sábado, 5 de marzo de 2011

QUÉ FUE DE LAS TERTULIAS Y DEL CAFÉ (Los años setenta: Las tertulias se trasladan a las casas y los salones)


SOBRE ESTAS LINEAS: Reunión en casa de mis padres en 1986. De izquierda a derecha: El Sr. Yamaguchi (consejero cultural de la Embajada del Japón); tras él estoy yo, junto a la que después sería mi mujer (al fondo). Del otro lado, la poetisa Carmen Conde (pocos años después de haber sido nombrada primera académica de la Lengua) y en primer término, con corbata, mi hermano Mario.
SOBRE ESTAS LINEAS Y BAJO ELLAS: Dos fotos del rinconcito que había en casa de mis padres donde se reunían para hablar y hacer las tertulias, tras las sobremesas de invierno. Allí se cantaba, se bebía un buen vino y se compartía el calor de la leña, friendo choricitos a la lumbre. Todo ello, acompañado por la guitarra y el anecdotario que los invitados traían en cada ocasión. Los más mayores que asistían a estas reuniones, nos decían que en casa no hacía falta televisión, porque la mejor y más entretenida imagen era observar el fuego, mientras se narraban historietas, se  discutía de política, se cantaba; o se contaban anécdotas divertidas.
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Ayer veíamos como las tertulias y los cafés fueron disminuyendo desde mediados de los años setenta, para desaparecer casi por completo un decenio después. Porque a principios de los noventa ya apenas casi nadie se reunía en cafés y clubes, manteniendo aquellos foros que hasta los años sesenta, prácticamente gobernaron el mundo de la cultura. Es verdad que aquella disolución de las tertulias y los cafés, se debió en gran manera a los fenómenos mediáticos, como la televisión o la radio. Pero más lo es, que las formas de divertirse variaron completamente en los años finales de los setenta; tanto que desde la década de los ochenta en casi todos los locales se sustituyó la música por "enlatada", desapareciendo de escena aquellos músicos que hasta entonces tocaban en lugares públicos (mal o bien, pero en directo y en vivo).  Los cafés pasaron a ser cafeterías y en aquellas -que se decoraban a colorines y con plásticos-, la música emanaba de unos altavoces, que cada año fueron subiendo de volumen. El hecho cierto es que hacia 1985, ya en casi ningún local de moda en Madrid podía siquiera hablarse (por la intensidad de los decibelios musicales) y que la gente salía solo a mirarse, moverse y "colocarse"; no ya a pensar, discutir y relacionarse hablando -como había sido común hasta estos años-.

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Evidentemente, en todo este "enmudecimiento" y "aculturización" de la Sociedad, mucho pudieron influir los nuevos medios de comunicación (como la radio y la televisión); pero no es más cierto que la radio llevaba "inventada" y emitiendo desde principios del siglo XX y no por ello, los ciudadanos habían dejado de reunirse para charlar y cambiar impresiones en foros de cultura. Tanto como la televisión se difunde hacia principios de los años setenta y aún entonces las tertulias se celebraban con normalidad. El "tercero en discordia" que pudo causar la anomia de los tertulianos, fue el disco y la cassette, que al nacer propiciaron un tipo nuevo de locales donde las personas iban a escuchar música a todo volumen (no a charlar). Aunque tampoco creemos que hubiera mucha diferencia entre las frecuentadísimas salas de fiestas de los años cincuenta y las discotecas de los ochenta -dejando al margen el tipo de música y de danza que allí había-.
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Pese a todo, la televisión como "luz" que ocupa el centro de las casas y que sustituye definitivamente el "hogar" (entendido este como el fuego, o la chimenea), es un fenómeno que se generaliza en los años ochenta. Tanto, que desde ese decenio se hace normal recibir a alguien en nuestra casa, mientras se mira la televisión; algo que solo un lustro antes hubiera sido considerado una carencia de civismo (además de una falta total de educación). Finalmente, se llega a un tipo de relación social en la que apenas se habla; quedándose para escuchar música, ver partidos o, simplemente bailar y beber. Evidentemente, muy distintas eran las formas de ocio de antaño, que aún se han conservado en algunas zonas de España (como Andalucía), donde casi todos saben cantar, bailar y tocar algún instrumento; reuniéndose para danzar a son de lo que los invitados tocan e interpretan. Algo que hoy es inusual en casi toda España, pero que en países como Irlanda sigue siendo lo más normal; pues a los pubs aun suelen llevar los asistentes sus instrumentos, para cantar y tocarlos, mientras toman unas cervezas con los amigos, o con desconocidos.
