sábado, 6 de agosto de 2011

INTERLUDIO V : El arte que no es espectáculo.

Los años setenta y ochenta, fueron aún tiempos muy felices para la cultura -los sesenta quizás habían sido aún mejores-. No se trata de emular a Jorge Manrique y su "cualquier tiempo pasado fué mejor"; pero si es obligado recordar lo que aquellas décadas fueron en el ámbito cultural. Comencé a comprenderlo entre 1977 y 1979 (a mis dieciseis-deciocho años, aproximadamente), y la concienciación vino mientras tuve una dura profesora de literatura, que nos legó una sólida y magna base lingüistica. Se llamaba Alicia Blëiberg y era hija de un conocido profesor (académico) que trabajaba en Huston -amigo y conocido de la Generación del 27-. Aquella mujer era admiradora de los entonces más innovadores (como Blas de Otero) y su filosofía y lecciones nada tenían de sospechosamente elitistas. Es más, en sus explicaciones siempre había un apoyo y unas preferencias tendentes "hacia la Izquierda" o, en su caso, muy cercanas a la Institución Libre de Enseñanza. Pese a ello, nos enseñaba que el arte, la filosofía y la literatura era para una minoría. "Para la minoría siempre"; aquella que supiera apreciarla y continuarla. Explicando que esa era una de las frases y preceptos más queridos por Juan Ramón Jiménez, quien dedicaba en numerosas ocasiones sus libros de poemas a "la minoría".


JUNTO A ESTAS LINEAS: Juan Ramón Jiménez dibujado sobre Platero por Rafael Munoa, en la edición de Platero y Yo (Aguilar, Madrid 1970). En mi juventud pude conocer algún hijo de los sobrinos (de Zenobia Camprubí) y a personas cercanas al genio literario, y por lo que me narraron debió tener un espíritu muy cercano al de Manuel de Falla (en nada "atento" a las masas). Dedicaba sus obras a "la minoría", sin ser aquello ningún síntoma de "clasismo" (sinó solo de "purismo"). Pero es que el amor hacia "el pueblo" nunca significa ser "populachero" y menos gustar de las cosas vulgares. Sinó muy por el contrario, disfrutar con todo aquello refinado y cargado de buen gusto que "el pueblo" ha creado (en su literatura, música, arquitectura, modas y costumbres). Intentando conservarlas como un gran tesoro cultural.

Hoy sería casi imposible dar una clase en la que se expusieran esos conceptos de minoría y de élite, pues parece que aquello de elegir a los más destacados no debe nunca mencionarse (menos, hacerse). Pareciendo que ya no se debe separar a los que tienen una mayor sensibilidad, ni más condiciones que el resto del grupo. Existiendo el dogma y el deber de dirigirse a todos por igual. Por lo que hacer algo tan solo para unos pocos, puede definirse como un hecho "políticamente incorrecto". Y con todo ello, hemos de replantearnos si personajes como Juan Ramón (o los artistas de la Generación de 98 y del 27) que orientaban y dirigían sus obras solo para quienes pudieran entenderlas; quizás fueron unos ignorantes, o unos tiranos... . Mucho lo dudamos y lo único seguro es que fueron intelectuales de la mayor talla mundial. Pero que al igual que hoy hacen los amantes del deporte, que apartan desde niño a los destacados y solo dejan participar en sus eventos a los más brillantes y excepcionales hombres (sin permitirles doparse ni engaño alguno). Antaño, los verdaderamente creadores y pensadores, no dejaban entrar en "su mundo" al mediocre, ni menos al romo o al torpe. Por lo que sus libros, su poesía, su música y su pintura se hizo para "esa minoría". Con ello, consiguieron que con el paso del tiempo, aquel arte pudiera ser comprendido por la gran enorme mayoría; ya que todos hemos disfrutado de J.R.J, de los del 98 y del 27, del cine de Buñuel, o de pintores como Juan Gris, Picasso o Maria Blanchard.

