SOBRE ESTAS LINEAS: Retrato de Betsy Westendorp, hacia los veinticinco años. Vemos la beldad de la pintora, heredada de sus padres. La de Betsy, es la belleza de toda mujer inteligente y sensible, que va haciéndose cada vez mas atractiva, con la edad (tal como un buen vino se "redondea y se mejora" con el tiempo). El mérito de esta pintora artístico, personal y familiar es inimaginable; habiendo creado un taller ("madriguera de cultura"), en su maravillosa casa, junto con sus hijas. Su hogar, obrador, punto de arte y estética, situado en una magnífica casa (a pocos kilómetros del centro de Madrid); ha sido fuente de cultura, enseñanza, inspiración para muchos artistas. VER:http://betsywestendorp.com/spanish/spanish.htm
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EN LA IMAGEN INFERIOR: De derecha a izquierda: En primer término, Antonio Brias y tras él, su cuñada Ma. Isabel Westendorp (hermana de Betsy y madre de mi amigo Carlos; alias: " El Caniche"). A continuación, Enrique Pérez-Plá (cuñado de Ma.Isabel y padre de otro amiguete: Quique Pérez-Plá); al fondo, mi madre. Esta foto tomada hacia 1970, debe pertenecer a una de las últimas fiestas a las que Tony Brias pudo asistir, pues poco después, la enfermedad grave que sufría le afectaría tanto físicamente, que le impidió hasta caminar.
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Antonio Brías (marido de Betsy), pertenecía a una de las familias criollas filipinas, enraizadas aún con la España de 1898 y que tras la independencia quedaron dirigiendo aquel país -con el mejor recuerdo de "la madre patria"; conservando el idioma, la cultura y las costumbres hispanas- . Relacionado con otras familias filipinas, como los Zobel-Ayala o los Roxas, (creadores, mecenas del arte y hasta patronos del Premio Nobel); cuando los Brias Westendorp, se vinieron a vivir a Madrid, en su casa se reunían las élites de aquel país asiático en divertidas tertulias (con los artistas e intelectuales de la España de los sesenta y setenta).
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En todo ello, el recuerdo de aquella nación hispana que tomó el nombre de Felipe II (y que conservaba una bella memoria de su etapa anterior), envolvía el ambiente de esa "casa de Brias", en un halo de cultura, Historia y exotismo, maravillosos. Pudiéndose escuchar allí narraciones de primera mano, sobre la Filipina española. Entre otros hechos, recuerdo como Sylvia Brias guardaba un gran libro -del los años cuarenta-, con los manuscritos en faximil del Padre Rizal (sacerdote jesuita que organizó el independentismo en Filipinas. Libro que regaló a mi hermano Mario, al términar su carrera de arquitecto). El respeto y cariño que los criollos hispano-filipinos tenían hacia la Historia y la cultura de "la madre patria", llamaba la atención, siendo a veces mucho mayor que el respeto y conocimiento que nosotros (los españoles) guardábamos y sentíamos, por nuestro propio país.
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En cuantas ocasiones salí de la casa de Betsy Westendorp, acompañado por mi padre; este, siempre me decía: -"Yo. Frente a esa mujer me acomplejo... . Es que; con unos pinceles, unos colores y un caballete; ha conseguido ´sacar adelante` su casa y su familia; viviendo mejor que cualquier gran empresario"-. Tras decir aquello, mi progenitor se quedaba normalmente pensativo y muchas veces, con la mirada perdida; así entraba en el coche haciendo un gesto de "menuda tía esta", para terminar afirmando: -"¡Cuánto mérito tiene esta mujer!"-.
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Por aquel entonces, yo no entendía del todo lo que mi padre quería expresar; pero la vida me fue enseñando la dificultad tan absoluta que tenía lo que Betsy hizo. Y es que, cuando su marido (Antonio Brías) comenzó a estar en fase terminal, no pudiendo seguir él con los negocios y necesitando toda la asistencia médica posible (un proceso que duró largo tiempo). "La mujer", en vez de hundirse -como a todos nos hubiera ocurrido- hizo de su capa un sayo y se puso a trabajar cuanto pudo; saliendo adelante en pocos años, con lo que hasta entonces había sido su devoción y su afición. Así, convirtió el caballete y los pinceles, en sus herramientas inseparables y tal como el oficinista más duro hace, se puso en su obrador desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, a diario. -Desde aquel entonces fue ya imposible verla sin un lienzo, un color, una brocha o un artilugio de pintar, en la mano. A excepción de aquellos otros momentos en los que atendía a sus clientes, como anfitriona en su casa-taller-.
