraron en el Valle de los Caídos; pues los datos apuntan a un doble. Ya que los “cercanos” al “finado” aseveran que Franco no deseaba que esa fuera su tumba; queriendo mantener en secreto el sepulcro, por si se producía un gran cambio político tras su muerte.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba, mi padre (a la izquierda) en una audiencia en El Pardo, junto a Ponce (a nuestra derecha). Afirmaba que quien le había recibido siempre allí, era Ponce; lo que se demostraba porque hasta tenía “deje” sevillano al hablar. Al lado y abajo, de nuevo el palacio de El Pardo.

Mientras redactaba estas líneas, he recordado una anécdota que contaba Conchita Velasco; sobre Lola Flores. Sucedió en las recepciones que celebraba Franco, en el palacio de La Granja (Segovia); donde anualmente -en los veranos-, citaba a los artistas y actores famosos. Allí llegaban todos: desde Raphael a Conchita Bautista; de Machín a Juanito Valderrama y de Antonio el Bailarín a las más famosas bailaoras de Flamenco. En una ocasión, cuando el general estaba muy mayor, cayó la tarde y comenzaron a encender las lámparas del palacio. Al poco de dar la luz, hubo una sobrecarga y todos quedaron a oscuras. En ese momento, en mitad de la penumbra; dijo Franco; con voz aflautada y quebradiza:

-“Carmen... Los Plomos”- (indicando a su mujer, la caída de diferenciales)

A lo que respondió Lola Flores; gritando, muy alto y alegre:

-“¡Ole; pa que luego digan que está gagá!”-

El resto de los invitados no sabían como disimular la risa; y al volver la luz, gran parte de ellos se vio obligado a salir al jardín, para soltar la carcajada.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado y abajo, dos dibujitos míos de El Valle de los Caídos. Según “los enterados”, allí fue enterrado un doble de Franco; pues él quería que la ubicación de su tumba se mantuviera en secreto (como sucede con tantos mandatarios, cuando temen un gran cambio político a sus sucesión). Debido a ello, el finado que hace unos años fue trasladado a El Pardo, habría sido Ponce y no el general. Mucho se ha especulado sobre “la maldición de Tutan-franco”; advirtiendo de las desgracias sucedidas en España, desde que fue sacado de El Valle de los Caídos (el volcán de La Palma; el Covid, las crisis económicas; la guerra de Ucrania; la sequía; las Danas y etc). Pero realmente, si sufrimos una maldición, ha de ser la de Tutan-Ponce. Quien hasta hace unos años estaba solo y tranquilo en la Basílica de El Valle y de pronto se ha encontrado junto a la esposa de Franco; en lugar desconocido y sin visitas, ni turistas.



III – Feshnando:

            III- A : El Congreso de Gastronomía:

         En el 2005 se habían cumplido más de dos décadas desde el final de mi Mili. Por entonces, llevaba ya casi quince años casado con la misma japonesa que todavía me soporta; y un tiempo casi igual, afincado temporalmente en el país del Sol Naciente. Fue entonces cuando recibí una petición de Juan Carlos Alonso, para que asistiéramos al Congreso Nacional de Gastronomía, que se celebraba en Sevilla. Proponiéndonos el amigo de mi padre, que llevásemos hasta la capital del Guadalquivir, algún ilustre nippón relacionado con ese mundo -si era posible, con un grupo que le acompañase-. Sin más dilación, mi mujer se puso en la labor y logró despertar el interés de la Dra. Kishi; quien por entonces fue la presidenta de la Academia de Gastronomía femenina japonesa. Tras ello, bastó concertar los términos de su discurso e intervenciones en el congreso, que coordinaba Juan Carlos (por entonces secretario de la Academia Andaluza de Gastronomía). Finalmente, la referida Kishi-san, decidió asistir al evento en Sevilla, viniendo acompañada por diez de sus más cercanas colaboradoras (muchas pertenecientes a la misma institución). De ese modo se preparó el viaje, donde mi mujer y yo actuábamos como introductores y traductores de ese grupo de japonesas.

