sábado, 1 de enero de 2011

FAUNA Y FLORA DEL CAFE GIJÓN (I: cambio de residencia)

Durante los años sesenta, "la movida" intelectual madrileña, se "cocinaba y aderezaba" -en gran parte-, en el Café Gijón (sito aún en plena Castellana). Allí, desde la "posguerra", se habían dado cita y reunido diariamente los artistas, literatos, pintores, músicos y etc; hasta los mas importantes cineastas de la Villa y Corte. A aquel café, iba al menos dos o tres veces por semana mi padre, a sus tertulias; de las que muchas veces venía con un cuadro bajo el brazo (o con una cinta y cuadernos, llenos de poemas que algún amigo le había vendido). Al despertarse los sábados y domingos, comentaba mi madre que muchas veces, se encontraban en la entrada de nuestra casa; el objeto adquirido la madrugada anterior en El Gijón. Y pensaban que lo habían dejado allí mismo, los Reyes Magos (pues no recordaba haber comprado nada, eso sí, siempre decía mi padre, que aquella noche se lo habían pasado estupendamente)....
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En esos días de los años sesenta, no faltó a sus varias citas semanales en aquel Café, donde músicos, poetas y -sobre todo- pintores, arreglaban el Mundo y preparaban la Revolución Final que arreglaría España. Tristemente, hacia 1968 nos fuimos a vivir a una nueva casa en las afueras de Madrid, que se construyó en un terreno que facilitó Luis Miguel Dominguín. Digo tristemente, porque aquella nueva casa, pese a ser estupenda, estaba entonces en medio del campo.... Para "mas peor", se situaba en una calle llamada "de la Vaca", lo que completaba aquella indigna localización; pues entonces, vivir en las afueras era raro. Nadie podía entender en aquel tiempo, como mis padres decidieron irse a pleno campo, en mitad de una urbanización, llamada Somosaguas; en la que todavía no había ni una casa (porque todo aquello que ahora tiene hasta tranvía; eran solares mas pelados y con peor aspecto que una playa, el día después de San Juan). Por su parte, los dos o tres chalets que en aquella urbanización habían construido, eran de "gente bien"; que vivía en pleno centro y venía solo a pasar los fines de semana a esta zona de Pozuelo (que entonces se consideraba lugar mas bien de veraneo y nunca de residencia).
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Lo peor de todo era lo de la Calle de la Vaca, que era el nombrecito que tenía donde compraron la parcela... Quien gestionaba parte de la venta de la urbanización, era precisamente Luis Miguel Dominguín, así que un día se acercó mi padre hasta su casa y le comentó que aquel nombre había que cambiarlo. Que le pusiera Calle del Toro, del Morlaco o hasta del Miura... Pero lo  de vivir en la Calle de la Vaca, se nos hacía insoportable.  Consiguieron hablar con el Ayuntamiento y dando una y mil vueltas se llegó a cambiar el nombre, por el de la Calle del Ciervo (animal mucho mas digno, aunque de mayores cuernos).
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Cuando llegamos allí a vivir, como digo, éramos los únicos vecinos y el resto, solares por construir. La situación era mas que triste (penosa, a veces), porque no es lo mismo residir  en el campo,  que entre parcelas (con movimientos de tierra y obras). Aunque lo único bueno que aquello tenía; era, que con el trabajo de las excavadoras, proliferaban las ratas por doquier. De tal manera, las cacerías de ratas que organizábamos (mis amigos y yo), los fines de semana, eran fastuosas y nada tenían que envidiar a las mas ilustres monterías que entonces se llevaban a cabo en Cabañeros, o en Sardina -incluso a las de Luis Miguel, que llevaba a astronautas y a Ava Gardner a cazar y torear a su finca de Jaen-. Las batidas nuestras de ratas en Pozuelo, eran mucho mas divertidas y asistían a ellas "la crem de la crem" del gamberrismo madrileño.... Pese a ello, aquella nueva casa era un poco triste, por lo aislada y lejana que estaba entonces y sobre todo porque tuve que dejar de ver a File, a Nieves y a sus hijos  (los conserjes de Doctor Castelo 42, que eran una maravilla de gente).