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Y toda la disertación anterior "viene a cuento", porque aquellas tertulias y reuniones, tanto como las diferentes formas de divertirse, han influido soberanamente en el comportamiento general de las personas. Tanto, que hoy en día, aunque todos saben bailar y moverse al ritmo del chunda-chunda, prácticamente ya es difícil encontrar quienes sepan tocar un instrumento o cantar (a menos que sean profesionales de la música). De manera similar, es raro encontrar un grupo de jóvenes que deseén quedar para divertirse charlando de política, de arte o un tema profundo. Y por todo ello, recuerdo con gran cariño, como en este saloncillo del que arriba recojo fotos (y que tristemente ya no existe), en los años sesenta se reunían mis hermanos para hablar con sus amigos, tomarse un vinito, cantar y hablar de temas culturales y políticos.  Ellos eran algo mayores que yo -mi hermano casi diez años- y por ello pude presenciar cómo eran esas tardes de sábado o domingo de los chicos jóvenes entre 1967 y 1975; con reuniones que descendían directamente del ambiente tertuliano, trasladado a las casas.
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Allí había tocadiscos, pero se ponían tres o cuatro vinilos en toda la noche; mientras comunmente se aprendía en francés (o en inglés), las letras de cantautores famosos que se escuchaban -como Moustaqui, Brasens o Simon and Garfunkel-. Igualmente oían discos con versos de poetas españoles, interpretados por artistas como Serrat o Joaquín Díaz; comentando y hablando de poesía, arte y política. Tras ello, era normal, "sacar" las piezas oidas, a la guitarra y cantarlas entre todos; mientras se arropaban con el calor de una botella de vino y al de unos choricillos puestos a la lumbre. Todo ello, lo hacían hablando de problemas sociales, de literatura, de arte y hasta de filosofía... . Por todo ello digo, que estas reuniones que yo ví entre los jóvenes de finales de los sesenta, eran descendientes directas de las tertulias, aunque se llevaban a cabo a puerta cerrada y en casas (donde se podía hablar de todo). Fiestecillas o tertulias caseras, donde se intercambiaban conocimientos, se discutía mucho y se terminaba comúnmente sacando "El Espasa" varias veces durante la velada, para contrastar opiniones, o afirmaciones que algunos hacían.
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Recuerdo de Sebastían Miranda  -uno de los "tertulianos profesionales" mas importantes que pasaron por casa de mis padres-, que le encantaba este saloncito de reuniones (arriba fotografiado). Un rincón con chimenea en dos alturas, donde se debatía en las sobremesas y en las tardes, sobre lo divino y lo humano. Al verlo Miranda, nos dijo que teniendo "aquello" ya no hacía falta apuntarse a tertulia alguna, pudiéndose importar a casa ese "ambiente". Pese a ello, reconoció poco después que realmente el "secreto" de la tertulia era que se celebraba en lugar público y estaba abierta a nuevos integrantes. Tras lo que afirmaba que ya las verdaderas reuniones de este tipo habían muerto; decayendo muchísimo tras la Segunda República, pero perdiéndose definitivamente a fines de los sesenta. Me acuerdo que le preguntó  mi padre por los grupos y cafés a los que había asistido, entre los que Sebastián Miranda recordaba con mas cariño el de Ortega-Marañon-Belmonte-Zuloaga. Tras ello  nos dijo que ya solo se reunía de vez en cuando con sus amigos en el Nuevo Club. Allí, al parecer les ponían una gran fabada, de la que Miranda tenía por costumbre repetir. Tras ella, siempre venía un arroz con leche, del que el escultor siempre tripetía (o cuatripetía). Comentando que cuando iba por el tercer tazón de arroz con leche, siempre un íntimo amigo suyo (del que solo daremos las iniciales que son A. G. y D-C) le increpaba por las comilonas pantagruélicas diciendo:
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-"No seas bestia Sebastián. Que ya tenemos más de ochenta años y hemos de cuidarnos"-. A lo que el escultor escurría el bulto siempre haciéndose el sordo, colocando la mano tras la oreja, en gesto de no haber oído y contestaba para callarle:
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-"¿De qué me hablas, que estaba bestial?... .¿De aquella época en la que fuiste embajador en Estados Unidos y se dice que tuviste un ´afaire` con Jakie Kennedy?"-.  A lo que su amigo y contertulio, que había sido embajador en Washington, siempre respondía muy enfadado: -"Ya te he dicho una y mil veces, que un caballero español nunca puede decir que esa historia fue verdad; ni menos hablar de ella... . Y mucho menos, un verdadero caballero puede negarla..."-. Tras ello, parece que aquel comensal callaba y le dejaba repetir a Sebastián Miranda cuantas veces quería, de fabada y arroz con leche... .