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Porque "la profesión y devoción" de Betsy, tiene tanto mérito como dificultad ; ya que no solo basta con pintar, o retratar magníficamente a quien lo encarga. Además hay que atenderle mientras posa, generando la situación necesaria para obtener el carácter y trasladarlo al cuadro. Igualmente, hay que atender y estar junto a los que le acompañan a la sesión (familiares o amigos, que se acercaban a ver como se hacía el cuadro). Todos ellos, terminaban siendo íntimos amigos de la pintora y sus hijas; aprovechando para quedarse a comer y cenar en el acogedor hogar de la pintora, tras posar, u observar. Además, mientras se hacía el retrato, llegaban visitas hasta la casa, para disfrutar de la escena y entretener a quien posaba y sus parientes. Así se organizaban interesantísimas cenas y reuniones para "agasajar" como se merecía cada importante cliente; a las que venían muchas veces las personas mas cultas e interesantes de Madrid. Ello, se completaba, con la asistencia al obrador de los críticos de arte y gentes de la profesión, que también pasaban a ver la sesión de pintura, opinar y a charlar... .
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Por cuanto la jornada duraba más de doce horas, pues solía empezar hacia las diez de la mañana, tras haber preparado el taller, para el posado. Así, seguía con el almuerzo, que había de ser bien preparado para los que posaban. Luego, tras la comida, venía la segunda sesión de posado, en la tarde. Después de las cinco, además venían al obrador los amigos de la casa -críticos de arte, pintores, artistas y etc.-, con los que se comenzaba charlando, pero se terminaba merendando (y muchas veces, también cenando...) . El horario pues, podía oscilar en una jornada de nueve de la mañana a nueve de la noche. Aunque, de haber cena -algo común de viernes a domingo y festivos-, se prolongaba por la noche mucho mas allá de las doce (hasta altas horas de la madrugada). Para todo ello, Bestsy contaba y cuenta, con la ayuda y el cariñoso apoyo de sus tres preciosas hijas (¡A cual más guapa!).
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BAJO ESTAS LINEAS: Retrato de Isabel Brias (la hija mayor de Betsy, pintada por su madre), quien era una magnífica soprano de ópera. Tras las cenas y en reuniones, Isabel, interpretaba arias de los mejores compositores, dejando absortos a los invitados y a los que la escuchaban (su tono y calidad en voz, era cercano y muy parecido a Leontine Price). Es una maravillosa traductora de libros y de literatura clásica (las dotes de Isabel para los idiomas, eran excepcionales y le vi de niño aprender alemán -o italiano- en meses; mientras estudiaba canto).
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De algunas cosas que comento, solo tengo "vagos recuerdos"; al menos de los primeros años. Era yo "algo" pequeño por aquel entonces; pues el éxito primero de Betsy sucede a comienzos de los años setenta, cuando no habría cumplido ni quince años. Por lo que tan solo pude oír algunas "historietas" de lo que se hablaba y vivía en casa de las Brías (sin que las circunstancias y los años, me permitieran asistir a aquellas innumerables reuniones). De esos días, se oía "mucho" de todo lo que allí ocurría; sabiéndose que en las noches y por el taller de Betsy estaban pasando los más poderosos y famosos de España, de Europa, Filipinas y parte de Sudamérica.