       Organizamos aquella visita con esos miembros de la Academia Andaluza; reservando las habitaciones que necesitábamos durante el congreso. Eligiendo para ello la Hacienda de Orán; un precioso cortijo palacio, sito en Utrera. Por su parte, Juan Carlos me envió a un chófer del que aseveraban era persona de gran confianza y que trabajaba para políticos y autoridades. Personaje cuyo nombre era cercano a Fernando (“Feshnando”); del que cambiaremos la verdadera filiación, para evitar suspicacias e identificaciones. El referido “Feshnando”, decía que vendría a Hacienda de Orán para mostrarnos su minibús, con gra n capacidad; aunque yo le advertí que llevaba mi coche, por si alguna persona no iba muy cómoda con él. Todo ello estaba perfectamente organizado, pero pronto comenzaron las dificultades; cuando al poco de llegar al hotel, apareció el referido “Feshnando”, para comunicarme que se le había estropeado la furgoneta. Era ya casi de noche y me encontraba ayudando en recepción, acomodando en sus habitaciones a las once asistentes al congreso; recién llegadas de Japón. Fue entonces cuando vino hacia mí un hombre, de aspecto juvenil y vestido de pantalón corto, con un polo veraniego; que creí se trataba de alguien camino de la pista de tennis o de las piscinas. Era el chófer que me mandaba Juan Carlos, quien al observarme organizar a esas señoras, me preguntó con tono de adivinación:

-“¿E-e-h usté-e A-angel?. ¿Ver-er-dad?”-

Me quedé fijamente mirando al personaje, que hablaba con más pausas que un tranvía de Lisboa y le contesté afirmativamente, tras lo que aquel repetitivo interlocutor prosiguió:

-“Po-o-o yo-o soy Feshnando. Y me va-a-a tené que co-o-mprendé bien. Po-o que habló el andalú mu, mu cerrao; po-porque soy de-e mu-u cerca de Le-epe”-

Pensé para mis adentros, que aquello no era un acento andaluz marcado; sino un habla con más tropezones que una sopa de Navidad. Por lo que, sin miramientos, ni darle importancia; le aseveré que si yo entendía a los japoneses, no íbamos a tener problema alguno de comprendernos. Ante lo que el simpático chófer añadió:

-“Po-o yo te digo, que es ma-a fácil el japoné que-e lo mío; porque-e el japoné lo hablan mi-millones de perzona y lo mío solo-o yo”-.

Tras ello, “Feshnando”, me explicó que había sido el chófer de los más afamados políticos y mandatarios; dándome una relación entera de todos aquellos para los que había conducido. Narrando todo tipo de peripecias, vividas con esas personalidades. Para terminar diciendo:

-“Pero-o yo, soy una tumba... . U-u-una tu-tumba cerrá. No abro la boca-a por na”-.

Ante lo que no tuve más remedio que asentir, con numerosos cabeceos. Aseverando con gesto de entre burro y cabra, lo que aquel hombre afirmaba de forma tan rotunda. Sobre todo, comprendiendo su estado de silencio pleno, cual tumba (siendo más bien una tumbona, que una catatumba).



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes de la Hacienda de Orán, en Sevilla; tomadas en las fechas del Congreso de Gastronomía (año 2005). En este precioso hotel, nos recibieron y nos alojaron maravillosamente. No podemos publicar fotos del grupo de asistentes, ni menos de “Feshnando”; por razones evidentes.







          Tras aquel singular saludo, “Feshnando” comenzó a contarme que había destrozado el minibus en un accidente sucedido un día antes; por lo que tendríamos que contratar una furgoneta. Momento en que me asusté; no solo por el modo en que narraba aquel incidente, para lo que tardó más que un borracho en volver a casa. Sino, porque me preocupaba mucho cómo transportar bien a esas once personas, recién llegadas de Tokio. Aunque él pronto me tranquilizó, explicando que era “mu-u-u fásil”; porque se contrataba una furgoneta y por cien euros “jorná” lo teníamos arreglado. Tras consultarlo con el grupo, di mi confirmación; quedando para el día siguiente a primera hora, con el fin de que nos recogiera para llevarnos al congreso.