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Tras cometer mis progenitores, aquella ordinariez de irse a vivir en pleno campo, en la calle de la Vaca y donde la gente veraneaba. Mi padre se "lió la manta a la cabeza" y construyó cuantos mas metros pudo (otra grosería); preparando una casa fabulosa con todos los materiales le sobraban de otros chalets de gente verdaderamente ricos.... Hasta le puso un telefonillo en cada cuarto, para hablar de habitación a habitación; algo que en los años sesenta era como tener en tu domicilio, una central de comunicación con la Nasa para hablar con Marte. Pese a ello, el único que usó alguna vez este telefonito inútil fui yo, que  con siete u ocho años hablaba de un cuarto a otro con mis amigos (horas y horas, haciendo el idiota). Los demás, como eran normal, cuando se querían comunicar con alguien salían al pasillo  o a la escalera y daban una voz....  -Creo que mi padre antes de hacer esta casa no comprendía que la comunicación natural  del hombre, es subirse al alto de un cerro y soltar un alarido-.
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Igualmente, me comentó que era mas barato hacer estanques y piscinas, que jardines (pues estos últimos había que plantarlos, cuidarlos y regarlos). Así que llenó el exterior de estanques y construyó una gran piscina -pero muy barata (según contaba)-. Pues, al parecer, lo costoso era darle profundidad al fondo, tanto como anchura al foso . De ello, la de casa, en su lado mas hondo tenía un metro setenta, pero era mas larga que la corbata de un baloncestista. Veintitantos metros de principio a fin, llenaban la parcela; pero como carecía de profundidad, todos nos pegábamos unos cabezazos contra el fondo de mil demonios -creo que debido a ello, muchos de los que frecuentaron nuestra casa acabaron igual de idiotas que nosotros-.
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Para completar este panorama de la "nueva casa", aquella era de estilo muy moderno (excesivo, por aquellos años), siguiendo las pautas del arquitecto preferido de mi padre: Frank LLoyd Wright. Tanto era así, que se comenzó a conocer por la zona con el nombre de El Bunker.... Debido a ello y para "endulzar" su aspecto, mi madre pidió a uno de los albañiles que allí trabajaba, que le hiciera en los muros un "revoco tirolés" (en cemento blanco).  Pero aquel hombre (que era un creativo), se puso a llenarla de pegotes  y cuando se dieron cuenta, estaba cubierta de algo que se asemejaba mucho a boñigas blancas, o lo que tiene aún ese restaurante llamado El Bulli (un "revoco aboñigado", podríamos decir). Así quedó la nueva casa, llena de pelotitas de cemento puestas sobre un precioso estilo "FrankLloydiano" y en ella vivieron mis padres durante casi treinta y cinco años (hasta que tristemente, murió en ella mi hermano Mario, en mayo del 2002).
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Pero pasemos a la época anterior, cuando aún vivíamos relativamente cerca del Café Gijón. Como escribíamos al principio, mi padre no dejaba de ir a este café dos o tres veces por semana; a "escuchar y participar en lo que allí se cocía".... Siempre venía de ese lugar con amigos divertidos, o contando los bulos e historias de extraños sucedidos de El  Gijón y su ambiente. Muchas de estas historietas que allí  le ocurrieron, me ha sido imposible olvidarlas; por cuanto le vi reir durante dias junto a mi madre y aquellos amigos de la bohemia madrileña  -comentando a veces durante semanas, lo que una tarde (o una noche) habían oído, o había sucedido en aquel café de los artistas-. Algunas de esas anécdotas, aún las recuerdo e intentaré recogerlas e este blog, pues considero que deben ser recordadas, por cuanto tienen de valioso, al reflejar como era la sociedad madrileña de los años sesenta (sus intelectuales y sus pensadores).


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La casa que inaguramos hacia 1968 era de un estilo "franklloydiano", uno de los arquitectos preferidos de mi padre ( y en quien se inspiró). Tan moderna era "entonces" que mi madre (harta de que la llamasen El Bunker), pidió a un albañil que en ella trabajaban, que la revocase en blanco. Pero este la llenó de boñiguitas blancas de cemento, muy parecidas a las que tiene El Bulli... Un extraño y difícil estilo de revocar fachadas, que apenas he vuelto a ver más (excepto en uno de los pabellones mundiales de Sevilla, en la primera Expo de 1927)





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