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JUNTO A ESTAS LINEAS: El arte no es un espectáculo y como demostración incluimos la imagen de una de las más importantes obras artísticas de la cultura hispana: El poema de Ruben Darío LO FATAL (copia de página 148, edición de "Cantos de Vida y Esperanza" que me regaló Carmen Conde -Austral, Madrid 1983-). Recuerdo que cuando Carmen Conde estaba triste, siempre recitaba este poema -a veces acompañándolo con una copita-. Le gustaba que tocara mi guitarra para acompañarla también en su "canto" y al finalizar, siempre concluía que Rubén era uno de los más grandes. Tanto como se empeñaba en regalarme el libro, para que me lo llevara; así llegué a tener cuatro o cinco ejemplares iguales que me daba, tras argumentar que se lo sabía enteramente de memoria... . Ella, al igual que su marido (Antonio Oliver Belmás) habían estado muy unidos al poeta nicaragüense, y me narró algunas anécdotas de aquel, que otro día recogeremos. Del mismo modo había sido gran admiradora y cercana a Juán Ramón Jiménez y siempre hablaba de las minorías "juanrramonianas"... . Fué la primera que me dijo que un buen creador y un intelectual, no era nunca un artista (del espectáculo); ello era como confundir un intérprete con un compositor o a un actor con un dramaturgo. Y es que el arte y el espectáculo son cosas bien diferentes.
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Continuando con lo que tratábamos, a muchos lectores quizás les haya llamado la atención la intitulación que encabeza la entrada, afirmando que "el arte no es un espectáculo"; pues actualmente arte y espectáculo parecen palabras sinónimas. Pese a ello, nada hay más lejos del arte que obligar al que lo crea a hacernos algo espectacular; pues ello supone nuestra intromisión en su privacidad y -quizás- la destrucción de la verdadera plasmación íntima (bella y sublime). Aunque, como decimos, a día de hoy aquello que no es espectáculo no vende -ni se vende- y sin capacidad de darse a conocer, carece de proyección y posibilidades de divulgación (propias del arte). De tal manera, arte y espectáculo son análogos términos actualmente, pese a que así, aunados, van minando la verdadera función del artista. Trabajo del creador que debiera ser el de: Expresar y recoger -en formas temporales o espaciales- el sentimiento de una época y transmitir a las generaciones venideras los parámeros de estética, belleza, creatividad y humanismo, del tiempo y civilización en que vivió.