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Pero sigamos con las tertulias y su paso a las casas. Así se puede considerar  que muchas de ellas pasan en los setenta a estos salones y zonas privadas, donde comienzan a reunirse los integrantes, quizás para hablar libremente (puesto que era el comienzo de La Transición). Aunque el verdadero ambiente permanecía en los cafés, donde a diario se producía la anécdota, el imprevisto y lo nunca visto. Recuerdo sobre ello, que aún en estos años hubo anécdotas que me encantaron y de las que ya pude disfrutar, porque tenía una edad para vivirlas. Entre ellas me viene a la memoria las llegadas de un asiduo al Café Gijón: Pepe Quereda, del que ya hemos hablado en anteriores entradas y al que hemos dedicado una de las primeras (sobre "Fauna y Flora del Café Gijón"). Aunque de él se me habrán quedado varias anécdotas en el tintero, una de las que ahora recuerdo ocurre el día en que Pepito Quereda -que era como todos le llamaban- decidió abrillantarse los zapatos. Pepe, tenía por costumbre calzar chapines de enormes alzas, para ampliar el "espectro" de "caza y captura" en mujeres (debido a que era un poco bajito). Y sucedió que cierto día llegó a casa, desde el café Gijón, con los pantalones completamente quemados en su parte baja y luciendo aquellos taconazos (lo que hizo que nos diera la risa a todos). Le preguntamos cómo se había quemado el final de los pantalones y nos lo explicó ante el asombro de todos:
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Era aquella la época del tergal (tela plástica como pocas) y el limpia no sabía que el pantalón de Pepito era más inflamable que una bolsa del Corte Inglés. Le recomendó un nuevo sistema que había traido para sacar brillo a los chapines, que consistía en un flambeado  a la inglesa... . A Pepe, lo del "flambeado a la inglesa" le encantó y ni corto ni perezoso, puso sus zapatos sobre el cajón del limpiabotas, que le dio la crema inflamable. Tras ello, le dijo que se subiera el pantalón; pero al no querer Pepe que le vieran los tacones con alzas,  pasó "el limpia" a prenderle los zapatos para flambearlos con el pantalón bajado; lo que extendió las llamas por el tergal comenzando a arderle los bajos... . Quereda se puso a pegar más saltos que un flamenco bailando la farruca. Pero lo peor de todo, es que al verlo así, los pintores que había en el Gijón, en vez de ayudarle (para que no se le quemaran los pelillos de las piernas); comenzaron a bailar alrededor de él "la danza de la lluvia" y a cantar melodías Siux, diciendo que aquello era una ceremonia preciosa de los indios americanos. El resultado, es que Pepe Quereda, apareció en casa, indignado contando a mi padre lo malos compañeros que eran los contertulios del Gijón. Aunque también se enfadó con nosotros, pues no podíamos consolarle, porque nos daba la risa ante aquel espectáculo del pantalón chamuscado, los pellilos de las piernas fritos y bajo "todo aquello": Unos zapatos relucientes como dos espejos, con diez centímetrros de tacón.
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Pero las cosas de Pepe Quereda no acaban aquí y siempre recordaré como era en las tertulias; sobre todo, cuando algún personaje importante se sentaba en la mesa. Tenía por costumbre mostrar y demostrar que conocía a "todo el mundo" y que "todo el mundo le conocía". Para ello, "la técnica" que usaba era la de añadir comentarios familiares, sobre aquellas personas de las que hablaba el contertulio famoso, citándolas como gente muy importante. De tal manera si aquel conocido y destacado contertulio, mencionaba a un individuo al que daba gran relevancia, Pepe añadía comúnmente: -"Hombre claro... Mi amigo fulanito. Si es una maravilla... Yo le llamo fulanín."- (y pronunciaba su nombre en diminutivo, a modo de mote, demostrando una gran familiaridad con aquel del que se hablaba). Así una vez tras otra.