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El éxito, sin duda, se debió al merito y a la perseverancia de Betsy, a cuyo esfuerzo como pintora ha de unirse el hecho y la dificultad de tenerlo, siendo mujer (y viuda). Porque no nos engañemos, que aún en los años setenta, ser mujer era un handicap para desarrollar cualquier trabajo (no digamos ya si este era artístico y tan marcadamente de "machos" como la pintura"). Pero a Betsy nada la paraba y desde aquellos años finales de los sesenta, tomó sus pinceles y su caballete, sin dejarlos ni de día ni de noche -tal como un gran cheff coge la sartén (por el mango y sin soltarla nunca)- . Así, logró montar su CasaTaller, que era empresa de la cultura, cercano en concepto al taller renacentista. Donde la vida cotidiana circundaba y giraba alrededor del arte y de la belleza. Pues el verdadero artista desde los Siglos de Oro de la pintura es: Fabricante, artesano y empresario; a más de filósofo y artista. Todo ello exige de un trabajo incesante y con una obsesión desesperada. Trabajando de Sol a Sol y solo pensando en la belleza y en superarse a diario.
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Y así, en ese estado de "iluminación", he visto siempre a Betsy: Curra que te curra, con un pincel, unos pasteles, un lienzo, o unos alicates en la mano... . Montando y desmontando, pintando y "sopintando", creando y mejorando; fuera invierno o verano, lunes o domingo, hiciera calor o frío; estuviera donde estuviese. Con ello logró crear una casa del Renacimiento, con un verdadero taller que trabajaba "a la antigua usanza", en familia y generando cuanto mayor belleza se podía (consiguiendo un estado sublime). Irradiando en su casa, cultura y uniendo allí a las élites para llevarlas hacia el arte o para que llevaran allí el arte. Un ambiente inigualable, en que cual fue un verdadero lujo compartir tantas y tantas horas, rodeado de tan absoluta belleza: Pictórica, arquitectónica, artística, musical y femenina.
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Y tras esta exposición de lo que fue para mi persona aquel maravilloso ambiente y obrador del arte, que creaban Betsy y sus hijas, en su preciosa casa. Déjeseme terminar con una anécdota que escuché un día, sobre lo que debe ser un verdadero artista. Pues me acoraba yo de un genio del cine, llamado Luis García Berlanga, quien vivía muy cerca de mis padres y que a veces asistía a las reuniones de la Comunidad de Vecinos. Aquellas juntas, en ocasiones, se convertían en el típico "guirigay" de "unos y otros"; todos opinando. Entonces, en momentos de confusión, a veces tomaba el micro Berlanga para decir: -"Yo siempre afirmo, que si el cine y el arte lo quitamos de Cultura y lo llevamos al ministerio del Industria y las Juntas de Vecinos, las pasamos a los psiquiátricos... Este país se arregla"-. Mucha razón tenía Berlanga, porque el verdadero artista, ante todo es un gran trabajador (un currante); pasando más horas de sufrimiento en su obrador o sobre su instrumento, que cualquier otro empresario o artesano en su negocio. Y de entre esos artistas, a la que más vi trabajar fue a Betsy Westendorp (!siempre currando!).
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BAJO ESTAS LINEAS: El Taller de Betsy Westendorp y sus hijas, Sylvia y Carmen Brias. En este artículo de la revista Blanco y Negro, las vemos dando clase en la balconada (cubierta en cristal).
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EN LA IMAGEN INFERIOR: Retrato de mi padre hecho por Sylvia Brias, pintado por ella con tan solo veintidós años (tristemente, la foto es de poca calidad y con tonos muy grises, aunque no he podido hacerme con una mejor). Tuvo que dejar Sylvia de pintar, tras casarse, para dedicarse a cuidar de sus hijas y de la familia, pero ya me ha confirmado que ha vuelto a diario a los caballetes. Tanto ella, como su hermana Carmen, colaboraron a diario y durante decadas con su madre, para "cuidar" la clientela, mantener el obrador, cuidar de las obras, organizar exposiciones y pintar junto a ella. .
Es este el concepto del Taller, como centro de un arte y de una industria; un sentido pleno en el que el negocio es la creación y la creatividad. Hoy, tristemente "el oficio y la profesión" parece que se intenta enseñar en centros docentes, aunque la pintura es una profesión que se aprende desde niño y "limpiando pinceles". Como otras artes, su aprendizaje precisa del conocimiento de las funciones y funcionamiento del Taller, en el que muchas personas trabajan a diario, con diferentes funciones (desde la que prepara los bártulos, hasta los que tocan instrumentos o charlan para entretener a quien posa para el retrato).
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