          Pero con gran asombro, esa mañana, le encontré esperando en la puerta del hotel, con una Citröen de solo siete pasajeros. Recuerdo que ni le dí los buenos días y lo primero que hice fue pedirle explicaciones del por qué había traído un vehículo tan pequeño. A lo que contestó con absoluta rotundidad:

-“Po-o... . Qué co-o-ño quiere-e que traiga. Po-or cien puto euro!”-

       Lo primero que pensé fue, que al tal “Feshnando” le quitaba el tartamudeo a collejas. Luego, me calmé y le pregunté con cara de desesperado, cómo íbamos a poder ir todos, si sumábamos catorce (las once japonesas, mi mujer, él y yo). A lo que prosiguió, muy pensativo:

-“Cla-aro; sois 13. Mu-u mal número-o. Asín se me-e jodió la-a fragoneta mía. Pero no te-e preocupe-e; que trai-igo una-a cuerda-a”-.

      Yo me preguntaba, para qué hablaba este pirado de una cuerda, cuando le pedía que solucionase el problema de transportar a las japonesas. Aunque, rápido me hizo un gesto para que me callase y tomó dos sillas de palo que había en el jardín del hotel. Ni corto, ni perezoso; abrió el maletero de la furgoneta y las metió allí. Atando una a otra, para terminar pasando los cordeles entre los asientos, con el fin de fijarlo bien todo. Tras terminar me miró con cara de considerarme un panoli, aseverando:

-“Ve-e-s. Ya-a está to-o arregla-ao. En estas si-i-llas se sie-entan las má-a-as jóvenes. Y el re-e-esto como normal. Cuatro-o-o en tu-u coche y otra siete-e-e en la furgo-o”-.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
otras tres fotografías de Hacienda de Orán, tomadas durante nuestra estancia allí en el Congreso de Gastronomía de Andalucía. Abajo, las sillas que había en el porche, de las que secretamente cogió dos el referido “Feshnando”, para atarlas en el maletero de la furgoneta y transportar así a dos de sus pasajeras.






           Una vez aviado el “transporte” de esa guisa, fui a ver a mi mujer y le advertí de lo que sucedía. Aunque ella me dijo que si eso era lo que había, pues no teníamos más remedio que ir así. Además, si ese “Feshnando” era conductor profesional, sabría lo que hacía. Bastando pedirle que no llevase la furgoneta con velocidad, para evitar gran peligro. Una vez preparado todo, salieron las asistentes al congreso, muchas de ellas vestidas de Kimono y al llegar frente al chófer, este quería besar a todas, para “saludar a la sevillana”. Además, advertía lo bonito que era eso de venir con el “traje regional”; añadiendo que tenía que haber vestido a mi mujer de flamenca y yo debería haber ido de “corto”. Cansado de sus “fechorías” ya le respondí preguntando por qué él no venía, al día siguiente, con traje de luces. A lo que respondió:

-“Po-o el paquete-e; porque se iban a queda-a asustadas toa-a-as con mi-i paquete”-.

           Yo alucinaba con la situación. Eran señoras mayores; la más joven de unos sesenta años y la mayor (la Sra Kishi) con más de ochenta. Dudaba mucho que alguna se atreviera a subir en el maletero, para viajar allí; sentada en una silla de palo, atada con cuerdas y cara a la ventana (en sentido contrario a la marcha). Pero no reparé que aquellas féminas venían de Japón y el asunto les pareció de lo más exótico; metiéndose en el maletero las mas jóvenes (todas sexagenarias), sin reparo alguno y muy divertidas. Tras cerrar con miedo a las así encapsuladas, puse detrás mi coche, para seguir aquel vehículo, sucediéndole como si fuera en una cola de entierro; conduciendo con muchísimo cuidado. Temiendo un percance; muy preocupado les seguía, no solo por una posible multa, sino por el riesgo que ello suponía. Evitando que otro coche se pusiera detrás de la furgoneta y pudiera darse un “alcance”. Pero, las académicas allí sentadas, viajaban partidas de risa y muy divertidas; tal como afirmaba “Feshnando”. Quien al llegar al Congreso de Gastronomía recriminó mi falta de alegría y de sentido de la vida; advirtiendo que las señoras esas tenían más valor y simpatía que yo.