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De tal manera recuerdo como un día, siendo ya el cuarto del que se hablaba, como persona muy importante y habiéndose oído en todos los casos anteriores el -"Hombre claro, mi amigo fulanin"- de Pepe Quereda. Aquel hombre tan famoso que se nos había sentado en la mesa, un poco molesto, continuó explicando que le habían presentado al nuevo embajador de Reino Unido, que vendría en unos días a España. Añadiendo que se trataba de un famoso Lord. Pepe Quereda, evidentemente sugirió que le conocía, comentando de nuevo aquello de: -"Hombre, claro; si es este Lord, que ahora no caigo como se llamaba. Un tío encantador al que conocí hace unos días en un tablao flamenco... "-. Entonces, muy enfadado el comensal tan relevante ya le recriminó contestando:
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-"¡Mira Pepe. Es imposible que sepas quién es; porque ayer estuve en Londres con ese Lord cenando y fue él mismo quien me dio la noticia!. Diciéndome que solo la conocíamos en España: El Ministro de Asuntos Exteriores y yo; pues hacía  tan solo unas horas que se lo había comunicado la Corte de Saint James..."-.  Quereda se quedó pensativo  y sin sentirse herido le respondió: -"Hombre, es que tú no sabes cuantos Lords van al flamenco. Y, hay varios que son embajadores. Total, para una vez que me confundo de Lord... Además, es que en Inglaterra hay muchísimos. Como para acordarse del nombre de todos lores"-. Y se quedó tan ancho, mientras el resto de los contertulios no sabíamos donde mirar, porque nos daba la carcajada al ver la respuesta de Quereda y sobre todo, la cara con que se quedó el antipático e importante comensal, que le había intentado "dar un corte", sin conseguirlo.
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Pero aquello era lo normal en Quereda; quien por su simpatía y sus frases célebres, es verdad que entraba en cualquier grupo, tertulia, casa o palacio. Pues sonado fue el día en que hace más de treinta años, alguien le sentó justo al lado de uno de los banqueros más fuertes de España. Que entonces debía ser muy joven, pues el financiero al que nos referimos continúa presidiendo uno de los grupos bancarios mas importantes de nuestro país. De tal manera, sentaron a Quereda junto a aquel procer de la economía, quien le preguntó a qué se dedicaba. Pepe, le dijo que era periodista, pero que en verdad lo que hacia muy bién, era los poemas. El banquero, continuó la conversación en tono ameno, comentando:  -"Sí...  Algo parecido a mí; que soy economista, pero hago negocios... . Aunque he de decirle, Quereda, que lo que más me gusta es la poesía; mi verdadera afición son los poemas"-.
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Al oir aquello Pepe Quereda, le dijo con un tono que todos los asistentes al almuerzo aún recuerdan: -"Pues no sabe cuantas cosas tenemos en común, somos casi iguales: Porque si su trabajo es la banca y su afición es la poesía; mi trabajo es hacer poemas, pero mi verdadera afición es el dinero... Así que a ver por donde empezamos"-. Parece ser que nunca logró consumar aquel atrevido intento de hacer negocios con el mencionado banquero, aunque la conversación que mantuvieron durante la mencionada comida pasó a los anales de las finanzas y de la historia de la poesía.
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Pero regresemos y continuemos con las tertulias y lo que fue de ellas en los años setenta. Un pequeño esbozo que estamos presentando y que desearíamos finalizar con el significado académico de las tertulias y de los cafés. Pues tal como decía Miguel de Unamuno, parece ser que los Cafés eran "la mejor Universidad". La frase nos puede producir risa, pero tiene un profundo arraigo histórico. Ello es al menos lo que me enseñó mi padre, cuando apenas era yo un niño. De tal manera, hacia 1975 -mientras contaba yo unos catorce años-, un día me llevó a la Escuela Superior de Arquitectura, donde había estudiado la carrera y donde era profesor de doctorado desde 1957. Allí enseñaba Vivienda Social (cátedra que "heredó" de su maestro, José Fonseca) y me aseguró ese día que me iba a explicar cómo había de darse clase. Así me subió al aula, donde tras hablar a sus alumnos durante unos treinta minutos sobre la palestra y ante la pizarra, les dijo a todos, que el resto de la clase se daba en la cafetería (como de costumbre).