SOBRE ESTAS LINEAS: Carmen Conde en casa de mis padres en 1986, junto a mi mujer y a mí. Teníamos entonces veinticinco y diecinueve años, mientras la escritora era de una generación muy cercana a la de 1927. Esta poetisa se negaba a autodenominarse "artista" y se decía "intelectual"; reconociendo que en aquellos años el arte ya se había confundido totalmente con el espectáculo. Y es que el espectáculo triunfa cuanto más público asista, mientras el verdadero arte puede nacer solo para quienes tengan capacidad de disfrutarlo (auque sea un reducida minoría).
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Pese a ello, muchos no comprenden (ni ya comprenderán nunca) que "el espectáculo" y "el arte" son cosas muy diferentes; tanto que en ocasiones al convertir una creación en algo espectacular, esta pierde gran parte de su "esencia". Ello es lo que sucede en parte con la música clásica, nacida en salones y pequeños auditorios de concierto y que al interpretarse en grandes auditorios (incluso, en estadios) se desvanece o se convierte en algo ajeno al mundo propio del artista. Y es que no es lo mismo ver un cuadro, que la foto ampliada de un cuadro; ni menos una estatua que su fotografía tridimensional. Por lo que oír la música clásica sometida a auditorios "solo dignos" del pop o del deporte -en ocasiones a través de altavoces-, llega a transformar lo que fue un deleite de minorías y de élites, en algo sin intimidad y carente de su verdadero sentido. No sé si me entienden, pero creer que puede trasladarse al mundo del espectáculo la música clásica, es como aquel que piensa que lo mejor para leer a los clásicos de la literatura, es llevarlos a la pantalla... . Un error, pues tras conocer el argumento ya sí que muchos jamás leerán esos libros, debido a que su curiosidad por la trama ha quedado saciada.
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Pues la curiosidad, la intimidad o la participación del que observa o se deleita con el arte, es parte de este. Es decir, que el que disfruta del arte, también es una "porción" de aquel; de tal manera, de las condiciones en las que lo haga (psíquicas, emocionales y físicas) dependerá totalmente lo que la obra le transmitirá. Consecuentemente, si un músico de calidad nos diera un concierto en el salón donde tocaba Chopín (en París); en el que apenas cabían cuarenta personas -con las que el maestro muchas veces cenaba y charlaba antes de sentarse al piano-; la percepción y audición de la música sería muy distinta a la que recibimos en un auditorio. Ello, porque la música clásica (en su mayor parte) está hecha para interpretarse ante una minoría cercana (y educada). Por lo que -a excepción de las misas o las óperas-, tocarla en grandes espacios, sin contacto humano entre el intérprete y público, supone ya desvirtuar su valor; la esencia para la que ha sido compuesta, rompiendo gran parte de su significado. Entonces es cuando se llega la conclusión que gran parte de los jóvenes tienen sobre lo clásico, cuando tristemente nos dicen repetidamente: "Aquella música es un rollo y una pesadez". No nos extraña, pues es como escuchar un recital de Rock realizado en un pequeño salón y con los cantantes vestidos de frac y el público de corbata (un "sinsentido"...).
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Habrá muchos que consideren mis palabras "clasistas" o elististas; a lo que respondería que lo único que pueden ser es: "clasicistas" y "reclasicistas". Por cuanto la música ha de representarse en un entorno al menos "similar" para el que ha sido creado. De ello, intepretar a Bach en guitarra eléctrica o en sintetizadores, puede ser muy experimental y muy "novedoso", pero nada de auténtico tiene y de seguro muy poco nos va a transmitir sobre la "elevación" que contiene la música de este genio alemán. Asímismo, tocar en un estadio de fútbol a Beethoven es poco más o menos como mostrar la Goiconda en mitad de ese campo de juego, con unas cámaras y pantallas que aumenten el reflejo de su imágen (para que todos los asistentes lo vean). Todo aquello desvirtúa el origen y la esencia del arte, que se convierte en espectáculo, pero pierde su carácter humano y humanístico. Llegando a poder convertirsde en "el aburrido concierto", del que hablan todos los jóvenes.
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Volverán muchos a acusarme de "elitista y clasista", al reivindicar conciertos para cincuenta (o menos) personas, en salones y no en auditorios. Pero no es así; nunca lo he sido. Hasta tal punto que algunas de las cosas que más me atraen en el arte, son las que ha creado "el pueblo"; siendo un verdadero entusiasta del folklore. Con el que sucede exactamente lo mismo que en lo clásico: Pues si lo trasladamos de su entorno, hacia otra esfera; llevando al espectáculo la música, las danzas, los cantes, los bailes y las costumbres populares; veremos como comienzan a desvirtuarse. No habiendo nada más ridículo que los múltiples "espectáculos" de folklore que la Sociedad moderna a creado -entre los que pueden destacar aquellos que celebran "las geishas" en Japón, ante centenares de turistas que les aplauden mientras ven la "ceremonia del te" (sin comprender nada de cuanto presencian)-. En España ha sucedido algo muy similar con la música del Sur, llegando a afectar terriblemente al purismo y a "la verdad" del Flamenco los espectáculos que se han creado queriendo transformarlo y "renovarlo" (llegando a verdaderas aberraciones "fusionistas", uniéndolo al jazz, al pop, al rock y etc.).
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Por cuanto seguimos expresando, tal como en nuestra anterior entrada decíamos, desde 1960 hasta el fin de los años ochenta, fueron tres grandes décadas para la cultura. Años en los que todavía el arte no era espectáculo. Un tiempo en el que aún vivían parte de los intengrantes de la Generación del 27; en los que Picasso, Dalí y Miró seguían pintando y en los que podía asistirse a una conferencia de Dámaso Alonso o de Lázaro Carreter; tanto como tomar un café en el Gijón, junto a Camilo José Cela, Ana María Matute o Buero Vallejo. En lo que respecta a la música quizá estas décadas fueron aún más llamativas, pues aún daban sus conciertos, Segovia, Yepes, Saez de la Maza y Pastor. Mientras Joaquín Rodrigo, Halffter o Moreno Torroba (entre otros) seguían componiendo. Por su parte, el trio de Krauss, Carreras y Domingo (tanto como La Caballé), dominaba la escena internacional. A la vez que desde 1970 comenzó a nacer la gran generación de los guitarristas flamencos, encabezada por Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar.
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De tal manera, para quienes no comprendan del todo el significado que España pudo tener en el mundo del arte en la centuria pasada, diremos que de los diez primeros pintores del siglo XX, al menos cinco son españoles -al igual que entre los diez mejores escritores, habría que incluir a varios de España-. Pero sobre todo, entre los diez primeros compositores del siglo XX, cuatro son seguro nacidos en nuestro país, tanto como entre los diez principales cantantes del mismo siglo, cinco pueden ser considerados igualmente españoles. Aunque, principalmente, entre los diez primeros guitarristas de ese siglo XX, ocho serían de nuestra nación (al igual que hubo uno de los más grandes violoncellistas y diversos artistas más que hacen su lista innumerable). Un verdadero Siglo de Oro, que parece va convirtiéndose poco a poco en latón y esperemos no termine en "artistas de hojalata". Eso sí, la hojalata es muy buena para efectos especiales en el espectáculo (y sobre todo muy barata)... .

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