           Cayó la tarde, terminaron las ponencias y reuniones; decidiendo todas ir a cenar a Sevilla capital. Aunque en el viaje y al llegar a la ciudad, yo no pude evitar que un coche con varios chicos jóvenes se metiera entre el que yo conducía y la furgoneta. Debido a que esos chavales estaban interesadísimos en ver a las dos japonesas que viajaban en el maletero, mirando al exterior por las ventanas. Una imagen que más bien parecía la de tripulantes de un submarino, observando el por los ojos de buey. Así aprovecharon los ocupantes del coche lleno de estudiantes, para comenzar a “hacer calvos” a las japonesas; tras ponerse justo detrás a ellas. Bajándose los pantalones y enseñando el culo, en cada semáforo. Hasta que una de las pasajeras, pidió una cámara y decidió hacerles fotos, lo que dio a la fuga con esos exhibicionistas de poca monta. Finalmente llegamos al lugar donde nos había reservado “Feshnando” una mesa; en un precioso local, junto a la Torre del Oro. Allí, “el ínclito” estuvo toda la cena intentando ligar con unas y otras. Prometiendo venir al día siguiente, vestido de torero, y “marcando paquete”. Realmente, pocas veces he visto reírse mas a un grupo de señoras mayores, que esa noche de juerga; intercambiando impresiones con un chófer tan peculiar. Quien en un momento me dijo:

-“O-o-ye. Tu-u mujer habla-a español, de puta ma-a-dre; porque-e la mía no me entiende-e na-a. Pero-o esta tuya-a se entera de to-o-o”-.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Otras tres imágenes de Hacienda de Orán, tomadas durante esa estancia en Sevilla con el grupo de las japonesas académicas de gastronomía.








           Muchas anécdotas sucedieron en esos tres días que duró el viaje de las congresistas; quienes estaban maravilladas con cuanto hacía y decía el referido “Feshnando”. Siendo difícil para mí, recordar y recrear esas situaciones, pues han pasado más de veinte años. Pese a ello, me viene a la memoria el discurso final, en la noche última. Cuando, mientras cenábamos, cada una de las asistentes iba hablando; comentando sus impresiones y de lo que más habían disfrutado. Así fueron contando todas sobre cuanto les había aportado el viaje y el congreso; llegando el turno a mi mujer y a mí (que también estuvimos obligados a dar un pequeño discurso). Para terminar, pidieron a “Feshnando” que dijera unas palabras, y que las tradujéramos. Así fue como el interesante conductor se levantó para dirigirse a todas, solicitando una buena interpretación al japonés y exponiendo con firmeza:

-“Hoy, e-es el u-último día. Yo-o, nunca me-e he acostao-o con una japonesa-a. Si hay alguna-a voluntaria. Voy pa-a su cuarto”-.

       Mi mujer no sabía si traducir aquello; me miró y yo le dije que era su deber profesional hacerlo. Así fue como aquel grupo de señoras escuchó en japonés el breve discurso, y estallaron en carcajadas; sin poder parar de reír. Aquello era un delirio, mientras “Feshnando” me preguntaba si había alguna dispuesta. Pues al ver a todas tan alegres, pensó que había triunfado. El hecho, es que el individuo estaba tan nervioso, que mi esposa me pidió que lo sacara del restaurante, para dar una vuelta, a ver si se calmaba. Así lo hice y estuve paseando con él media hora, en una preciosa noche del Barrio de Santa Cruz. Unos treinta minutos en los que el “ínclito” solo repetía: “Tú me tiene-e-e que ayudar. Tu-u-u me traduce-e”. Después, vio que no había candidata y se fue para su casa muy “disgustado” como comentaba. Porque se había perdido una gran oportunidad... . Madre mía; lo que me hubiera faltado: Acompañar a “Feshnando” a la habitación de una de las viajeras; para hacer de traductor, en plena “faena”.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes más de Hacienda de Orán, durante esas fechas. Al lado, las sillas y el porche donde “Feshnando” cogió dos de ellas, para atarlas al maletero y llevar de ese modo a las japonesas.