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Así bajamos a la cafetería de le Escuela, donde me presentó al bedel encargado del bar, quien al saber que yo era el hijo de aquel profesor (al que había conocido de estudiante), me dijo con gran orgullo y señalando a mi padre:
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-"A este gandul, le hice yo arquitecto... . Entró aquí siendo un ´pilinguis` y ya ves donde está. ¡Y todo gracias a mí, porque no sabes como era!. ¡Le tenía fichado y no le permitía suspender ni una!"-.  Mi padre se reía y sin saber cómo modo defenderse de aquellas "acusaciones sobre haber ganduleado por la universidad, de joven"; le dijo al bedel que seguro los había habido peores... . A lo que aquel hombre contestó: -"Hombre claro. Los genios. Los genios son los peores. Y es que no sabes qué querencia tienen los genios al bar..."-.
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Tras este encuentro con el pasado de mi progenitor, llegamos a la cafetería y hasta allí se habían acercado el total de sus estudiantes de doctorado. Siendo entonces, cuando decía mi padre que se producía la verdadera lección y enseñanza; puesto que los alumnos (y más si se tomaban una caña) preguntaban sobre todo y hablaban con plena libertad de cuanto les venía en gana. De tal manera, allí charlaron durante casi dos horas, de lo divino, de lo humano, de sociología, de arquitectura y de mil dudas que le planteaban, hasta que legada casi la hora de cenar, se despidieron. Al terminar aquello, nos dispusimos a regresar y ya cuando salíamos del recinto universitario me comentó mi padre que esta fórmula de ir a la cafetería a enseñar, era una técnica salmantina de dar clase. Me extrañó lo que me narraba y le pregunté qué significaba aquello de "técnica salmantina"; tras lo que me expuso que en su juventud había estudiado en la Universidad de Salamanca (ciencias exactas, donde su padre era notario). Universidad en la que le enseñaron que los buenos maestros (como Fray Luis de León) hacían el llamado "Poste". Acción que consistía en que tras dar las clases, se debía colocar el profesor en una columna del claustro (lugar llamado "el poste") esperando que hasta allí se acercaran sus alumnos. Porque bien era sabido que en este sitio -al aire libre y en privado-, era donde verdaderamente charlaban durante horas los estudiantes con el maestro, preguntando sin problemas cuanto deseaban.
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Finalmente, con los años encontré una famosa frase del que fuera el mas insigne rector de la Universidad de Salamanca (Miguel de Unamuno), en la que el sabio decía aquello de: "LOS CAFÉS SON LA MEJOR UNIVERSIDAD DEL MUNDO"... . Todo aquello me hizo reflexionar sobre el valor de los cafés, sobre la eficiencia de aquellas lecciones y clases, siempre terminadas en la cafetería; tanto como en la forma de generar y aprender la cultura por los cafés y las tertulias... . Un movimiento y una forma de "enseñanza" que fraguó la Geneación del 98, la del 14, la del 27 y hasta la del Medio Siglo. Aunque tristemente, tras los años setenta, las tertulias se fueron perdiendo, hasta haber prácticamente desaparecido.
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IMAGEN BAJO ESTAS LINEAS: Mi padre (hacia 1975) en su foto de carnet como profesor universitario de doctorado -de la cátedra de Vivienda Social, que "heredó" de su amigo y maestro, José Fonseca-. Durante casi cuarenta años impartió clases en la Escuela Superior de Arquitectura y siempre decía que la teórica se debía explicar en el aula, pero la lección práctica y la "de verdad", se enseñaba en la cafetería (hablando allí durante horas con los alumnos). Este sistema de enseñanza parece ser que era común en Salamanca, desde los años de Fray Luis de León; de quien se sabe que tras dar la lección en su clase, salía a hacer "el poste", respondiendo en el claustro las preguntas de sus alumnos durante horas. -Siglos más tarde, Miguel de Unamuno, el rector mas ilustre de Salamanca diría aquello de que: "La mejor Universidad del Mundo, son los cafés".

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