              III- B : Con los empresarios de jardines:

             Después de lo antes relatado, comprendí perfectamente que el referido “Feshnando”, fuera el conductor que elegían las más importantes autoridades y ricos, para que les acompañase en Sevilla. Ya que cada día tenía una ocurrencia y a cada momento soltaba una frase inimaginable. De ese modo, acudimos de nuevo al mismo chófer, cuando un grupo de amigos japoneses quisieron organizar un viaje de trabajo para estudiar la jardinería española. Empresarios que pertenecían a una asociación llamada U.M.E.; entre los que me admitían, debido a que la compañía nuestra exportaba material de paisajismo. Por todo lo que nos pidieron que organizásemos el tour, con el fin de visitar fábricas y patios de Andalucía. Encargándonos que fuera muy divertido; pues de lo contrario, los negocios no salían tan bien.

        El viaje comenzó con un tema extravagante, ya cuando realizaba las primeras reservas. Precisamente, al cerrar un almuerzo en el Caserío de San Benito; famoso restaurante cercano a Antequera (cuyos propietarios son encantadores). Cuando, por teléfono les propuse un menú; que contenía como primer plato, el arroz con conejo. Pronto me llamaron desde el restaurante para consultarme y cerrar la carta; ultimando los pormenores de la comida y preguntando, con acento muy malagueño:

-“¿Pero los japoneses comen bien el conejo?”-.

            No pude contestarles y me vi obligado a colgar el teléfono para soltar la carcajada. Mi mujer, que se encontraba a lado, no entendía el ataque de risa; ni por qué había colgado de ese modo a los de El Caserío de San Benito. Hasta que le expliqué que me habían dicho lo de si “los japoneses comerían bien el conejo”... . Al momento y mientras seguía riéndome, me llamaron de nuevo; necesitando colgarles, y a toda prisa. Así, hasta la cuarta llamada, en la que el interlocutor me preguntó si se me había quitado ya “el cachondeito”; porque la pregunta era muy clara. Debiendo responder finalmente, que los japoneses comían el conejo perfectamente; por cuanto quedamos para ir al restaurante, donde ya nunca se olvidaron de mí (entre otras cosas, por lo encantadora que es Esperanza -su propietaria-).

         No fue menor lo que me sucedió durante ese viaje, en otro famoso restaurante andaluz, conocido por su Rabo de Toro (con perdón y del que no cito el nombre, por prudencia). Allí celebramos mi mujer y yo, el décimo quinto aniversario de boda; junto a estos amigos del mundo del paisajismo. Durante toda la cena estuvimos bromeando y haciendo gestos; y en esa situación, se me acercó uno de los camareros, para decirme al oído:

-“Yo creo que te estás tirando a la traductora. Y no me extraña, porque está buenísima”-.

No sabiendo qué contestarle, le respondí:

-“Cada vez que puedo, porque es mi mujer. Aunque como hoy celebramos los quince años de matrimonio, cada día lo tengo más difícil”-.

El pobre chico se quedó cortadísimo y para arreglarlo añadió:

-“Yo lo decía porque las japonesas son todas feísimas; y esta se me hacía raro que se te escapase viva. Y es que al resto de ellas, no le daba yo ni limosna. ¡Son `pa´ salir corriendo...!”-.

Madre mía (pensé yo); esto es meter una pata y luego enroscarla... . Pero así fue y así pasó, tal como lo recuerdo.



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes del Caserío de San Benito, tomadas durante el viaje que relatamos. Es un precioso restaurante (venta andaluza), situado en la carretera de Córdoba a Málaga, muy cerca de Antequera. Su propietaria, Esperanza, es una persona excepcional y sirve la mejor “porra antequerana” del Mundo.







           Para el referido viaje de los empresarios del paisajismo, “Feshnando” prometió que finalmente vendría con su minibus; que se trataba de una Chevrolet nueve plazas “imprezionante”. Pese a ello y por si acaso, yo preferí no utilizar mi coche y alquilar una furgoneta; por si había un exceso de equipaje (ya que éramos unas doce personas). Por fortuna lleve ese vehículo de mayor tamaño, porque cuando le vi aparecer a “Feshnando” con su “minibú” era para santiguarse. Se trataba de una especie de monovolumen de marca Chevrolet; pero debió ser el que usaron para recibir a Heisenhover durante su visita a España (en tiempos de Franco). Aquello era un trasto, al que no le funcionaba ni el aire acondicionado; todo lo que puede resultar mortal, para un japonés que viaja por Andalucía en pleno mes de junio. Por cuanto, cada vez que subíamos a los coches, echaban a suertes quiénes tenían que ir en aquella chatarra sin aire ni comodidades. Donde, para colmo, estaba el conductor hablando continuamente, en su andaluz con tropezones; y a gritos, para que le entendieran mejor. Por lo que salían todos de allí con dolor de cabeza.

           El asunto empeoró, porque el ínclito se sentía ya protagonista y deseaba ser el jefe del operativo. Llegando a marcar la ruta y obligando a los japoneses a pasar por “Ambiciones”; la finca del -entonces- famoso torero Jesulín de Ubrique. Tanto insistió “Feshnando” que hubimos de parar en Ambiciones (donde nada vieron, ni nada comprendían los nippones); pero los nervios le traicionaron y allí se le olvidó la clave de alarma de su monovolumen. Desde ese momento, cuando se arrancaba la Chevrolet, saltaba la sirena de aviso de robo; lo que ya era para volverse loco dentro del coche. Así tuvieron que viajar, sin aire acondicionado y con el sonido a todo “meter” sobre sus cabezas. La escena era terrible, cuando se observaba a los pobres japoneses en aquel coche americano del año de la “polka”, y conducido por esa joya de chófer, que no hacía más que hablarles a gritos (pensando que alzando la voz le iban a entender mejor).





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: con a amigos japoneses, paseando durante estos viajes. En calesa, por las calles de Sevilla. Abajo, en la plaza de España.







            Ya no podían soportar el suplicio y cuando llegamos a Grazalema le pidieron a “Feshnando” que cortase el cable de la alarma, con el fin de parar ese ruido. Así lo hizo el conductor, aunque al momento volvió a saltar la sirena, por lo que pronto se dedujo que había cercenado otra conducción y no la deseada. Fue entonces cuando “el ínclito” solicitó ayuda, por si algún japonés sabía mecánica; asomándose uno de ellos al capó de la Chevrolet, donde observó que había cortado el cable de tierra de la batería (no el de la alarma). Por cuanto, este que tenía conocimientos de electricidad, nos dijo que si dejábamos el contacto así, el monovolumen podría salir ardiendo. Siendo necesario volver a unir la toma de tierra. Nadie tenía cinta aislante y era un domingo por la tarde, en pleno centro de Grazalema. Pero ese maravilloso chófer tuvo una magnífica idea: Preguntar quién sufría juanetes o cayos en los pies. Todos nos miramos ante tan absurda cuestión, aunque dos señoras reconocieron ese problema. Por lo que “Feshnando”, dijo con todo alto y de mando:

-“Pos, darme la-as tiritas”-.

             Nadie comprendía nada, y mi mujer tradujo que le entregasen las tiritas al conductor. Tan pronto como las tuvo en la mano, cogió del brazo al japonés que sabía mecánica, para que uniera con ellas el cable cortado y que desconectase el de alarma. Finalmente, gracias al nippón que dominaba la electricidad del automóvil, seguimos de viaje; esta vez rumbo a Ronda. Allí le pedí a “Feshnando” que se separase de nosotros, porque los del grupo ya no le aguantaban. Marchando nosotros a ver la plaza y las calles de esta preciosa población andaluza. Aunque, mientras les estaba explicando a mis amigos la historia de Ronda y enseñando exteriormente el coso taurino, se me acercaron dos andaluces advirtiéndome de que me iban a detener por hablar en japonés, señalando a la plaza.

            Yo creí que se trataba de una broma y no les hice caso alguno; por lo que seguí explicando a mis amigos cosas de ese lugar y sus Historia. Pero al momento me cortaron, volviendo a aseverar que si no paraba de hablar el japonés, me metían en el calabozo; porque iban a llamar a los municipales. No pudiendo dar crédito a lo que sucedía, mi mujer se lo explicaba a nuestros amigos; quienes pensaban que se trataba de una cámara oculta. Pero, muy al contrario, pronto se personó allí la policía, mientras uno de los que habían avisado a los municipales, me señalaba con el dedo; afirmando que yo hablaba japonés sin autorización. A ello, les respondí que yo hablaba lo que me daba la gana, porque eran mis amigos y que me dejasen en paz. En ese momento, los que me acusaban ante los municipales, me advirtieron de que yo solo podía hablar japonés “pa dentro”. No comprendiendo nada, preguntaba qué era eso de hablar “pa dentro”. Explicando aquellos, que era “mu fásil” de entender:

-“Hablar pa dentro de un bar; pa dentro de casa; o pa dentro del coche. Pero no en la calle”.



SOBRE Y BAJO ESTAS LíNEAS: bailando Flamenco, con japoneses; en la cueva de La Rocío (Sacromonte de Granada).



             Fue así como los municipales me explicaron, muy amablemente, que en Ronda había unos guías oficiales; siendo necesario contratarles, para concertar la visita de la ciudad. Es decir, que pese a tratarse de un espacio público, no se podía caminar en grupo mostrando las calles, ni la plaza, porque había una normativa turística. Ante esa situación, pedí perdón y los policías hicieron ademán de irse. Pero quienes me acusaban de hablar el japones “pa fuera”, advirtieron que antes, había que averiguar por qué yo hablaba ese idioma y qué tipo de gente éramos. Siendo así, les expliqué que era guitarrista, que me había marchado a Japón con 29 años y que estaba casado con la señora que tenía al lado, desde hacía quince. Momento en que uno de mis acusadores me preguntó con quién tocaba; y al responderle que mi compañero era Paco de Antequera, todo fueron abrazos y halagos. Pues el pobre Paco (mi gran amigo de escenarios en el Sol Naciente) había fallecido unos cinco años antes y todos allí le conocían. Fue así como pasaron de los gritos y de las acusaciones, a los abrazos y a pedirme perdón; dejando a los japoneses impresionados de lo que cambian los españoles, en cuanto se les habla del Flamenco.

        De ese modo, todo terminó bien y regresamos a los coches. Allí estaba esperando “Feshnando”, con su Chevrolet arreglada gracias a las tiritas. Al llegar, le conté la peripecia y como estuve a punto de dormir en el cuartelillo, por culpa de hablar “pa fuera” el japonés. Le dio la risa; demasiada juerga vi yo en su cara. Por lo que le pregunté:

-“¿Oye. No habrás sido tú el que les has dicho algo a la gente de Ronda, para que me echasen a la policía encima?”-

En ínclito no podía parar de soltar carcajadas... . Estaba claro... . Jamás volví a viajar con un pillo así.


SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LíNEAS: con un grupo de amigas japonesas, en los viajes que relato. Arriba, entrada al Alcázar de Sevilla. Abajo, en el precioso hotel Casa Carmona.




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